Jonathan Vila se convirtió esta semana en el último en caerse de la inolvidable foto de hace poco más de dos años, la de la tarde en la que Balaídos estalló de felicidad por la vuelta del equipo a Primera División después de un lustro de duro peregrinaje por el desierto en el que se convirtió para ellos la Segunda. En solo dos años la mutación de la plantilla del Celta ha sido casi absoluta y el tiempo y las decisiones deportivas han ido desterrando a buena parte de aquella generación de canteranos que invadieron el vestuario del primer equipo para empujarle de nuevo a la élite. Un proceso lógico, pero igualmente doloroso al recordar lo que significó aquel grupo de futbolistas.

El de Budiño ha sido el último en irse, entre lágrimas, después de catorce años conviviendo con la humedad de A Madroa. Casi todos los de su promoción tampoco están. Antes que él se marcharon en diferentes circunstancias Roberto Lago, Andrés Túñez, Iago Aspas, Toni o Dani Abalo. Unos traspasados en busca de una vida mejor; otros con la carta de libertad y los más para dejar paso a otros futbolistas y también a otra generación de futbolistas salidos de A Madroa que trata de instalarse en la primera plantilla. El caso de Vila, al margen de ser el último, es un ejemplo muy claro de esta política que sigue el Celta y que trata de defender con decisión. La idea es que su plaza en el primer equipo, en las alineaciones, convocatorias o solo entrenamientos según resuelva Eduardo Berizzo, sea para David Costas y para David Goldar. Y eso implicaba resolver cuanto antes la situación de Jonathan Vila que en su comparecencia del miércoles por la tarde aseguró que entendía la postura y la decisión tomada por los responsables técnicos del equipo.

De los once canteranos que vivieron en primer persona el partido contra el Córdoba permanecen en el equipo únicamente cinco: los dos porteros (Yoel y Sergio), Hugo Mallo, Alex López y Borja Oubiña. Se fueron seis, futbolistas todos de una edad pareja, compañeros la mayoría de vestuario desde muchos años antes de llegar a la caseta de la primera plantilla. Todo un símbolo en la renovación que proclama el Celta.

El caso es mucho más exagerado si dejamos a un lado los canteranos de aquel tiempo. Del resto de futbolistas no salidos de A Madroa que vivieron el ascenso solo queda uno en el equipo, Fabián Orellana, y con el matiz de que en estos dos años le dio tiempo a hacer un viaje de vuelta a Granada antes de recalar otra vez en el Celta. El resto también fue saliendo poco a poco de Vigo. En esa lista están Oier Sanjurjo, Quique de Lucas, Mario Bermejo, Natxo Insa, David Rodríguez, Cristian Bustos, Joan Tomás, Catalá y Bellvís. En solo dos años la mutación del Celta va camino de ser absoluta y podría serlo aún más teniendo en cuenta que tiene pendiente de resolver el asunto de la portería (que podría dar con alguno de los dos supervivientes de aquella temporada fuera de Balaídos) y la posibilidad de que alguna vez los rumores sobre Fabián Orellana y los equipos chilenos terminen por consolidarse, algo que de todos modos parece lejano en estos momentos. El Celta va despidiendo poco a poco a una de las generaciones que con más cariño serán recordadas en Balaídos. El proceso lógico de las cosas, del fútbol, del tiempo, pero no por ello resulta menos triste.