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HISTORIAS IRREPETIBLES

La bronca que acabó con un equipo en huelga

Ty Cobb, una de las grandes estrellas de la historia del béisbol, protagonizó algunos de los incidentes más sonados de su tiempo

Ty Cobb posa con el bate y la camiseta de los Tigers.

"Es un jugador próximo a la demencia" llegó a escribir un periódico de Detroit al referirse a Ty Cobb, la indiscutible estrella del equipo de la ciudad. Parece impensable que algo así pudiese suceder hoy en día en cualquier deporte, en cualquier lugar, pero a comienzos del siglo pasado la personalidad del jugador de los Tigers era una fuente inagotable de noticias para los medios de comunicación. Nadie discutía su inmenso talento -cuando se retiró tenía nueve récords de las Grandes Ligas- ni sus malas pulgas.

Ty Cobb estaba convencido de que los veteranos del equipo eran los responsables de su carácter violento y solitario. Nunca se sintió cómodo en el vestuario de los Tigers. Las novatadas, el trato que se dispensaba a los recién llegados le distanció para siempre de sus compañeros e hizo aflorar lo peor de él. Lo que para muchos jugadores supone un proceso de integración en el grupo, en el caso de Cobb se transformó en el origen de un aislamiento que solo se resolvía cuando salían al campo a defender la misma camiseta. "Esos veteranos me convirtieron en un gato montés malhumorado" llegó a justificarse en una entrevista al final de su carrera.

Aunque no le gustaba hablar de ello es evidente que su infancia en Georgia ayudó a construir su curiosa personalidad y también el trágico suceso que acabó con la muerte de su padre, quien no pudo disfrutar del éxito de Cobb en las Grandes Ligas. El padre sospechaba que su mujer le era infiel y un día decidió esconderse con la intención de sorprenderla en plena traición. Se acercó de forma sigilosa a la casa que tenían no muy lejos de Augusta. Su esposa, que se encontraba sola, vio una sombra merodeando en silencio al otro lado de la ventana y el pánico hizo el resto. Cogió el rifle que había en la habitación y sin mediar palabra disparó en dirección a la silueta. El resultado fue trágico. El padre de Cobb murió al instante. Creció con esa herida en el alma, a la que apenas se refería aunque quienes le conocían no tenían ninguna duda de que su forma de ser se transformó radicalmente aquel día.

Con solo diecinueve años, avalado por sus impresionantes números como aficionado, se presentó en el estadio de los Tigers como un ambicioso proyecto de jugador. No imaginaban los de Detroit la gloria que les iba a proporcionar el "melocotón de Georgia". Ni tampoco los problemas. Porque Cobb se hizo célebre por su promedio de bateo -cuyo récord aún posee en la actualidad- y por sus gigantescas broncas. Compañeros, árbitros, espectadores, camareros de restaurante...nadie parecía a salvo de su carácter.

De todas ellas una de las más célebres tuvo lugar en 1912. Llevaba ya siete años en las Grandes Ligas y era una indiscutible estrella. La mayor que existía en aquel instante en Estados Unidos. Ya había protagonizado episodios legendarios como cuando en 1910 se negó a jugar el último partido de Liga para no poner en riesgo su estadística. Ese año era el primero en el que se entregaba lo que se conocería con el tiempo como MVP (a falta de votación se utilizó para dar el galardón a quien tuviese el mejor promedio de bateo) y el premio era un automóvil. Cobb llegó líder en la clasificación a esa última jornada y optó por no poner en riesgo las llaves del coche, algo que a la opinión pública le costó mucho entender y que sirvió para comprobar que él anteponía sus intereses personales a casi todo.

Pero lo de 1912 ya fue el colmo. Jugaban los Tigers en Nueva York contra los Highlanders en Hilltop Park. En la grada ya era común que los aficionados tratasen de sacar de sus casillas a la estrella rival. Una forma de hacer un servicio a su equipo. Claude Lueker se llamaba el seguidor del equipo neoyorkino que saltaría a la fama aquella tarde. Se había pasado casi toda la tarde lanzando improperios en dirección al jugador de Detroit que lanzaba continuas miradas a la grada. El problema llegó cuando Lueker le llamó "medio negro". Cobb, famoso también por ser un racista sin solución, se arrancó en dirección a la tribuna. Saltó las primeras filas de asientos y se enganchó en una pelea con el aficionado que trataba de parar como podía la lluvia de golpes. Alguien en la grada le hizo ver a Cobb que estaba pegando a un minusválido. Y así era. A Lueker le faltaba una mano y tres dedos de la otra producto de un accidente laboral. "Me da igual, como si no tiene pies" fue la respuesta de jugador a quien costó detener.

Las consecuencias del incidente, que indignó a los responsables de la competición, fueron importantes. Cobb fue expulsado indefinidamente de las ligas y se le impuso una multa de cincuenta dólares. Los compañeros de los Tigers, aunque le detestaban profundamente, aplicaron la ley de solidaridad que reinaba en los vestuarios y se fueron a la huelga. No les importaba no tener razón porque hay reglas que están por encima de eso. En el siguiente partido el equipo de Detroit, ante la amenaza de una sanción descomunal por no presentarse, alineó un equipo formado por jugadores universitarios y recibió una de las mayores palizas de la historia. La situación se agravaba por momentos y la Liga tuvo que amenazar a toda la plantilla con expulsarlos para siempre del beísbol. Pero el equipo se mantuvo unido pese a todo. Curiosamente, pese a la distancia que mantenían con Cobb, siguieron firmes en la defensa de su compañero que posiblemente recibió una de las mayores lecciones de su vida. El cisma concluyó cuando el propio Cobb pagó la multa de su bolsillo y pidió públicamente a sus compañeros que abandonasen la huelga. Y los Tigers, con el indultado Cobb, volvieron entonces a jugar.

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