El Mundial ya tiene su príncipe a la espera de saber quién se gana el derecho a subir al trono del torneo. James Rodríguez, el delantero colombiano de 22 años que el Oporto traspasó hace un par de años al Mónaco, reventó las esperanzas uruguayas con una actuación determinante justo cuando el torneo aumentó la exigencia. Lo que distingue a los elegidos. El delantero -otro de los que ha ayudado a aumentar la fortuna de la factoría de Jorge Mendes- ya venía avisando. Fue elegido el mejor jugador de la primera fase y su rostro se convirtió en la mejor imagen de esta nueva Colombia, joven, atrevida y ambiciosa que inevitablemente recordaba al equipo de hace veinte años de Maturana con Valderrama, Asprilla o Rincón. Quedaba la prueba de los octavos de final, de los partidos de verdad, cuando las piernas de los futbolistas tiemblan y en el camino se cruzan selecciones cuajadas en batallas similares. Uruguay es uno de esos equipos que ayudan a medir las pretensiones de los aspirantes. Y mucho más después de lo sucedido con Luis Suárez. La expulsión del delantero del Liverpool es evidente que restaba a los charrúas su principal argumento ofensivo, pero al mismo tiempo les daba un motivo más a sus compañeros para arroparse, para buscar energía extra en esa pelea que se establece contra quien parece empeñado en arrebatarte tus esperanzas. A priori los uruguayos y su extraordinaria generación no parecían un buen negocio.

Pero al final no hubo partido. Colombia y James Rodríguez fueron demasiado o a Uruguay le pesó en exceso su orfandad de Luis Suárez. Los de Pekerman jugaron un magnífico partido que les ha valido para mostrarse como una atractiva propuesta que ahora tratará de arruinar la fiesta de los brasileños, su rival en cuartos de final.

Colombia asumió de salida su papel que se le asignaba en el partido. Sin ninguna clase de especulación. Lo mismo que Uruguay que se fortificó en torno a su área sin importarles lo que dijese la estadística del partido. Porque la posesión de los "cafeteros" fue abusiva, pero siempre en las zonas que buscaba Tabárez. Ahí no hacen daño debía pensar el técnico ante las evoluciones en la zona de medios de esa colección de futbolistas verticales e imaginativos como son Armero, Cuadrado, James o Jackson Martínez que continuamente se estrellaban con el muro en la frontal del área de Muslera. Todo en orden.

Pero James Rodríguez rompió el plan de Tabárez de una forma tan rotunda como hermosa. Recogió en tierra de nadie un balón y tras controlarlo con el pecho sacó una volea escandalosa que dejó de piedra a los centrales e hizo inútil la estirada de Muslera. Un golazo de un futbolista que se va a hacer de oro. El tanto empujó a los colombianos al ataque y dejó consternados a los uruguayos que apenas encontraban respuestas y mucho menos el camino hacia la portería rival. Cavani se peleaba con todo lo que se movía, pero aquello no alcanzaba.

Colombia no se conformó. Mostró ambición y entusiasmo en el segundo tiempo. Lejos de salir a proteger el gol de renta hicieron veinte minutos magníficos en los que acorralaron a Uruguay mostrando un gusto exquisito y que tuvo su premio en una jugada coral que James Rodríguez convirtió en el segundo tanto. La prueba definitiva de que esta Colombia va en serio y que tiene muchos más argumentos que aquella de hace dos décadas que se quedó para el recuerdo como una simple aspirante, como un proyecto inacabado.

Con todo perdido a Uruguay le quedó el orgullo, que no es poca cosa. Colombia dio un pequeño paso atrás y demostró que no está acostumbrada a jugar a eso, que puede ser perfectamente su condena. Los charrúas se fueron con todo lo que tenían, con sus veteranos ajados, con Cavani que muere por cualquier balón, con el "Cebolla", con Stuani...y consiguieron que el protagonismo del partido pasase a manos de Ospina, el portero colombiano, cuñado además de James Rodríguez. Un par de manos del meta impidieron que Colombia se sometiese a una inesperada prueba de madurez en los minutos finales. Un digno final a una gran Uruguay.