Orellana es el ejemplo extremo de cómo el estado anímico influye en un futbolista. Necesita que el entrenador crea en él para creer en sí mismo. La pasada temporada circuló la teoría de que Orellana tenía un hermano gemelo o al menos un doble idéntico. Solo la existencia de un sosias podía explicar que ese jugador timorato y depresivo fuese el mismo que tanto había contribuido al ascenso del Celta. Su actuación en el encuentro de ayer, especialmente en la primera parte, amplía esa hipótesis a la existencia de trillizos en la familia Orellana. Le faltó el gol en el mano a mano con Óscar para completar una noche prodigiosa. Dos asistencias, controles exquisitos, una superioridad majestuosa en el uno contra uno... Una reclamación a gritos de que lo lleven al Mundial.