Amarildo Souza do Amaral (Curitiba, 1964) fue de paso breve pero intenso. Encandiló a la directiva céltica cuando disputó el Trofeo Ciudad de Vigo con el Internacional de Porto Alegre. Vistió de celeste en la temporada 88-89. Disputó 34 partidos ligueros. Anotó 16 goles, dos de ellos a un Real Madrid de leyenda. Adquirido por 60 millones de pesetas, la directiva presidida por José Luis Rivadulla se lo vendió a la Lazio a la conclusión de esa única campaña por 250 más comisiones e impuestos. Excelente negocio, se pensó entonces. Ruinoso, sin embargo. La añoranza de tan excelente ariete se tragó a sus sustitutos, Nilson y Mauricio, y acabaría conduciendo al equipo celeste a Segunda. La cura no llegaría hasta el verano de 1991, con Gudelj.

Amarildo vuelve a Vigo y se reencuentra en Bouzas con viejas amistades: Maté, Gustavo Loureiro... Con ellos y con otros ha quedado para recordar la memoria que comparten. "Un año fantástico dentro y fuera del campo", resume el brasileño.

Maté se emociona cuando recuerda su juego: "Era un auténtico tanque. Tiraba a los defensas como bolos. Le da igual Fernando Hierro que Hierro Fernando". No es exageración. El Celta dirigido por Díaz Novoa flirteó con clasificarse para la UEFA. El Real Madrid de Leo Beenhakker, el de "la Quinta del Buitre" en su apogeo, sólo perdió un partido esa temporada. En Balaídos, por 2-0, con doblete de Amarildo.

El exjugador, que tras la Lazio jugaría en Cesena, Logroñés, Famaliçao y un puñado de equipos brasileños antes de retirarse a los 34 años, volvió el lunes al escenario de sus glorias. Presenció el Celta-Valladolid. "Es un equipo muy bueno técnicamente y aprovechó sus oportunidades. Le falta un jugador arriba". No lo dice como crítica a Charles, "un bravo jugador, que cae muy bien a las bandas". Lo suyo es reivindicación del nueve clásico, anclado como un faro en el área para guiar los centros de sus compañeros. A Amarildo le disgusta esta moda de los delanteros mentirosos. "La fábrica de los jugadores que eran como yo se ha cerrado", lamenta. Si cierra los ojos, aún puede dibujar con precisión los centros que le ponían los laterales célticos, Otero por ejemplo. Y añade: "Aquel Celta tenía una gran espina dorsal. Maté en la portería, buenos centrales (como Hagan), Vicente y Julio Prieto en el medio y yo arriba".

Amarildo ha seguido vinculado al fútbol tras retirarse. Ha entrenado y ha sido gerente. Posee una escuela de fútbol en su localidad natal. Y prolonga el amor al balón por la vía genética, a través de su hijo Daniel. El joven, de 17 años, lo acompaña en un tour europeo. Amarildo aprovecha sus contactos para conseguirle pruebas. Siembra de cara a una mudanza futura. Quizás le quede una pena. Porque Daniel juega de pivote defensivo.