El presidente del Academia Octavio, Javier Rodríguez, bajó en el descanso a la cancha a charlar con los árbitros. Rodríguez les hizo al final de guardaespaldas, apartándoles a Jabato a manotazos. Los espectadores, aunque escasos, atronaron y es raro en ellos. Los jugadores locales basculaban entre el asombro y la ira. Ya Cerillo y Lloria habían agotado su parlamento. Pareciera un partido resuelto en el silbato. Al contrario. Derrota por dieciséis, dolorosa por lo abultado pero prevista. Es la paradoja de Portela y Martínez.

No sucede por accidente. El Octavio hubiera querido recusarlos si existiese esa fórmula en la Federación Española. La enemistad ha cundido entre los académicos y la pareja buenense. Martínez y Portela provocaron la mudanza a As Travesas. Escribieron que las líneas de Navia se distinguían mal, queja que nadie jamás había efectuado. "Apunta ahora que aquí también se ven mal las líneas", le dijo Jabato a uno de ellos después de que no señalasen la invasión de un defensor bidasotarra.

Al técnico le castigaron con dos minutos. A su ayudante, Peque, le mostrarían tarjeta roja. Explicaron en el anexo al acta que por decirles: "No tenéis ni puta idea. Aquí no volvéis a arbitrar más". Se confunden de autor o recopilan alguna protesta anterior. En el instante de la roja Peque, cierto que con aspavientos, les gritaba: "Lo están matando". Se refería a los golpes consentidos en seis metros sobre Bernárdez.

Martínez y Portela llegaron a beneficiar al Octavio a fuerza de perjudicarlo. La rabia espoleó a los rojillos en los últimos minutos de la primera parte, cuando lograron situarse 9-13. Se encresparon contra la injusticia. El Bidasoa se contagió del extraño ambiente y se desorientó en esos instantes. El único desliz visitante, que Bolea corrigió enseguida.

Por As Travesas pasó un claro aspirante al ascenso. Un equipo que en realidad es de la Asobal de antaño, con varios apellidos eslavos en su plantilla y laterales de dos metros. El Bidasoa galopa o ataca en posicional con igual soltura. Está sobrado de especialistas defensivos. Si se atasca, que no suele, puede recurrir a la zurda sabia de Iago Muiña. En Vigo, salvo esos minutos de descontrol, los irundarras se comportaron con oficio. Contemplaron con distanciamiento neutral la guerra entre los árbitros y el Octavio. Se aplicaron en el juego, gol a gol, con ritmo, implacables como mejor manera de ser respetuosos.

La derrota, quizás la más abultada del último cuarto de siglo, sin Ciudad Real ni Barça de por medio, retrata la superioridad vasca pero también la enfermedad académica. El equipo ha perdido cualquier atisbo de su chispa ofensiva. La alegría de su plantilla adolescente, que tanto los impulsó la pasada temporada, se ha vuelto inconsciencia con el viento en contra. Les falta la intensidad de jugarse la comida. Flaquea la confianza. Quedan desnudas las carencias. La circulación en ataque es un inofensivo revoloteo de moscas. Quintas inauguró el casillero local en el minuto 11, en la primera transición rápida que el Bidasoa les consintió. En la segunda mitad se pasarían quince minutos sin anotar.

Era el escenario indicado para que Martínez y Portela disfrutasen de una mañana campestre en Vigo. Desaprovecharlo prueba su baja calidad. En vez de mantenerse fríos, los buenenses alimentaron y participaron del desquiciamiento del Octavio. Más allá de errores, siempre comprensibles en un juego tan interpretable como el balonmano, hubo decisiones que parecieron a sabiendas, de juez prevaricador, con un punto de sadismo en su goteo. Otro obstáculo a superar por una entidad que afronta un momento angustioso al borde justo de celebrar su medio siglo de existencia.