Comenzó la segunda parte en Balaídos pero el cronómetro del marcador seguía detenido en el 45 de la primera parte. El tiempo congelado en el asombro. El recuerdo de la maravilla, en una gota de ámbar. A los dos minutos echó a correr porque el relato merecía su conclusión. El Celta bailó apretado contra el Barcelona. Gozó y sufrió. Escribió una página hermosa de su historia, de otra época, que se creía irrepetible, con Aspas, Orellana y Nolito sosteniéndole la mirada a Mostovoi, Karpin y Revivo.

Es casi superior el mérito porque la clase media de la Liga ha desaparecido. Y los grandes son más ricos. A Balaídos no llegó un Barcelona frágil o menor, sino el vigente campeón de todo. Con las orejas tiesas, advertido por Luis Enrique. "Si decaemos, el Celta nos pasa por encima a 200 por hora". El cuadro azulgrana ya había rotado y sesteado ante el Levante. No se relajó. Pero el Celta, incluso así, lo atropelló. A Luis Enrique le aplaudió Balaídos. Pareció en mención al pasado, pero era en agradecimiento por lo que se avecinaba. Con Eusebio, Paco Herrera y él comenzó esta obra maravillosa que ahora eclosiona en manos de Berizzo. Mientras el hemisferio norte entraba en el otoño, el Celta celebraba la primavera.

El equipo vigués colidera la clasificación junto al Real Madrid. Solo la exhibición de Cristiano en Cornellá aparta a los vigueses de lo más alto. No es su lugar. En algún momento de la temporada comenzará a funcionar la aritmética y la chequera. La plantilla es escasa, muy sensible a lesiones y estados de forma. El equipo, además, se muestra generoso hasta lo temerario. Cabalga sobre el vértigo. No entiende de frenos y cálculos. Atacó al Barcelona incluso cuando convenía arullar el balón. Su ingenuidad conmueve.

El Celta se comportó igual del primer al último minuto. Varió su rendimiento en función del fuelle celeste y de los arrebatos de inspiración del Barça, que se pasó los primeros diez minutos encerrado en su área. Berizzo apostó por Sergi Gómez. Lo quería sobre Suárez, anticipándose. El balón largo sobre el uruguayo fue el único alivio azulgrana en sus agobios iniciales.

Cuenta la leyenda que Jorge Santomé, en su marcaje individual a Cruyff, lo perseguía incluso cuando se iba fuera del campo a ser atendido. Era el epítome del fútbol cardiaco y racial. Berizzo, hijo de Bielsa, redefine el concepto. La marca individual alimenta la fantasía ofensiva. El Celta convirtió el encuentro en diez parejas en danza, con permutas y ayudas. Se rozó la perfección en esa táctica durante el primer periodo, con Jonny sobre Messi agradeciendo el indulto de Apelación.

Tuvo además el equipo la virtud de golpear cuando debía. Había empezado a estirarse el Barcelona. Messi huía ya de la banda. Había tenido que aparecer Sergio en un par de ocasiones. El momento que Nolito escogió para aparecer con un golpeo monstruoso, aunque en él se haga costumbre. Luis Enrique insistirá en él cuando se abra el mercado. Quizás a Bartomeu se le ablande la cartera. En Peinador debieron revisar el equipaje barcelonista por si el técnico se llevaba empaquetado al andaluz.

Balaídos olió sangre y empujó, sintiendo al Barcelona noqueado. Iago Aspas se las debía componer para presionar a Piqué y Mascherano en la salida. Era por donde los visitantes podían construir su reacción. Nolito preparó la emboscada. Sorprendió a Piqué, robó y asistió a Aspas en el perfecto compendio de las virtudes olívicas.

Hubo más llegadas en esa primera parte excelsa, saldada incluso con victoria moral en la posesión (51% por 49%). Aunque el Celta también insinuó en la recta final el cansancio que se haría más palpable en la reanudación. Ya no tan asfixiado por las marcas, el Barcelona fue dibujando caminos hacia el área de Sergio. Aspas, sin embargo, consiguió más ahorros para el Celta en otra contra de manual, parida esta vez por Wass.

Luis Enrique, ciertamente estrujado en sus recursos por la sanción de la FIFA, optó por romperle las últimas costuras al partido. Retiró a Busquets y Sergi Roberto para introducir a Munir y Rakitic. Aquí el Celta debiera haber tenido al fin un atisbo de pausa. No está en su naturaleza de potro salvaje y tampoco el escaso oxígeno le facilitaba pensar. Se apretó contra Sergio Álvarez, aunque sin renunciar a nuevos zarpazos y con el arquero interrumpiendo cualquier intento de los delanteros azulgranas.

Era imposible que el Barcelona pudiera irse sin marcar de Balaídos y menos en un partido tan a pecho descubierto. Sucedió que al fin que Neymar rentabilizó un perfecto servicio de Messi. Quedaban diez minutos. Suficientes para que el campeón de Europa todavía amenazase con inquietar la fiesta de la cancha y las gradas. Esta vez, sin embargo, este Celta "fou", vitalista y a la vez suicida, tuvo el remedio en sus pulsiones. Cualquiera se hubiera guarecido en el búnker. Los celestes respondieron al miedo mirándolo de frente, atacando, y Guidetti redondeó una noche gloriosa, de las que los adolescentes creían invención de sus mayores. Esta generación ya tiene su Villa Park, su Anfield Road, su Mostovoi mareando al Real Madrid, su sueño que no es sueño.