Pocas veces un gol significa tanto como el que ayer anotó Orellana para detener esa cuenta que amenazaba por convertirse en una obsesión enfermiza para el Celta. El chileno, al culminar una jugada a balón parado, dejó en 726 la cantidad de minutos que el equipo vigués ha estado sin marcar en la Liga y permitió de paso romper con la serie de seis derrotas consecutivas que habían frenado en seco la alegre marcha del Celta y levantado las primeras suspicacias en el entorno. Triste consuelo para quien ha merecido un premio mucho mayor en este tiempo. Pero la prioridad para los de Berizzo era frenar como fuese la hemorragia, motivo por el que el vestuario y la grada festejó el empate contra el Valencia como un gigantesco triunfo. Es la reacción de quien se siente de repente liberado, de quien vuelve a llenar los pulmones después de estar un tiempo sin respirar.

De todos modos, el mayor premio para el Celta no es el punto en sí, sino las circunstancias en las que lo logró. En el descanso era fácil pronosticar un colapso mental en la caseta de los vigueses. El Celta en el primer tiempo había fallado dos ocasiones claras, Orellana había errado un penalti y en la última jugada de ataque del Valencia Sergio se había tragado un disparo lejano de Rodrigo que había supuesto el 0-1. Con la carga que el equipo llevaba encima desde que Larrivey marcase en el Camp Nou el 1 de noviembre y teniendo enfrente al Valencia, era fácil predecir alguna clase de hundimiento. Pero justo en ese momento el Celta demostró una fortaleza mental extraordinaria y una fe en sus posibilidades que sirve como radiografía de un vestuario. No hubo resignación, ni entrega, solo pelea y descaro. Lejos de resignarse ante los tópicos de la mala suerte -que ha existido de forma indiscutible- los de Berizzo acosaron al Valencia liderados por la reaparición del Nolito más afilado, empataron el partido y estuvieron a unos centímetros de ganarlo si Charles llega a embocar casi en el descuento un balón cruzado. Hubiese sido el éxtasis, el final perfecto a una noche complicada que sirvió para que el Celta recuperase la confianza en sí mismo si es que en algún momento la perdió.

El día fue especialmente bueno para Berizzo que acertó con el planteamiento novedoso de los tres centrales, una solución que le permitió al Celta sacar la pelota con una limpieza y claridad que le ha faltado en otros días. Con Radoja y Fontás abiertos en los costados de Sergi Gómez, los vigueses no tuvieron problemas para encontrar las líneas de pase en dirección a los centrocampistas que se movieron con inteligencia para encontrar espacio por el que circular. Y a partir de ahí todo fluye con más facilidad. El Valencia, que reunió a mucha gente de ataque, no encontraba la manera de dificultar la circulación de un Celta que se sintió cómodo tocando con velocidad y atacando sobre todo por la banda de Orellana, bien respaldado por Mallo en su tarea de carrilero y por el omnipresente Krohn-Dehli. Se sintió arrinconado el Valencia, alejado de la imagen que hace una semana ofreció ante el Real Madrid. Los de Nuno se fueron aculando en su área y cuando trataban de salir tocando casi siempre se encontraban con la ajustada presión del Celta (extraordinario trabajo de Charles, Hernández, Krohn-Dehli) y si optaban por el balón largo los centrales y las piernas de Jonny y Mallo arreglaban el problema.

Lo malo fue cuando el Celta comenzó a regalar ocasiones. Lo hizo Orellana en el minuto 8 en la más clara, solo ante Alves; en varios disparos de la frontal y sobre todo en el penalti que Charles se fabricó con su astucia habitual. Tomó la pelota Orellana y perdió la pelea contra Diego Alves. El chileno, preso de la ansiedad, ni levantó la cabeza para percatarse que antes de golpear el meta ya estaba volcado al palo derecho. Hacia allí fue su envío. Balaídos y el Celta vieron desfilar ante ellos todos los fantasmas de los últimos meses. Segundo penalti fallado de forma consecutiva, el temor a otro día de oportunidades marradas y esa cuenta de minutos sin marcar que no se detenía. Setecientos iban ya. No desfalleció el equipo de Berizzo que mantuvos sus constantes, pero que antes del descanso se encontraría con otro disgusto. Fontás se equivocó en la salida de la pelota y regaló un balón a Rodrigo. El excéltico cabalgó hasta la frontal y lanzó un disparo hacia el centro de la portería que Sergio, uno de los pilares del Celta en esta temporada, se tragó. Otro guiño cruel del destino para un equipo que más que soluciones tácticas, empezaba a necesitar un exorcismo. La perspectiva era dantesca de cara al segundo tiempo.

Sin embargo, fue ahí donde el Celta sacó más que nunca su orgullo y su convencimiento de que solo el esfuerzo podía sacarle de su drama. Entró Nolito por el lesionado Mallo -la peor noticia del día- y pasó Orellana a ocupar la posición de carrilero por la derecha. Más madera en dirección a la portería del Valencia. El gaditano resultó esencial en el desarrollo del segundo tiempo porque revitalizó al Celta, acosó a su lateral y generó fútbol y situaciones de peligro desde su rincón. Alejado de su mejor versión en las últimas semanas seguramente por el cansancio y las molestias musculares, ayer volvió el futbolista que se ganó la convocatoria internacional. Los vigueses, entregados, se asomaron con frecuencia el área de Alves, pusieron picante a su ataque y acabaron por encontrar su justo premio en el minuto sesenta. Un saque de esquina forzado por Nolito que lanzó Krohn, peinó Radoja en el primer palo y Orellana en el segundo fusiló a la red. Gritó el chileno la rabia y con él todo el equipo, todo el estadio. Doce horas sin cantar ni un gol genera una ansiedad difícil de describir.

El Valencia fortaleció el medio del campo dispuesto a recomponer en gran medida su descontrol y el Celta siguió intentándolo de la mano de Orellana y de Nolito que probó a Alves y que convertía en un incendio cada uno de sus envíos. Agotados algunos de sus medios por el esfuerzo, al Celta buscó algo más de orden con Borja Fernández para el empujón final. Al Valencia se le puso cara de estar a gusto con el empate, pero el Celta se negó a firmar las tablas que le ofrecían desde el otro lado del campo. Los de Berizzo insistieron hasta el desmayo físico y en la última jugada del partido pudieron encontrar el premio que habían merecido. Fue en otra jugada conducida por Nolito que puso un balón en el segundo palo donde Orellana entró completamente solo. El chileno puso el balón cruzado al otro lado para que Charles empujase a la red. El delantero, al filo del fuera del juego, se lanzó al suelo y tocó la pelota con la punta del pie. Caprichosamente el balón salió a dos dedos del poste. Un número más de bota y la jugada habría terminado en gol. Caprichos del destino, del fútbol, en un día en que el Celta apreció más que nunca lo bien que sabe un gol.