Al séptimo encuentro Curry descansó. Al menos adquirió cierta apariencia humana. A los Kings solo les anotó 24 puntos, con 2/10 en tiros de tres. Tardó tanto en encestar desde el 7,24 que pareció peligrar su racha. Son ya 79 partidos consecutivos anotando al menos un triple. El peor Curry de la temporada es aún uno de los mejores de la liga. Su grandeza se tasa en esos días nublados. Como en aquel de su etapa universitaria. El técnico de Loyola, Jimmy Patson, se obsesionó con neutralizarlo. Lo consiguió. Curry se quedó a cero. Pero a costa de tantos sacrificios que Davidson ganó de 30. "No sé si nos recordarán por haberlo dejado sin anotar o por haber perdido de tanto", declaró con ironía Patson.

Stephen Curry, último MVP de la temporada regular, líder del vigente campeón, ha dado otro paso en su evolución. Quizás tal estado de gracia sea coyuntural y entonces habrá que disfrutarlo a sorbos. Quizás el mundo esté asistiendo al inicio de una era diferente. Pese a los éxitos, Curry y los Warriors se sentían cuestionados. Muchos analistas atribuyen su anillo a las lesiones de los Cavaliers. En las finales, Iguodala le arrebató a Curry el protagonismo. Su 7-0 es recórd de la franquicia. Lo consiguen con Luke Walton reemplazando en el banquillo a Steve Kerr, convaleciente de una operación de espalda. Un auténtico puñetazo en la mesa. "Creo que somos mejores", advierte Curry.

Su eclosión definitiva provoca una admiración sin atisbo alguno de envidia o inquina. "Es el mejor tirador de la historia", establece Kevin Durant, en un tono que no admite réplica. Curry enamora precisamente por la comparación con su compañero en el draft de 2009, que mide 2,06 y pesa 110 kilos, o con Lebron (2,03 y 113). Los físicos que marcan el baloncesto en el siglo XXI. Curry es como de otra época."Yo mido 1,92 y en un buen día peso 84 kilos", bromea. Y eso, con las zapatillas puestas. Muchos califican a Curry como el "jugador más amado" por los aficionados, una pasión que se basa en la identificación íntima. Clint Smith, que jugó con él en Davidson, explica: "Él podría ser cualquiera de nosotros. Es algo diferente a lo que sientes cuando ves a Lebron".

Su cuerpo ha sido el gran obstáculo desde el inicio de su carrera. "Not big enough, not strong enough, not fast enough", oyó muchas veces antes de que se cerrase la puerta de las grandes universidades. El matrimonio entre Dell, gran secundario en la NBA durante 16 años, y Sonya, jugadora de voleibol, auguraba una descendencia de cualidades privilegiadas. Y sus hijos destacan, sobre todo en el caso de Stephen (Seth acaba de llegar a la liga; Sydel juega al voleibol en la universidad de Elon). Pero en talento e inteligencia.

Stephen Curry, varios centímetros más bajo que su padre, combina a la perfección herencia, enseñanza y trabajo. Dell era "muñequita linda" en las narraciones de Andrés Montes, un tirador puro. Stephen aprendió a su vera. Ya se le podía ver en los calentamientos de los Hornets, siendo aún niño. O en el regazo de su padre, junto a Mitch Richmond y Drazen Petrovic, durante el concurso de triples del All Star de 1992. Fue Dell, claro, su primer maestro. "Sé que tenerlo de padre ha sido una bendición", ha comentado. En "el verano de las lágrimas", como lo recuerdan en la familia, consiguió corregir la mecánica de tiro de Stephen. Bajito, ejecutaba el lanzamiento desde muy abajo y era fácil de taponar.

Y sigue siéndolo, en pura apariencia. No lleva los brazos tan atrás como Bird. Le falta la velocidad eléctrica de otros bases. Pero Curry ha interiorizado de tal forma la técnica que todo fluye de forma natural. En él no parecen existir los ángulos rectos que impone el manual. Todo se antoja curvo, suave, silencioso. Su privilegiada lectura le permite distinguir la milésima necesario, el centímetro de ventaja. "Cuando el defensor ve el tatuaje de su muñeca sabe que ya es tarde", escribió David Fleming. Es una cita bíblica, en caracteres hebreos. Corintios 13:8: "El amor nunca deja de ser". En la lengueta de las zapatillas lleva otra, Filipenses 14: 3: "Todo lo puedo en Cristo, que me fortalece". Curry es un cristiano devoto, que tras cada canasta o acierto eleva el índice: "Golpeo mi pecho y apunto al cielo, simboliza que tengo un corazón para Dios".

Pero Stephen, aunque podría haber construido una buena trayectoria como tirador, no quería verse condenado al rol de especialista que desempeñó Dell. "Sueña a lo grande y trabaja duro", repite como lema. De estos días son unas imágenes suyas. Se entrena con gafas oscuras para reducir la visión. Mientras bota con una mano, juguetea con una pelota de tenis en la otra. Uno de los muchos ejercicios del "Accelerate Basketball", el programa de entrenamiento al que se somete cada verano cuando regresar a Charlotte, el cuartel general familiar. Esa dedicación le ha permitido seguir progresando. Ha aprendido a dominar los partidos. En todos sus entrenadores es común el elogio a su constancia y entrega. A la genialidad se llega a través de la rutina.

La jerarquía de Stephen Curry no termina con el bocinazo final. Michael Kruse, periodista de Bleacher Report, realizó una profunda prospección entre gente que lo conoció en diferentes épocas, desde el instituto. Ni un solo reproche encontró. Un cariño que se prolonga ahora a los vestuarios profesionales. "Es una de las superestrellas más humildes que existen, de lejos. Y en su estilo de juego da espectáculo, pero no es exhibicionista", asegura su veterano compañero Shaun Livingstone. David Lee, que acaba de abandonar los Warriors, asegura: "Es incluso mejor compañero y persona que jugador. Un tipo al que seguir".