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"No tengo vocación de anticuario"

Hace cuarenta años el presidente del Milan trató de jubilar antes de tiempo a Gianni Rivera y desató una crisis que acabó con su salida del club

Pancarta de apoyo de los hinchas a Rivera.

Puede que Gianni Rivera haya sido el jugador más amado, odiado y discutido en la historia del fútbol italiano. Culpa de su inmenso talento, pero también de su actitud un tanto despreocupada en el campo y su fuerte personalidad. En los años sesenta, en los que el infame "catenaccio" lo oscurecía todo, Rivera fue la luz que permitió al Milan vivir una etapa esplendorosa de su historia. Tres títulos de Liga, cuatro Copas, dos Copas de Europa, la Intercontinental, dos Recopas?y en 1969 el Balón de Oro, primero que ganaba un futbolista italiano, y que servía como reconocimiento para quien había liderado esa época con su clase y formas delicadas. En un fútbol que trataba de imponer la fuerza y la precaución como estilo de vida, Rivera era un verso libre que en muchas ocasiones se revolvía contra lo que le rodeaba. Sobre todo en la selección italiana donde protagonizó intensos enfrentamientos con Ferruccio Valcareggi, el técnico que era incapaz de reunir en un mismo equipo a Rivera y a Mazzola. O uno o el otro. El interista o el milanista. En la final del Mundial de México en 1970 Rivera jugó únicamente seis minutos, con el partido ya resuelto a favor a Brasil, algo que siempre consideró una humillación.

Para Rivera el Milan era su refugio, ese hogar al que llegó en 1960 procedente del Alessandria -el equipo de su tierra- y del que ya no se movería hasta su retirada. Allí todo giraba alrededor de él. La gente le adoraba, los aficionados disfrutaban con su calidad y él abanderaba al club tanto dentro como fuera del campo. De hecho, fue el primero en pronunciarse claramente sobre las supuestas ayudas arbitrales a la Juventus. Lo llamó "sometimiento psicológico de los árbitros" en alusión al poder económico que la FIAT, dueña del equipo turinés, ejercía en el fútbol italiano. El "Bambino di Oro" tenía todo lo que un milanista quería para su equipo. Incluso agallas para defenderlo ante la prensa o los poderes que administraban el fútbol.

Por eso Albino Buticchi midió mal sus pasos después de acceder a la presidencia del Milan en 1972. Dueño de una inmensa fortuna gracias al petróleo, el dirigente pasó de la cautela de sus comienzos a sentirse más importante que los propios futbolistas. Algo tantas veces visto en la historia de este deporte. Sus éxitos en el primer ejercicio (una Copa y la Recopa en la temporada siguiente) le hicieron perder un tanto el norte ("el Milan soy yo" llegó a decir en la prensa) y en 1975 llegó la tormenta. Es verdad que la estrella de Gianni Rivera había decaído un poco, pero aún no había cumplido los 32 años y seguía demostrando cada día su infinita calidad. También se hacía más evidente en ocasiones su falta de esfuerzo en el campo y eso despertaba alguna clase de duda en los entrenadores que como Gustavo Giagnoni empezaron a sustituirlo antes de tiempo. El presidente pensó entonces que había llegado el momento de desprenderse de él y mantuvo conversaciones con el Torino para intercambiarlo por Sala, un prometedor futbolista que acababa de irrumpir con fuerza en el campeonato. Orfeo Pianelli, presidente del Torino, añadió aún más fuego a la historia al asegurar: "No tengo vocación de anticuario". Aquello hizo explotar a Rivera que cargó contra Pianelli ("para ser anticuario se necesita conocimiento, sensibilidad y buen gusto y él carece de todo ello") y se ausentó durante varios días de los entrenamientos. Con el equipo sin aspiraciones deportivas, la polémica lo ocupó todo. Los aficionados se posicionaron claramente del lado del jugador, llenaban de pancartas el estadio y las situaban junto al banquillo de Giagnoni mientras le reclamaban su salida del club. Cuando Rivera regresó al campo de entrenamiento, el técnico le excluyó del siguiente partido como castigo. La presión de los hinchas se hizo más insoportable y Buticchi tuvo que quitarse de encima al entrenador lo que dio la oportunidad de que debutase en los banquillos un joven técnico llamado Giovanni Trapattoni.

Buticchi se sintió acorralado en medio de aquella tempestad que él mismo había provocado. Optó por hacer cierta ostentación de su poder económico y desafió a que alguien viniese con el dinero suficiente para hacerse con el control. "El Milan está en venta" dijo con su pomposidad habitual. No imaginaba que sería el propio Gianni Rivera quien encontraría comprador. El futbolista convocó de inmediato a varios empresarios, gente de la industria sobre todo, y reunió en apenas una semana el dinero suficiente para afrontar la operación. En la siguiente reunión de la junta directiva se presentó con el abogado Alberto Ledda para comunicarle a Buticchi que ya podía dejar el club si quería. El petrolero ofreció una pequeña resistencia, pero el resto de los directivos le hizo ver que sería imposible controlar la situación con los aficionados. Juró odio eterno a Rivera y se marchó.

Así fue como el Milan pasó a ser dirigido por la misma persona en el campo y en los despachos. Bruno Pardi se sentaba en el palco, pero las decisiones las seguía tomando Gianni Rivera. Futbolista, presidente y medio entrenador. Todo reunido en una misma persona, algo que el fútbol no ha conocido todavía. En 1979 se retiró tras conquistar su último título de Liga y pasó directamente a los despachos donde ocupó la vicepresidencia hasta que Berlusconi, pese a su encendida oposición, llegó al club a comienzos de los años ochenta. Rivera entonces se centró en la política donde también hizo carrera.

Las cosas a Buticchi no le fueron mejor. Sus empresas entraron en crisis y su afición al juego hizo el resto. Cayó en la desesperación y en 1983 trató de pegarse un tiro en la cabeza. Sobrevivió aunque se quedó ciego. Aquello permitió que él y Rivera volviesen a encontrarse. El ya exfutbolista acudió a visitarle tras años de indiferencia mutua. Hablaron durante horas y confesaron haber enterrado para siempre su enfrentamiento de 1975.

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