El Celta culminó su tarea de la mejor manera posible. El equipo vigués ya no tiene nada a lo que temerle esta temporada. Ni la calculadora -que aún esconde una rocambolesca combinación que impide decir que la salvación es matemática- puede negarle al celtismo la felicidad que implica saberse en tierra firme, alejado de cualquier peligro y sin la necesidad de vivir esas agónicas jornadas finales a las que la historia del Celta ha acostumbrado a su hinchada. Sensación extraña para quien está acostumbrado a sufrir y ha hecho bandera de ese padecimiento. Los de Luis Enrique coronaron ayer una temporada notable en la que ahora pelearán por finalizar entre los diez primeros de la clasificación, mucho más de lo que esperaban los optimistas en el arranque del ejercicio, pero algo merecido y lógico viendo el nivel al que está finalizando la temporada la escuadra viguesa y el estado de forma luminoso de algunos de sus futbolistas. Cuando la mayoría en la categoría agonizan víctimas del calendario y de los kilómetros recorridos, en el Celta florecen.

Ayer, en un partido que ofrecía cierta inquietud por el hecho de medirse a un Valladolid que se jugaba media vida, el grupo de Luis Enrique fue un ciclón inaguantable que hizo cenizas al rival y solo su clemencia en la última media hora le impidió obtener una goleada de verdadero escándalo. El Celta transformó en un festival el día de la salvación. Se comportó con una seguridad impropia para quien simplemente debe pelear por la permanencia. Y eso que tardó en entrar en ebullución, en cogerle la temperatura al partido. El Valladolid dio la impresión de ponerse antes en situación y amenazó a Yoel en la primera jugada del partido. Nada que ver con lo que vendría a continuación. En cuanto el Celta encendió el motor el Valladolid desertó del partido. Esta vez fue Orellana el agitador. Luis Enrique -que volvió a recurrir a una alineación descarada con Krohn, Madinda y Rafinha en el eje del campo- ha hecho muchas cosas bien esta temporada. Una de las más complicadas era devolver para la causa a Orellana, jugador que en diciembre parecía desenchufado. El chileno acaba la temporada como un avión y ayer se encargó de destrozar al Valladolid con su desborde, sus diagonales y esa capacidad tan natural para encontrar espacios por los que filtrarse. El solo fue capaz de descoser a la defensa de JIM. Lo hizo en el minuto 23 cuando se plantó ante Jaime después de atropellar a los centrales del Valladolid, que corrían a una velocidad diferente a la suya, pero falló en su remate por muy poco. No hubo tiempo ni para que la gente se inquietase pese a que Charles y Nolito ya habían estrellado dos remates en los postes. Los clásicos designios que apuntan a que la noche viene torcida. Orellana se encargó de enderezarla. El chileno tiró un contragolpe en el minuto 37 y colocó un certero pase a Nolito para que el andaluz solo empujase a la red. Fue el toque de corneta que necesitó el partido. Al minuto siguiente, sin tiempo de que el rival cogiese aire, otra vez Orellana filtró un balón entre los despistados centrales y dejó a Charles con tiempo para medir el mano a mano con el portero rival. Resolvió con acierto por bajo. Visto y no visto. Un minuto y medio separaron ambos goles.

Olió sangre el Celta que aún pudo liquidar el partido antes del descanso. El Valladolid se quedó atontado, incapaz de digerir lo que había sucedido. No le sacó del pasmo ni el descanso porque al minuto siguiente de volver al campo Nolito culminaba una nueva jugada coral del Celta para hacer el tercero. Los de Luis Enrique ya eran un vendaval del que el Valladolid solo trataba de resguardarse como buenamente podía. Mordían los vigueses conscientes de que no podían dejar pasar la oportunidad de resolver el trámite para evitarse cualquier agobio innecesario. Madinda, que fue creciendo tras un arranque algo dubitativo, se atrevía cada vez a más cosas siempre bien respaldado por un Krohn-Dehli que se ha destapado como un excelente mediocentro. Al menos para lo que entiende Luis Enrique esa posición.El gabonés apuró la línea de fondo y puso un centro de oro que Mitrovic introdujo en su propia portería.

El Valladolid era un cadáver. El Celta relucía esplendoroso. En once minutos había anotado cuatro goles en un festival pocas veces visto en Balaídos y ni tan siquiera había necesitado las mejores versiones de algunos de sus grandes solistas como es el caso de Rafinha. Empezaron a sonar los grandes himnos del celtismo y el público se entregó a lo que ya era una fiesta. En el campo se sucedían las ocasiones casi por inercia. Pudo marcar casi todo el mundo que se atrevió a asomar por el área rival porque el Celta era capaz de generar una ocasión casi con la mirada.

Con el paso de los minutos Luis Enrique optó por dar descanso a algunos de los futbolistas que más minutos han jugado en el último tramo y el ambiente se empezó a relajar. Entendieron los vigueses que la avería que tenía el Valladolid ya era suficiente y que lo mejor era rebajarle un poco la intensidad al partido. Y los de JIM al final encontraron el insulso consuelo que supuso el gol de Manucho.

El Celta navegó hacia el final del partido con un punto de tranquilidad que nadie esperaba cuando la temporada se puso en marcha hace ahora unos meses. Su salvación es la de un equipo que siempre ha creído en lo que ha hecho de la mano de un técnico valiente que decidió que su equipo se comportase con una grandez que le falta a buena parte de la nobleza del fútbol español. El Celta sigue en su sitio, el que merece.