Si es verdad que la perfección existe en el fútbol, es muy probable que el Celta la alcanzase ayer en uno de los partidos más redondos que se le recuerdan y que devolvió Balaídos a otro tiempo. Los de Berizzo fueron un torrente imparable de fútbol de ataque que encontró en el planteamiento del Rayo Vallecano el aliado perfecto para explotar lo mejor de su repertorio. El muestrario exhibido fue descomunal. Poco importó que los de Paco Jémez se adelantasen a los veinte segundos de partido. A partir de ahí se desató una tormenta, un vendaval incontenible, un festival protagonizado por Krohn-Dehli, Orellana, Nolito -autor de tres asistencias- y sobre todo por Santi Mina, que con solo 19 años se convierte en el jugador más joven desde la Guerra Civil que marca cuatro goles en un partido de Liga. Un dato para la historia que corona el memorable partido de los vigueses que además certifican de forma casi matemática una permanencia por la que nadie se preocupaba ayer en la grada, obsesionada por disfrutar y entregarse al jolgorio. El Celta detuvo la goleada en la media docena aunque falló ocasiones para que el tanteo hubiese quedado para los anales de la competición. Tal vez el único pero (mínimo) que se le puede poner a la actuación majestuosa del grupo de Berizzo.

El desarrollo del partido vino a confirmar las expectativas que había antes del comienzo. Se medían dos equipos distintos, de los que tratan de imponer su personalidad dentro de la mediocridad general de la Liga y que presumen de atrevimiento y descaro. Garantía de juego y de goles. Pero a la hora de la verdad, el Rayo Vallecano se limitó a amagar mientras el Celta componía una obra casi perfecta.

Desde la valentía ambos técnicos matizaron su propuesta. Berizzo optó por su versión más atractiva, con Augusto de pivote junto a Krohn y por delante el arsenal que forman Orellana en la mediapunta, Mina, Nolito y Larrivey. El Rayo prescindió de laterales, redujo la defensa a tres, y llenó el campo de centrocampistas convencido de que ahí ganaría el partido. El gol del minuto 1 le hizo creer que su plan estaba bien diseñado, pero fue un simple espejismo. A partir de ahí el Rayo fue destrozado por la verticalidad del Celta. El medio del campo de los madrileños no vio la pelota. Los vigueses, con Augusto y Krohn ajustados en el toque y la velocidad, no tenían problemas para encontrar a Nolito y a Mina en las bandas, siempre en situación de ventaja contra los defensas que trataban de tapar como podían las vías de agua que se abrían por todas partes. A partir de ahí las posibilidades para acabar la jugada eran inmensas. Cada vez que los vigueses cruzaban el medio del campo se generaba una oportunidad clara de gol ante la impotencia del Rayo Vallecano. En un santiamén el Celta le dio la vuelta al partido gracias a los tantos de Larrivey y de Mina, que escribió el primer episodio de lo que iba a ser una noche inolvidable para él.

En ese momento cualquiera intuía la matanza que estaba a punto de suceder. Orellana y Nolito eran dos tormentos para el Rayo que siempre encontraban la forma de pasar por encima de la defensa rival. Siempre tenían un pase, un regate, un caño, un toque a mano.

A Paco Jémez le entró el pánico. Él, que ha hecho bandera de ir por la vida con el pecho descubierto dispuesto a encararse con quien sea sin bajar la mirada, entendió que el Celta merecía una prudencia que no había tenido y que le iban a hacer pedazos. En el minuto 27 hizo dos cambios con los que aparcó su plan suicida. Sin despoblar el medio del campo pasó a jugar con laterales específicos con la intención de que Amaya dejase de ser maltratado por Nolito y que alguien ayudase para parar las diagonales de Santi Mina. Ya era muy tarde para el Rayo. El Celta había encontrado el ambiente en el que mejor se siente. Antes del descanso llegaron otros dos goles de Larrivey y de Santi Mina que dejaron el partido resuelto y transformaron Balaídos en un manicomio. Hubo jugadas que parecían salidas de una videoconsola como el delirante regate de Krohn-Dehli previo al pase a Mina en el cuarto gol. Puro caviar.

Lejos de frenarse, el Celta del segundo tiempo salió como si el partido aún estuviese en el aire. No dieron la impresión los vigueses ni un momento de dejarse ir, de conformarse con el botín que tenían. Presionaron y buscaron al Rayo Vallecano que salió al campo con un paraguas convencido de que la herida con la que se iban a ir de Balaídos era importante. Nolito y Orellana mantuvieron el nivel y a partir de ahí descargó el resto de futbolistas. Santi Mina marcó el tercero de su cuenta en un gran cabezazo y poco después completó el póker con una acción en la que reunió desmarque, habilidad y calma. Quedaba media hora por delante y amenazaba marcador histórico. Berizzo aprovechó para hacer un par de cambios, para dar descanso a Augusto, para que Mina recibiese la aclamación de Balaídos, para que Bongonda regalase un par de regates eléctricos y para que el Rayo se librase de varios goles más. Balaídos se rompió las manos a aplaudir. Eran casi las doce de la noche y la gente se frotaba los ojos. Tardarán de olvidar lo vivido ayer.