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El telegrama de Bob Bishop

Esta semana se cumplen diez años de la muerte de George Best, a quien un ojeador del Manchester United descubrió con 15 años después de que fuese descartado por su equipo juvenil debido a su escaso físico

George Best, tras su llegada al Manchester United.

Bob Bishop es el autor del telegrama más famoso de la historia del fútbol, tantas veces recordado. Aquel en el que anuncia a Matt Busby el descubrimiento en Belfast de George Best, un muchacho de apenas quince años que acababa de ser descartado por el equipo juvenil en el que jugaba por canijo. Antes de que aquel mensaje fuese recibido en las oficinas de Manchester y diese comienzo la carrera de uno de los genios más grandes y autodestructivos que ha conocido este deporte, sucedieron muchas cosas que acabaron por darle al United el talento que necesitaba para impulsarse de nuevo y recuperarse al fin de la tragedia que en 1958 destrozó en Múnich a la generación que parecía destinada a reinar en Europa y había sumido al club y a sus aficionados en una profunda depresión.

Irlanda del Norte era una de las zonas habituales de rastreo de Bob Bishop, miembro del equipo de ojeadores que el Manchester United tenía dando vueltas por las islas. De pocos se fiaba más Matt Busby. En un tiempo en el que no existían los vídeos, ni demasiadas facilidades ni dinero para hacer profundos estudios de los futbolistas, el olfato del ojeador era esencial. Muchas carreras se frustraban por el simple hecho de elegir un mal día para ver un jugador o porque el responsable del estudio equivocó el diagnóstico. Bishop recibió a finales de 1960 una llamada de Hugh McFarland, un viejo amigo de Belfast, que ejercía de ayudante en el Glentoran. Acababan de descartar contra su criterio a un chico de quince años por el que sentía auténtica debilidad y quería que le echase un vistazo por si intuía lo mismo que él. Con la ayuda de un par de equipos de la zona organizaron un partido con el único propósito de que Bishop diese su veredicto. Esa tarde George Best volvió locos a los chicos de diecisiete años que le habían puesto enfrente. Su equipo se impuso por 4-1 y él anotó dos goles. Era un alfeñique, pequeño y delgado, huesudo, que parecía bailar entre muchachos que le sacaban dos años. Fue entonces cuando Bishop, entusiasmo por lo que acababa de ver, envió el famoso telegrama a la atención de Matt Busby en Manchester: "Creo que te he encontrado un genio".

George Best era hijo de un matrimonio protestante a quien el colegio donde estudiaba estuvo cerca de anular sus opciones de convertirse en futbolista. En Grosvenor, el selecto colegio en el que entró gracias a una beca, se jugaba al rugby y Best, como el resto de alumnos, lo practicaba por obligación y con cierto éxito. Era ágil y escurridizo. Cualquiera hubiera intuido en ese tiempo un ala en potencia. Pero el hijo de Dickie y de Anne no tardó en dar muestras de su peculiar y conflictiva personalidad, la rebeldía que acabaría por convertirle en el "quinto Beattle". Comenzó a faltar a clase para jugar al fútbo l con sus amigos del barrio. Convencidos de que no podían cambiar su naturaleza, los padres aceptaron lo evidente y George terminó en otro centro donde el deporte dominante sí era el fútbol. No tardó en ingresar en las categorías inferiores del Glentoran -a cuyo estadio solía acudir desde muy niño en compañía de su abuelo-, un club donde su escaso desarrollo físico le habría condenado si no llega a cruzarse en el camino Bob Bishop.

Después del telegrama, Busby envió a Belfast a Joe Amstrong, el principal responsable de reclutamiento del club. Era el encargado de corroborar los informes que llegaban de los distintos ojeadores. Bishop estaba ilusionado con George Best y temía que le sucediese como con Pat Jennings unos meses antes. Lo había recomendado para el United con parecido fervor, pero el día que fueron a verlo desde Manchester eligieron un mal partido y descartaron la contratación demasiado deprisa. Aunque aún no lo sabían, Jennings acabaría por convertirse en una leyenda con la camiseta de Irlanda del Norte. Por suerte, Armstrong advirtió en George Best las mismas condiciones que Bishop le había apuntado. Era diferente a todo lo que habían visto. Rápido, imaginativo, descarado. "Da igual que no sea fuerte. Podemos ayudarle con eso. Lo que no podemos hacer es enseñarle a jugar así". Esa fue la sentencia que llegó al despacho de Busby en Manchester. El United le quería de manera decidida.

En 1961, sin haber cumplido los dieciséis años, George Best se despidió de sus padres para emprender el viaje hasta Manchester. Fue más corto de lo que imaginaban porque a los dos días ya estaba de nuevo en casa. Por primera vez entendió lo que significaba estar solo, lejos del manto protector de un hogar y salió huyendo. El propio Matt Busby se implicó personalmente en su historia, sugestionado por todo lo que le habían contado del muchacho. El mánager del United sentía especial devoción a la hora de buscar talento joven. Así había construido al United detrozado en el aeropuerto de Múnich solo tres años antes. Aquella herida no dejaba de sangrar y el viejo líder sabía que solo se podría cerrar terminando la obra que habían comenzado con la generación que lideraba Duncan Edwards. Convencieron entre todos a Best y el chico regresó a las dos semanas a Manchester.

El 14 de septiembre de 1963 Busby decidió que había llegado el día. Solo tenía diecisiete años. Aquella tarde la aficionados acudieron a Old Trafford con el aliciente de ver a ese George Best del que tanto se hablaba en los pubs. Jugaban contra el West Bromwich Albion y la verdad es que no hizo un gran partido aunque en el imaginario popular quedó otra cosa. Ayudó a eso George Williams, central del WBA, que siempre contó que aquella tarde al acabar el partido -ganado por el United por 1-0- se acercó a Best y le estrechó la mano diciéndole "deja que te vea directamente a los ojos porque llevo todo el partido viendo tu espalda". Prueba de que Best no entusiasmó fue que Busby le mandó de vuelta con el equipo amateur. Le faltaba un poco más de cocción y en el United no querían dar pasos en falso. En Navidad volvió a la escena en otro partido en casa, el lugar donde encontrarían siempre el respaldo y el cariño de su gente. Tres meses de espera por otra oportunidad, que llegó ante el Burnley, equipo con el que tenían una cuenta pendiente por una goleada recibida unos meses antes. Best creía que pasaría las fiestas en Belfast, pero Busby le sacó de su idea. Esa tarde sí se produjo el flechazo definitivo con Old Trafford. El United ganó 5-1, Best anotó su primer gol y el público sintió que habían visto al jugador que les iba a quitar de encima la depresión que arrastraban. Los aficionados, a partir de ese momento ya solo pensaban en el siguiente día que verían jugar a George Best. Bob Bishop, sentado esa tarde discretamente en la grada, estaba en lo cierto: era un genio.

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