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Historias irrepetibles

El hombre que peleaba por sus hermanos

Barney Ross llegó a ser campeón del mundo después de que su vida diese un vuelco tras perder a su padre en un atraco

Barney Ross, en una imagen de 1933.

Barney Ross parecía destinado a tener una vida corriente hasta que un atracador entró en el negocio que regentaba su padre. Había nacido en Nueva York en 1909, pero la familia, judíos de origen ruso, se había trasladado a Chicago donde abrieron una tienda de ultramarinos en Maxwell Street, el corazón del barrio judío de la "ciudad del viento". Beryl David Rosofski (el nombre auténtico de quien sería célebre boxeador) fue siempre un chico aplicado que seguía de forma escrupulosa el modelo de conducta que le imponía Isidore, su padre, un rabino de buen corazón y que mantenía su tienda abierta casi todo el día.

El mundo de Barney Ross se vino abajo cuando en 1924, cuando tenía quince años, unos atracadores entraron en la tienda de Isidore y le dispararon mortalmente cuando trataba de impedir el robo. Aquello colapsó a la familia por completo. La viuda entró en una crisis nerviosa de la que tardó años en recuperarse, los tres hermanos pequeños de Barney fueron enviados a un orfanato mientras él y su hermano mayor pasaron a vivir en la casa de uno de sus primos.

La conducta del joven judío cambió por completo. Sus hábitos, sus gustos y sus costumbres. Comenzó a alejarse de los estudios y de la religión, de la que siempre había estado cerca, y poco a poco comenzó a perder el tiempo en las complicadas calles del Chicago de los años veinte. Aquello no podía traer nada bueno. Alternó con ladrones, contrabandistas, jugadores, corredores de apuestas y mafiosos. Entre sus amigos llegó a estar Jack Rudy -quien en 1963 se haría célebre al disparar a quemarropa a Lee Harvey Oswald, el hombre acusado de matar a John F. Kennedy- y según contó en su biografía llegó a hacer pequeños trabajos para Al Capone, quien sería uno de sus incondicionales.

Comenzó a boxear siendo un adolescente cuando aún no tenía edad legal para subirse a un ring. Le gustaba el deporte y sin tener unas condiciones sobresalientes era un tipo listo, rápido y sobre todo muy duro. Fue en ese momento, cuando empezó a pelear cuando decidió cambiarse de nombre. Su madre, que trataba la buena mujer de recuperarse del mazazo que supuso perder a Isidore, se tomó de mala manera que uno de sus hijos intentara ganarse la vida peleando. Para no disgustarla optó por aparcar a Beryl David Rosofski y ser conocido como Barney Ross. Pensaba que sería una solución temporal, pero ese nombre ya le acompañó para siempre.

Su carrera como amateur fue sobresaliente. Ganó los Golden Gloves de Chicago y su determinación era sorprendente en un muchacho tan joven. Pero es que su motivación era superior a la de cualquier otro que se enfrentaba a él. Si James Braddock ("Cinderella man") peleaba "por leche para mis hijos", Ross lo hacía por sus hermanos pequeños. Su gran ilusión era hacerse profesional y ganar el suficiente dinero para comprar una casa a su madre y generar los suficientes recursos para sacar a sus hermanos del orfanato y recuperar la estabilidad familiar que tenían cuando Isidore estaba al frente de la tienda de ultramarinos.

Los aficionados de Chicago no tardaron en cogerle cariño. Siempre boxeaba hacia adelante, no tenía golpes demoledores, pero era inteligente y se tragaba los golpes sin inmutarse. Tras una primera serie de victorias tuvo un pequeño bajón que muchos achacaron a una vida algo desordenada. Volvió a alternar con sus peores amistades, se entregó a las apuestas en las que dilapidó parte del dinero ganado en sus primeros meses de profesional y abandonó en parte el entrenamiento. Quienes se preocupaban por su carrera fueron implacables con él y le echaron del gimnasio. Esos días Ross acudió a visitar a sus hermanos al orfanato y aquello le devolvió el sentido. Recordó de nuevo por qué boxeaba, cuál era su motivación y que su misión en la vida era reunir de nuevo a la familia. Imploró a sus entrenadores que le readmitiesen y garantizó el máximo esfuerzo. Dicho y hecho. A partir de abril de 1931 llegan veinticinco victorias consecutivas (tres años invicto), su nombre ya aparece como aspirante al título mundial, pero sobre todo consigue el viejo objetivo con el que soñaba desde hacía años. Las jugosas bolsas de las peleas contra Billy Petrole y Battlin Battalino permite a Ross comprar una casa grande y garantizar ante los servicios sociales el cuidado de sus tres hermanos. La familia vuelve a juntarse y Barney Ross se centra en lograr alguno de los cinturones que acreditan a los campeones del mundo. El 23 de junio de 1933, en una calurosa noche en un atestado Chicago Stadiu, llega su gran momento. Pelea contra Tony Canzoneri, campeón del mundo del ligero y del superligero. La pelea fue muy igualada (El Chicago Tribune diría al día siguiente que la ciudad nunca había visto un campeonato del mundo tan parejo). Gana Ross a los puntos tras diez asaltos en los que impuso su técnica ante un rival mucho más fuerte que él. No se detuvo ahí. Su siguiente objetivo fue el Mundial de los welter. Peleó por ese cinturón con Jimmy McLarnin en tres duelos consecutivos. Ganó el primero, perdió la revancha y se impuso en el desempate con el legendario Jack Dempsey como árbitro.

Ya estaba en el cielo del boxeo. El dinero entraba en su casa en grandes cantidades, pero también aumentan los gastos. Su afición al juego y a prestar a todo el que se lo pide se convierte en un pequeño problema hasta el punto que se ve obligado a acertar una defensa contra Ceferino García pese a tener roto el pulgar de su mano derecha. Le inyectan un analgésico cuyo efecto no tarda en desaparecer. Ese día Ross da una lección boxeando únicamente con su mano izquierda, una obra maestra frente a un púgil que poco después sería campeón del mundo.

Su retirada se produce en 1938 en Long Island. Ese día también tenía reservada otra lección. Su rival, un extraordinario boxeador llamado Henry Amstrong. Ross es una sombra de sí mismo. Muy lento seconvierte en presa fácil de su rival. Llueven los golpes. Casi no ve por un ojo, sangra abundantemente por la nariz pero no se resigna. Desde su esquina le dicen que pararán el combate, pero se niega. Es su última noche y no quiere despedirse de cualquier manera. Lo hará de pie con la guardia levantada, tratando de encontrar un golpe ganador. El propio árbitro le advierte al final del undécimo asalto que detendrá la carnicería, pero Ross le ruega que no le haga pasar por ese mal trago. Sigue el combate y cumple su ilusión. Gana Amstrong pero el entrega el título mundial de pie en el centro del ring. Y es entonces cuando cumple con su promesa y con 28 años se retirta del boxeo.

Años después Barney Ross se alista en el ejército después del ataque japonés a Pearl Harbour. En un principio se piensa en él como instructor de boxeo de los soldados, pero él termina por conseguir que le envíen al combate. Su destino es Guadalcanal, en el Frente del Pacífico, uno de tantos infiernos que el ser humano vivió durante aquel conflicto. Un día fue sorprendido junto a tres compañeros por una patrulla japonesa que les triplicaba en número. Se refugiaron en una zanja donde resistieron durante horas intercambiando disparos y gastando toda la munición que llevaban encima. Dos de sus compañeros murieron y otro quedó seriamente herido. Cuando pudo Ross trató de escapar de aquel acoso y no lo hizo solo. Pesaba menos de setenta kilos, pero se echó encima a su compañero de más de noventa hasta sacarlo de aquella emboscada. Fue condecorado por esa acción, pero en el hospital donde fue tratado de sus heridas se hizo adicto a la morfina, el siguiente enemigo con el que peleó en su vida. Tuvo serios problemas por este motivo y se gastó una fortuna en dosis de la droga. Hasta que un día se plantó, como hizo en los comienzos de su carrera en el boxeo. Pidió su ingreso en un centro de rehabilitación y 120 días después salió completamente limpio. Nunca más se acercó a ninguna otra droga. Se dedicó entonces a contar su vida, a escribir un libro que es un ejemplo de coraje.

El cáncer ya fue un enemigo imposible de derrotar. Tenía 57 años cuando en un hospital de Chicago su corazón se detuvo. La ciudad despidió con honores a uno de sus deportistas más queridos y también de los más olvidados.

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