Como si aún le durase la excitación de su último partido en Balaídos -aquel ante el Barcelona que ya figura en la memoria eterna de los aficionados- el Celta olvidó que el fútbol no es solo entusiasmo y que necesita del acierto para seguir construyendo esta obra que gana adeptos cada semana. Los vigueses dejaron escapar un empate ante un ordenado Getafe en un partido que monopolizaron de forma apabullante, en el que tuvieron momentos puntuales de muy buen fútbol, pero en el que también acusó un punto de ansiedad.

Los datos del partido son concluyentes y describen por sí mismos el sentido en el que se desarrolló el duelo. Dieciocho veces remataron los vigueses para convertir su falta de acierto y al sobresaliente Guaita en los principales responsables del empate sin goles. Suficiente para construir cualquier coartada solvente. Pero el choque deja ese sabor amargo de las oportunidades perdidas. En un tiempo que invita a dar rienda suelta a toda clase de sueños, la oportunidad de cerrar el día -y tal vez la jornada- en lo alto de la clasificación era un caramelo muy goloso para los de Eduardo Berizzo. Se lo impidió por encima de todo su exceso de ansiedad en los últimos veinte metros. En medio de esas oleadas puntuales que el Celta descargaba hacia el área del Getafe le faltó un punto de frialdad para tomar la mejor decisión. Tardar una décima más en elegir el pase, en soltar la pierna para el disparo, en levantar la mirada para ver si Guaita abría una rendija en alguna esquina...simples detalles que frustraron lo que parecía destinado a convertirse en una nueva victoria del equipo vigués.

El Celta repitió el modelo que le ha convertido en la comidilla del fútbol español. No entiende otro modo de comportarse, otra forma de vivir. Jugar y atacar a toda velocidad. En un día en el que la ausencia de Augusto le restó aplomo en la sala de máquinas, el Celta convirtió la zona central en una batidora. La consigna era darle velocidad al juego y que la pelota llegase en el menor tiempo posible a los costados para que Orellana y Nolito no permitiesen al Getafe recomponerse a tiempo. No fue sencillo porque los madrileños se estructuraron bien, supieron parar el juego y al Celta le faltó la finura que otras tardes derriba defensas como si fuesen castillos de naipes. Esa ausencia fue especialmente llamativa en el trío de arriba. Orellana corrió como nunca pero no acertó en ninguno de los pases claves; Aspas fue incapaz de ganar la batalla con los centrales y Nolito, el que más obligó al meta rival, ofreció una versión algo más corriente. Pese a todo, el Getafe se sostuvo en el partido a duras penas cuando el Celta desató su furia en el primer tiempo contra la portería de Guaita. Fueron sobre todo durante diez minutos en los que Balaídos contuvo el aliento en un sentimiento que mezclaba la incredulidad con el entusiasmo. Le ocurre a menudo a este equipo que hay instantes en los que parece en trance, como poseído por una fuerza que le lleva a vivir cada ataque como si fuese el último del partido. En cinco minutos (entre el minuto diez y el quince) se produjeron seis llegadas claras, tiro al palo de Iago Aspas incluido. La situación llegó a tal punto que Guaita se tumbó en el césped doliéndose de un golpe en la cabeza con la idea evidente de detener a aquella pandilla de salvajes que asaltaban su área sin ninguna clase de respeto. Era la prueba de que el Getafe -bien trabajado y duro- llegaba con la lección bien aprendida. La treta le surtió efecto a los madrileños que se quitaron de encima el agobio -aunque la producción de ocasiones no se detuvo- y llegaron al descanso con vida tras soportar una ración de embestidas de un Celta que atacaba en masa.

El Getafe del segundo tiempo radicalizó su propuesta convencido de que el paso de los minutos acabaría por desesperar al Celta y le llevaría a cometer alguna imprudencia fatal. Apenas sucedió salvo en aquella contra que acabaría con el remate de Scepovic en la cruceta de la portería de Sergio. El resto fue el mismo monólogo infructuoso de un Celta que se fue consumiendo en su cansancio sin encontrar la manera de derribar a Guaita. Su insistencia hubiera merecido premio, sobre todo en esos últimos quince minutos en los que con medio equipo fundido siguieron empujando convencidos de que llegaría su opción. A Berizzo, como otros días, le faltó algo de agilidad con los cambios. Hizo una sustitución hombre por hombre (Guidetti por Aspas) que no cambió el dibujo del equipo. Posiblemente el miedo a tragarse una contra traicionera, a partir el equipo en dos como le ocurrió en Balaídos ante Las Palmas, le pesó demasiado. Fue el único alivio desde el banquillo que le dio al equipo porque la segunda sustitución es una cosa difícil de describir: Bongonda entró en el minuto 90 con todo el pescado vendido. El Celta pedía piernas ágiles, un poco de aire, y Berizzo renunció a dárselo cuando había jugadores como Wass -desdibujado y muy por debajo de un notable Hernández por ejemplo- que pedían a gritos un poco de descanso. Pese a todos esos inconvenientes,las piernas agarrotadas y la falta de oxígeno, el Celta murió como hacen los equipos grandes, en el área del rival, convirtiendo el descuento en una tortura para el enemigo. En esa locura de los últimos minutos Guidetti tuvo, tras una jugada primorosa de todo el ataque, un mano a mano con Guaita en el que al sueco le faltó la precisión y la contundencia que se le vio el día del Barcelona. Hubiese sido un hermoso epílogo para un día complicado, de los muchos que esperan a un Celta al que muchos de sus rivales ya han tomado la matrícula.