Si el presidente del Academia Octavio, Javier Rodríguez, llama al kiosco de Canido, no sonará el vozarrón de Pablo Beiro fingiendo hastío.

- A ver, 'matao', ¿qué carallo quieres?

Quisieras lo que quisieras, Beiro te atendía, aunque diez veces interrumpiese la conversación para vender algún periódico o revista. Quizás en ese momento lo visitasen los presidentes del Bosco Celta, Paco Araújo, y del Club Vigo, Guillermo Araújo, diríase que cogidos de la mano. "Nos íbamos a la cafetería de al lado, a contarnos nuestras historias", relata Touza. "Viendo las fotos que se publican de él estos días, es difícil hacerse a la idea de no volver a verlo. No habrá más cafés, charlas ni comidas entre los cuatro".

Pablo Beiro, aunque lució dentro de la cancha como primer paralímpico gallego (Seúl 88), parecía haber nacido presidente de tanto tiempo en el cargo del Amfiv. Lo fundó en 1982. A mediados de esa década Javier Rodríguez asumió como herencia el club construido por su padre. Touza comandaba desde los años setenta el equipo de voleibol creado en Maristas. Ya en los noventa llegaría Paco Araújo al baloncesto, primero como directivo; desde 2001, también como presidente a raíz de la muerte de Gómez Carballo y Camilo Pérez en accidente de tráfico. En la suma, 124 años al frente de sus proyectos. Juntos, décadas enteras, como cuarteto de hecho, hoy trío de luto por Beiro, "el mejor de todos nosotros", coinciden.

"Cuando se va alguien, siempre se le elogia. Pero todo lo que se dice de Pablo es verdad", sostiene Araújo, al que se le quiebra la voz. "Teníamos una relación muy especial". "Un gran deportista, un excepcional dirigente, una mejor persona, el último romántico del deporte vigués", enumera Rodríguez. Touza resume: "Un hombre bueno".

Era fácil descubrirle la ternura. La sonrisa le achinaba los ojos. Rodríguez lo define como "un abuelito gruñón, entrañable, que se desvivía por los demás". Prestaba la furgoneta del Amfiv si algún otro equipo la necesitaba para los viajes. E incluso dinero, más insistente él que el peticionario, sin exigir garantía alguna.

En Beiro se equilibraban lo emotivo y lo pragmático. Porque también actuaba como estratega del grupo cuando tocaba negociar con el político de turno, en la eterna batalla de la financiación. Touza lo confirma: "Nos juntábamos a comer y era el más optimista. Veía las cosas con mucha claridad. 'Por aquí no vamos a conseguir nada, por aquí podemos sacar algo', nos decía". Rodríguez detalla: "Nosotros éramos unos guerrilleiros. Él era el negociador silencioso. Sólo hablaba a última hora. Pero subía la Bolsa cuando lo hacía":

Y si a Paco Araújo se le multiplicaban los problemas, era de Pablo la primera llamada telefónica:

- Tranquilo, Paquiño, que todo se arreglará.

Beiro llevaba años asegurando que dejaría la presidencia. Y enfadándose, porque nadie le creía. Como Javier Rodríguez estaba en las mismas, Pablo le pedía:

-A ver, pon la fecha y los dos nos vamos.

En los dos últimos años había conseguido apartarse un tanto del día a día del Amfiv gracias a su sobrino, José Antonio Beiro, y a Nacho Cabaleiro. Le tocaba jubilarse del kiosco. "Es hora de descansar", aseguraba. La enfermedad truncó sus planes.

Para Touza, Pablo Beiro "es de esas personas para las que no hay repuesto. Lo vamos a echar en falta". Javier Rodríguez, a la vez, exige: "Su obra tiene que perdurar. Se merece el reconocimiento de la ciudad. Él estaba más orgulloso de las escuelas, a las que dedicó tantas horas, que del equipo de élite. Su esfuerzo debe ser un ejemplo para los que quedamos":