Casi por inercia, como quien cumple un trámite con cierta desgana. Así despachó el Celta a un Levante espectral al que no le funcionó la idea de Alcaraz, recién llegado al banquillo granota, quien envió a su equipo a Balaídos con un paraguas para aguantar el previsible chaparrón vigués. De poco le sirvió. Ni tan siquiera le hizo falta a los vigueses un despliegue generoso. Les bastó con una pizca de paciencia -de la que tanto habló Berizzo en la víspera- y un mucho del olfato salvaje de Larrivey que ayer se comenzó a ganar el derecho de mirar a los ojos de Vlado Gudelj, mito de Balaídos. El argentino mejoró el récord del bosnio al marcar en sus primeros seispartidos en Balaídos -cinco con la camiseta del Celta y uno con el Rayo la pasada campaña-, algo que parece reservado solo para aquellos que llegan con la misión de perdurar en la memoria de los aficionados. Larrivey embocó el primer balón que sus compañeros le pusieron en condiciones y el partido, que apenas existía, desapareció por completo. Un monólogo terrible, una posesión abrumadora del Celta al que solo el aburrimiento, el sentirse tan superior al rival, podía comprometer. Es el riesgo que se corre cuando uno siente esa diferencia en el campo. Por un momento en el segundo tiempo sobrevoló esa sensación; el Levante disparó por primera y única vez a portería y el Celta despertó entonces de su siesta para quitarse de encima a los valencianos con un par de manotazos distraídos al aire.

El día le salió redondo a Berizzo que además encontró sin problemas soluciones para las importantes ausencias que tenía en el equipo al tiempo que dio un paso más para la definitiva instalación de Pablo Hernández, su apuesta más personal, en el once. El "Tucu" reemplazó a Alex López y aunque es evidente que le falta una marcha y acusa el verano que se ha pasado en manos de los fisioterapeutas, demostró que conoce el oficio y esconde condiciones para convertirse en un futbolista importante. Ayer fue entrando poco a poco en el partido. En eso no le ayudó mucho el Celta que a diferencia de otros días, eligió una velocidad menos de salida. Menos revolucionado que de costumbre, como si entendiese que el partido tenía que masticarlo. Alcaraz situó a un equipo alrededor de Mariño, plantó dos líneas apretadas y se obsesionó por cerrar el paso a Krohn aunque fuese a costa de regalar metros a Radoja. El serbio equilibra el campo, pero sufre a la hora de afilar sus envíos. Elige lo seguro, el pase horizontal, con escasa profundidad, que Alcaraz festejaba desde la banda porque no le descomponía el tinglado que tenía armado. Pero el Celta no desesperó pese a la escasez de ocasiones o la falta de inspiración que se adivinó en las primera acciones. El partido era una simple cuestión de tiempo. Hernández tuvo la primera en una buena llegada al balcón del área, un aviso de lo que sucedería antes de cumplir la primera media hora. Mina -el recambio elegido por Berizzo para Orellana- cabalgó como a él le gusta por la banda derecha y cuando frenó en seco a la defensa del Levante le temblaron las piernas. Cedió a Hernández y este, de primera, filtró el balón al corazón del área. Larrivey, en fuera de juego por un suspiro, hizo el resto. Se giró y ajustició a Mariño. El argentino corrió para celebrarlo y para situarse al lado de Gudelj quien en 1991 también marcó en sus primeros cinco partidos en Balaídos con la camiseta del Celta. Una barbaridad que acredita al protagonista de una de las grandes operaciones del equipo vigués en mucho tiempo.

El gol no cambió el plan de Alcaraz que debe andar bastante alarmado con lo que se ha encontrado en Levante. "Prietas las líneas" insistía desde la banda. Larrivey lo pudo liquidar antes de ir al descanso, pero su disparo se escapó por dos palmos mientras Mariño lanzaba preguntas al aire. En la otra portería, Sergio se movía para no coger frío mientras Barral perdía todas las carreras con los defensas vigueses por coger alguno de los melonazos que llovían desde la otra punta del campo. Para eso había colocado Berizzo a Jony en el lateral zurdo en lugar de Planas. Le robó profundidad al equipo, pero a cambio ganaba piernas para replegar.

Aunque el Levante movió el banquillo en el descanso nada sacó al Celta de la paz en la que había jugado el primer tiempo. Sin noticia del rival, debían pensar los vigueses que toqueteaban el balón de manera anodina, como si aquello fuese el final de una fiesta en la que ya ha pasado todo lo bueno. Sensación extraña. Eso fue un problema porque el aburrimiento, el tedio amenazó a los de Berizzo. Tan clara era la diferencia entre ambos equipos que corrían el riesgo de irse antes de tiempo a sumar los puntos al casillero y encontrarse un disgusto en cualquier momento. Entraron Madinda y Alex López para darle un poco de aire al equipo cuando el Levante les hizo despertar de golpe. En una descoordinación en el medio del campo, Ivanschitz enganchó un disparo lejano que se estrelló contra el larguero de Sergio. Único tiro en todo el partido del Levante. Aquello fue como un gancho que recibe el boxeador superior y confiado que trastea con el rival convendido de que ya está vencido. El Celta se enchufó y mató al Levante después de fallar un par de ocasiones. Otra vez Larrivey que cabeceó a la red un rechace de Mariño a remate de Nolito. El sello al partido. Luego vendría el gol de Alex, importante para el muchacho, y el pitido final. El Celta ganó como los equipos importantes, sin necesidad de sacar lo mejor de su repertorio. Hay muchos mundos en la Primera División y ayer quedó claro que el Celta y el Levante no pertenecen al mismo.