El director deportivo del Celta, Miguel Torrecilla, acude a la sala de prensa de Balaídos. Habla de las renovaciones o ampliaciones contractuales que la directiva le ha encargado gestionar o que desea acometer en breve: Nolito, Berizzo... Su propia situación profesional queda como anotación al margen en la agenda y cuando alguien le pregunta, despacha el tema con prontitud proclamándose hijo adoptivo de la ciudad. "Mi lugar es Vigo". Su hogar al fin, entendido así también por el entorno, como conclusión de un proceso natural que le ha hecho crecer a la par que el proyecto celeste, bien que desde una posición discreta. Torrecilla seguirá al frente del departamento deportivo. Nadie en la entidad lo duda.

Torrecilla condensa en su propia biografía profesional el itinerario del Celta en los últimos años. Esa resurrección, desde el flirteo con Segunda División B hasta convertirse en un club saneado, con una política seria y reconocible tanto dentro como fuera de la cancha. Torrecilla, de hecho, fue presentado justo en la semana anterior a aquel Celta-Alavés a vida o muerte, que acabó encumbrando a Iago Aspas como héroe del celtismo. Torrecilla decidió arriesgar. Tras desempeñarse como secretario técnico en Novelda, Cartagena y Salamanca, sintió que estaba ante su gran oportunidad, aunque fuese a la ruleta rusa. Se comprometió en un momento dramático. Carlos Mouriño, tan sensible a las lealtades -igual que drástico en sus facturas-, nunca lo ha olvidado.

En realidad, el viraje celeste puede tasarse en lo que va de Ramón Martínez a Miguel Torrecilla. De una figura prestigiosa pero ajada a un joven ejecutivo ambicioso, tan pulcro en sus maneras como humilde en sus esfuerzos. Con Torrecilla, la dirección deportiva se ajustó mejor a la realidad céltica. No se buscó el ascenso inmediato construyendo extrañas plantillas plagadas de cesiones. Torrecilla reinició la edificación desde los cimientos, piedra a piedra, yendo al saldo si era necesario, sin rubor.

Torrecilla ha ido mezclando aciertos y pifias. Tuvo que pasar una dura prueba de madurez en el cambio de categoría. Ha ido sintiéndose más cómodo en los mercados a los que ahora puede acceder el club. De él puede decirse que ha mejorado su productividad como el equipo ha ido mejorando su clasificación, año a año. Su convivencia con Eusebio Sacristán tuvo sus fricciones -desde el principio se supo que no era su estilo de entrenador-. Con Paco Herrera la asociación fluyó mejor. Luis Enrique y Berizzo, carismáticos, han ocupado el centro del escenario. No le importa.

En general, Torrecilla ha preferido mantenerse en un segundo plano. No concede entrevistas. Habla en las presentaciones y en esas comparecencias periódicas para analizar la actualidad celeste, al cumplirse cada tercio de campeonato. Mide bien sus respuestas. Se expresa con precisión. Suele revelar datos. Tiene, sin embargo, un problema mediático. Siendo persona de buen trato, transmite frialdad. Y eso ha afectado a la valoración del entorno, que siempre ha apreciado más la labor de los entrenadores o del presidente que la suya.

Puede resultar extraño, pero el Celta actual descansa en gran medida en dos figuras que suelen permanecer en la sombra, más incluso el director general, Antonio Chaves, hombre de confianza de Carlos Mouriño, intervencionista en todas las áreas. Chaves, igual que diseñó el exitoso proceso concursal y vigila las cuentas, maneja la cantera o participa activamente en la confección de la plantilla. Y Chaves se siente cómodo con Torrecilla. Maridan bien. Otro razón para que la renovación de Torrecilla se dé por sentada.

Aunque la campaña dictará sentencia, a día de hoy parece haber disfrutado de su mejor verano, con un saldo positivo en las operaciones de cuatro millones de euros y una plantilla de mayor calidad pese a haber perdido a disgusto a Mina y Krohn-Dehli. Ha firmado a Guidetti, su obsesión, siendo además el puesto de ariete el que más disgustos le ha causado. No será nunca un director deportivo con el peso de Félix Carnero, nunca con firma de autor. Pero tal vez en diciembre, en la junta general ordinaria, no tenga que recordarle a ningún accionista empeñado en llamarle Tordesillas: "Torrecilla, me llamo Miguel Torrecilla".