Fin de ciclo. La derrota del Barça en la final de Copa no frente al Athletic o el Valencia, sino ante el Real Madrid, es la puntilla a un equipo legendario en el sentido en que Barney Stinson utiliza el término "legendario". Entiendo que los culés estén decepcionados con su equipo, con los errores de Alves, con el silencio ausente de Messi, con la intrascendencia de Cesc, con la fatiga de Xavi, con una defensa que parece una clase de improvisación en el Actor's Studio y hasta con la coleta de Pinto. Entiendo el cabreo culé con la directiva, con Zubizarreta, con la UEFA y con los alquimistas que redactaron el contrato de Neymar. Por supuesto, entiendo que Neymar esté todavía muy lejos de ascender a los altares azulgrana, sobre todo después de su gigantesco fallo en el último suspiro de la final de Copa ante un Casillas más batido que un cóctel en manos inexpertas. Lo entiendo todo. Pero una cosa es el pesimismo de la inteligencia futbolística y otra el optimismo de la voluntad de seguir luchando por la Liga.

Decía Schopenhauer que recordamos y percibimos la rozadura en el dedo del pie, y no el bienestar en el resto del pie o del cuerpo. Hoy, el Barça (jugadores, aficionados, directivos) sólo puede pensar en esa rozadura en el dedo del pie provocada por el zapato madridista; y esa rozadura en la Copa, unida a la rozadura de la eliminación en cuartos de final de la Liga de Campeones ante el Atlético de Madrid y el desastre en Granada, hace que nadie se acuerde del bienestar en el pie azulgrana conseguido a lo largo de varios años de títulos y grandes victorias. ¿Quién puede negar que el pie azulgrana goza de buena salud, más allá de líos legales y burocráticos? ¿Cuántos culés habrían siquiera soñado con este ciclo espléndido lleno de Copas de Europa, Ligas, Copas, Mundialitos, Recopas y toneladas de prestigio? ¿Qué era el Barça antes de Guardiola? ¿Alguien duda de que el Barça de Guardiola e incluso el Barça post-Guardiola superó al "Dream team" de Cruyff? La rozadura en el pie duele y es muy molesta, y es lógico que todo el cuerpo azulgrana esté pendiente de ese dolor y de esa molestia. Pero no es momento de encender las hogueras. La rozadura pasará.

Una tarde, Walter Benjamin contó a Ernst Bloch la historia de un rabino que creía que para lograr el reino de la paz no era necesario destruirlo todo y dar inicio a un mundo completamente nuevo, sino que bastaría con empujar sólo un poquito esta taza, ese arbusto o aquella piedra, y así con todas las cosas. Pero el rabino pronto comprendió que ese poquito era muy difícil de realizar y su medida muy difícil de encontrar, y por eso es necesario que llegue el Mesías. Me parece que el Barça no necesita autodestruirse (una vez más), sino reconstruirse, y para eso se necesita inteligencia para empujar un poquito esta taza, ese arbusto o aquella piedra. Pero eso es muy difícil, por eso me temo que el Barça caerá en la tentación de confiar en un Mesías que, ay, no será Messi. Si el Barça puede fichar este verano, fichará. Fichará mucho, y muy caro. Fichará bien, o quizás mal. Pero algunos grandes futbolistas que podrían seguir siendo grandes sólo con moverse un poquito saldrán por la puerta falsa del Camp Nou, sin sentir el último aplauso de una afición adicta a despedir con cajas destempladas a quienes durante mucho tiempo hicieron olvidar pasadas rozaduras en el pie.

No habrá movimientos de tazas, de arbustos o de piedras en el Barça, sino un nuevo Mesías. Probablemente, un Mesías alemán. O dos.