De repente el árbitro levantó la mano y se fue bajo palos, señalando el ensayo de castigo que daba la victoria al Bathco. Concluían así casi diez minutos de melé a cinco metros de la línea viguesa, en tiempo de prolongación, con tres cambios de posesión, avants y golpes. Fue como concluir una historia épica con un certificado administrativo. Difícil que As Lagoas despida al árbitros al grito de "fuera, fuera". Quejas amargas del delegado y los directivos. Se entiende la desesperación. Ambas escuadras se movían al límite de la legalidad: el Blusens, exhausto y adelgazado, deshaciendo el agrupamiento; el Bathco, terco en su avalancha, empujando antes de tiempo. David García, en acciones dudosas, siempre sentenció a favor de los visitantes.

El criterio arbitral fue el detalle definitivo que desequilibró la balanza. Al Blusens se le escapó el partido en el goteo de las pequeñas cosas. En un saque rival mal atrapado. En la conversión fácil que se yerra. En ese instante que decide el retenido. En el kilo que falta. En cierta carencia de oficio.

Al final, pudiendo ser cinco puntos en el relato de los méritos, teniendo tres en la mano hasta el último suspiro, el XV del Olivo se queda con dos de los bonus ofensivo y defensivo. No es mala la aritmética. El Bathco ha empeñado 200.000 euros en fichajes. Dispone en su plantilla de 18 jugadores dedicados en exclusiva al juego. El Blusens ya no tiene por lesión a Parata, uno de los escasos suyos. Mera y Maxwell apenas han podido reunir una decena de hombres en los últimos entrenamientos. A Semple, cedido por el Ferrol, se le nota en las patadas que aún ignora todo de la geografía de As Lagoas, sus dimensiones y corrientes de aire. Tanta distancia aparente entre amateurs y profesionales se dirimió en realidad en un pulso sobre el alambre que se decidió por la mayor potencia cántabra.

El Bathco, diseñado en principio para pelearle los títulos al Quesos, aún es una simple acumulación de talentos. Un equipo que no rentabiliza al máximo su físico y su calidad, espeso y plano. El Blusens aportó el hambre de Paul González en el robo del primer ensayo; la fantasía colectiva que permitió a Tatafu surgir como de la nada en el segundo; la galopada interminable de Uru que dio paso al tercero; el arrebato genial de Maguna al retorcer su cuerpo en el cuarto, el único que no era para adelantarse sino para igualar. El que debía clausurar el partido.

A los locales les faltó mano firme para proteger mejor sus ventajas. Quizás también un punto más de pausa. Los vigueses rompían fácil, pero no siempre con el debido acompañamiento. Cuatro ataques consecutivos se murieron ya dentro de la 22 adversaria por retenido. El árbitro tampoco regaló ni una milésima y facilitó el 19-19 provisional con otra controvertida infracción señalada a Uru.

El Blusens, aunque dolido, recupera el pulso. Con 23 puntos, mantiene al Hernani (descenso directo) a 16 y al Getxo (promoción) a 4. En el camino correcto para prolongar su sueño amateur en la División de Honor.