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Un equipo de solteros

Berizzo, ayer en A Madroa. // Adrián Irago

En nombre del equilibrio el fútbol ha justificado toda clase de tropelías. El tiempo lo ha convertido en la coartada perfecta para cualquier decisión y a él invocan los entrenadores cada vez que se sienten acorralados en una sala de prensa. En ese instante de debilidad es cuando se recurre a ese salvavidas, el comodín del equilibrio. La aparición de un central, un pivote de más en la alineación, un cambio defensivo, un once sin delanteros...todo encuentra acomodo en ese saco. En nombre del equilibrio han nacido inventos diabólicos como el "cuadrado mágico" de Wanderley Luxemburgo o el "triángulo inteligente" de Sandoval, que recurrieron a una terminología que confirma que su futuro no estaba en los banquillos sino en el diseño de ropa interior. Donde hasta hace dos semanas Rafa Benítez veía equilibrio no había mucho más que un costarricense volando sin capa de un palo a otro; y en ocasiones en el Camp Nou llaman equilibrio a ese sistema tan rudimentario que consiste en entregarle el balón al canijo y esperar la ración semanal de magia. Todo lo explica.

Hace unos días en A Madroa alguien explicó mejor que nadie en qué consiste el estilo del Celta. Marcucci, el segundo de Berizzo, fue el encargado de tal cosa. El técnico argentino parece uno de esos tipos que tiene cosas interesantes que decir pero que permanece en silencio por culpa de los vicios de este odioso fútbol moderno que consiste en esconder hasta lo enfermizo a sus protagonistas aunque sea -como sucede en los casos extremos de Madrid y Barcelona-, a costa de permitir que la información gire alrededor de chismes, polémicas creadas artificialmente y discusiones de portería protagonizadas por lo más rancio de la profesión. Pero habló Marcucci la semana pasada e hizo una curiosa defensa del desequilibrio, de su importancia en la vida del Celta como sistema y arma con la que derribar rivales. En la escuela de entrenadores le hubiesen enviado directamente a la hoguera tras ser sometido a un exorcismo por Benito Floro. Decía Marcucci que ellos no juegan con la idea de encajar determinado número de goles, pero que los técnicos son conscientes de que en esa especie de locura que genera el Celta, en el aparente desorden, en ese desembarco constante sobre el área rival han encontrado su principal fortaleza. No hay nada que detesten más los entrenadores que medirse a un rival imprevisible, de esos que no aciertas a entender aunque te bebas cafeteras enteras viendo vídeos. El Celta es así, un alboroto, y cometería seguramente un error grave si cayese en brazos de la ortodoxia y el purismo de los sistemas cerrados y rígidos. Berizzo y sus ayudantes parecen tenerlo claro. Saben que hay muchas cosas que ajustar para hacer del Celta un equipo mejor, pero que si le roban la esencia habrán matado a esa criatura que parece jugar los partidos como si siempre estuviesen buscando una remontada.

El sábado el Celta y su simpático desequilibrio llegan a Riazor para protagonizar el derbi gallego contra un Deportivo en el que Víctor trata precisamente de no salirse demasiado de lo que dictan las normas de la rectitud y el orden. Parece medir siempre los riesgos, justo lo contrario que Berizzo que se toma los partidos como un interminable campeonato de salto base. El Celta, su forma de entender este juego, recuerda un poco el caso del "equipo de José". Así llamaban a Racing de Avellaneda de los años sesenta, el que acabaría ganando la Libertadores y la Intercontinental. Lo entrenaba José Pizzuti. Aunque eran de una dureza granítica -algo desmedida en ocasiones-, fueron un grito de libertad en un fútbol cada vez más encorsetado. Su estilo llegó a molestar a los técnicos rivales que empezaban a desesperarse cuando la prensa les preguntaba la razón por la que ellos no aspiraban a jugar como "el equipo de José". El uruguayo Washington Etchamendi,famoso por arengar a sus jugadores antes de los clásicos con un "a estos hay que ganarles y, si pueden, con un gol de penal en el descuento... ¡así se van bien calientes!", encontró un día la forma de justificar aquel arrojo de Racing. Harto de que le pidiesen explicaciones les lanzó a los periodistas un rotundo "Pizzuti les manda al ataque porque son todos solteros". La gente lo tomó a broma, pero en el fondo de su frase había una gran verdad. Etchamendi venía a decir que Racing jugaba con la despreocupación de quien no tiene una hipoteca que pagar ni unos niños que alimentar. Que eso les llevaba a tomar riesgos inasumibles para quien juega pensando en el "largo plazo". Racing tampoco se preocupaba en exceso por el equilibrio. A ojos del "Pulpa" Etchamendi el Celta sería un equipo de desvergonzados solteros en un fútbol repleto de casados. Ojalá les dure este espíritu y eviten cualquier otro compromiso que no sea con su descaro.

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