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Historias irrepetibles

El delantero de las 99.999 libras

Jimmy Greaves, el goleador más grande que ha dado el fútbol inglés, se retiró con 31 años tras ser incapaz de superar el golpe de verse fuera del once campeón del mundo en 1966 - El alcohol se convirtió en su único refugio

Jimmy Greaves anota un gol durante su etapa en el Tottenham.

Jimmy Greaves tardó en cumplir su sueño de jugar en el Tottenham, club del que era un apasionado seguidor desde niño. Su madre veía con malos ojos que se fuese a entrenar tan lejos de casa y los Spurs pusieron un limitado entusiasmo en hacerse con un chico que había acreditado sus condiciones como goleador desde que se calzó por primera vez unas botas. Casi a regañadientes aterrizó en el Chelsea donde anotó 114 goles en su primer año de juvenil y con solo diecisiete años asomó la cabeza en el primer equipo -en un duelo contra su adorado Tottenham- para quedarse para siempre. Pocas apariciones ha tenido el fútbol inglés como la suya. No había cumplido los veintiún años y ya había firmado sus primeros cien tantos en la Primera División (41 de ellos en la temporada 1960-61). Era una máquina que solo tenía el problema de sus escasos ingresos en un campeonato donde el límite salarial -cuarenta libras semanales- era muy bajo en comparación con las cifras que manejaban en otras ligas. El Sindicato de Jugadores amenazó con parar el fútbol y las negociaciones se sucedieron durante mucho tiempo. Varios clubes italianos aprovecharon el desorden para tentar a los mejores futbolistas ingleses. Greaves fue uno de ellos. El Milan puso 80.000 libras encima de la mesa que el Chelsea agarró sin pensarlo y el delantero tomó una de las peores decisiones de su vida. En Italia se sintió siempre un desgraciado. A comienzos de los sesenta Nereo Rocco, el verdadero padre del "catenaccio" había convertido el Milan en un equipo profundamente desagradable, competitivo al máximo, pero una cárcel para el talento de futbolistas como Greaves. Era infeliz. Jugaba poco, mal y hacía pocos goles. Aún por encima las rígidas normas del técnico lo complicaban todo. Les limitaba la cerveza, el sexo, las salidas nocturnas y cualquier actividad que les distrajese del fútbol y para asegurarse les encerraba en largas concentraciones semanales que a Greaves acabaron por desquiciarle. Duró un año en el calcio.

El amor de su vida vino a rescatarle en verano de 1961. El Tottenham pagó 99.999 libras por sus servicios. La caprichosa cifra se debe a que Jim Nicholson, entrenador de los Spurs, no quería que fuese el primer jugador de la historia en valer 100.000 libras ya que creía que eso sería una carga extra de presión para él. Poco importó. Greaves vivió en White Hart Lane días maravillosos. Su producción goleadora se mantuvo y en 1962 levantó el primer trofeo de su vida, la Copa en Wembley, gracias a un gol suyo. Al año siguiente sería la Recopa tras apabullar al Atlético de Madrid por 5-1 (dos goles llevaron su firma).

Greaves recibiría un golpe del que no se recuperaría en 1966, durante el Mundial que Inglaterra celebró en su casa. En el tercer partido de la primera fase contra Francia, el delantero del Tottenham tuvo que abandonar el terreno de juego tras sufrir una escalofriante patada en la cara que obligó a que le dieran catorce puntos de sutura en el mentón. Entró en su lugar Geoff Hurst y ya nunca volvió a pisar el terreno de juego. Alf Ramsey aprovechó la ausencia de un "verso libre" como Greaves para dotar al equipo de mayor solidez y Hurst era la clase de delantero que no escatimaba esfuerzos. El resto ya es historia. Su sustituto se convierte en el héroe nacional tras marcar en el agónico duelo de cuartos ante Argentina y tres goles en la final frente a Alemania, incluido el ilegal en la prórroga que acabaría por conceder a Inglaterra el único título mundial de la historia. Greaves siempre creyó que aquella gloria le pertenecía a él. Su rostro en las celebraciones no es la de un hombre feliz. No tuvo ni medalla conmemorativa porque entonces la FIFA solo se la entregaba a los futbolistas que habían participado en la final (dos décadas después la recibiría). Hurst, que en su carrera anotó poco más de la mitad de goles que él, fue condecorado por la Reina y se pasó meses recibiendo toda clase de reconocimientos mientras Greaves no encontraba más consuelo que el alcohol. Su carrera cayó en picado después del Mundial de 1966. Aún volvería a ganar el título de máximo goleador de la Liga Inglesa y levantó con el Tottenham la segunda Copa de su carrera, pero resultaba evidente que ya no era el mismo jugador. Su cuenta anotadora crecía porque el instinto se mantenía intacto pero su juego había perdido el entusiasmo de otros días. Todo parecía haberse terminado en aquel mes de junio de 1966. En 1970 se marchó al West Ham donde firmó los últimos trece tantos de su vida profesional antes de colgar las botas con solo 31 años. Podía haber llevado aún más lejos la cifra de 357 goles en el fútbol inglés (sin contar los 44 conseguidos con la selección), cifra que aún permanece cuatro décadas después como intocable para ningún otro futbolista. Greaves pasó siete años delicados hasta que se tomó en serio combatir su adición enfermiza al alcohol. En sus peores días llegaba a beberse veinte pintas de cerveza y una botella de vodka. Su salud se deterioró, engordó de manera inimaginable y estuvo a punto de deteriorar su salud hasta extremos irreversibles. Pero regresó de ese infierno. A finales de los setenta se sometió a una cura de desintoxicación y el fútbol le dio refugio como comentarista en diferentes medios. Aquello le devolvió una salud que hace tres semanas volvió a complicarse tras sufrir un infarto. Greaves resiste desde entonces en un hospital.

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