Roger Federer dijo minutos después de laminar a Richard Gasquet para levantar su primera Copa Davis que el triunfo en Lille era histórico para Suiza pero que él no lo necesitaba especialmente, que podría vivir más tiempo sin aquel trofeo. Una de esas mentiras piadosas que se cuentan posiblemente por el reparo a abrirse como en un psicoanálisis y admitir la presión mental con la que cargaba desde hace tiempo. Nadie puede creer semejante cosa después de verle sollozar como un niño abrazado a Luthi, el sereno capitán, y a Wawrinka, el amigo al que agradeció haber sostenido al equipo cuando el dolor de espalda le inutilizó en la primera jornada y con el que tuvo que arreglar las diferencias nacidas en la semifinal de la Copa Masters hasta el punto de enviar al exilio temporal a su propia esposa, principal responsable de la tensión existente entre ambos tras haber llamado a Wawrinka "niño llorón" . A nadie le importaban las declaraciones. Federer hablaba a través de sus lágrimas, de su sonrisa, de los abrazos que le daba a su compañero, ajeno a las explicaciones que le obligarán a dar en casa.

El genio de Basilea completó el pasado fin de semana su legendario palmarés. Ya no quedan espacios vacíos en su sala de trofeos. Puestos a entrar en detalles, se hablará de la ausencia de un oro individual en los Juegos Olímpicos, pero con el tiempo quedará como un asunto menor. En su hogar ya reposa la medalla ganada junto a Wawrinka en dobles en Pekín 2008, la ambición por ser campeón olímpico ya está satisfecha aunque en dos años asomará la nariz en Río de Janeiro en busca del título individual que le arrebató hace dos años en la hierba de Londres el mejor Murray que hubo y habrá.

Federer se ha convertido en el segundo tenista de la historia que logra sumar los siete grandes trofeos que existen en este deporte (los cuatro Grand Slam, Masters, oro olímpico y Copa Davis). Solo antes de él lo había logrado el norteamericano Andre Agassi, aunque dosificando mucho más sus victorias. El de Las Vegas ha ganado doce grandes títulos, menos de la mitad del suizo, que acumula en estos momentos veinticinco y luce un estado de forma que a sus 33 años hace pensar que seguirá buscando ampliar ese palmarés hasta límites insospechados.

Quien tampoco está demasiado lejos de sumarse a esta lista de jugadores es Rafa Nadal. Al mallorquín solo le falta el Masters para completar su hoja de servicios, una conquista que cada vez le va a resultar más complicada por sus achaques y porque el techo del O2 jugará siempre en su contra. Para ingresar en ese selecto club a Djokovic le faltan el oro olímpico y Roland Garros (a su alcance ambos teniendo en cuenta su edad y su fabuloso estado de forma) pero es evidente que es el otro gran aspirante a cerrar el círculo.

El añadido olímpico

Antes de ellos quedaron muchas leyendas que siempre encontraron una piedra contra la que tropezaron de forma recurrente. El oro olímpico, cabe recordar, solo existe desde 1988 pero para muchos tardó en tener la importancia suficiente para hacerles cambiar la planificación de la temporada. De ahí que solo los tenistas de la última generación hayan aparecido en el podio de esas citas. Muchos dejaron escapar una ocasión que seguro lamentan hoy en día.

El domingo el tenis recibió un nuevo empujón por parte de quien más lo ha perfeccionado. La actitud de Federer, su decisión de anteponer el triunfo con su país a la propia Copa Masters, cuya final no disputó por miedo a que lo lastrase ante Francia, es la mejor campaña de promoción para la Copa Davis, revitalizada por las lágrimas de un fuera de serie. También dice mucho del suizo, de su ansia por seguir adelante sin pararse a ver su partida de nacimiento, por su afán de mejora a los 33 años cuando ya sabe que su palmarés será difícilmente igualado y que nadie le robará su lugar en la historia y en la memoria de los aficionados. Hace meses se puso en manos de Stefan Edberg que ha devuelto a una de las mejores versiones del de Basilea. El sueco le volvió a poner en su sitio, le ha empujado a hacer lo que mejor sabe, lo que le distingue del resto, ese juego alegre, voraz, siempre hacia delante, acortando todo lo posible los puntos como si no estuviese para perder tiempo. Y así volvieron las lágrimas y los títulos. Esta semana ya lo avisó: "Aún no veo el momento de la retirada, ni me lo planteo". Al contrario, en la sala de trofeos de su casa siguen haciendo sitio por si acaso.

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