El Real Madrid respira aliviado mientras el Barcelona se sume en una infinita depresión. A falta de resolver los títulos grandes de la temporada -los que decretan la excelencia de un ejercicio-, los de Ancelotti durmieron ayer sobre el importante colchón que supone conquistar el primer título del año a costa de un Barcelona que en una semana ha dicho adiós a los tres torneos que perseguía. Un justo castigo para un equipo que ha perdido el ángel que tuvo y que le convirtió en algo diferente a lo que se había visto hasta ahora. Plano, estático, aburrido, indolente, los de Martino fueron superados hace una semana por un Atlético de Madrid sin Diego Costa y ayer lo fueron por un Real Madrid sin Cristiano Ronaldo. Ni tan siquiera hizo falta el portugués y ésa es la triste realidad del actual Barcelona. El entusiasmo del Real Madrid, su orden en defensa, su concentración le valieron para imponerse a un rival incapaz de tapar sus grandiosas lagunas, las que se le han ido agrandando con el paso de los meses de competición. Los problemas en portería y defensa, la nada que ahora mismo supone Alves en la vida del equipo y la ausencia una vez más de Messi se hicieron patentes en Mestalla y convirtieron en una quimera la posibilidad de derrotar al Real Madrid al que solo habría que reprochar el haber dejado la final sin resolver hasta los últimos diez minutos cuando Gareth Bale rentabilizó en parte su fichaje al marcar el tanto del triunfo tras una prodigiosa carrera por la banda izquierda -con la complicidad de Bartra- resuelta con un remate bajo las piernas de Pinto. Un grandioso colofón para un encuentro.

Si algo demostró la final es que Ancelotti había trabajado mucho más durante las horas previas a la final. Vigiló los detalles como pocas veces, ajustó al equipo sin Cristiano Ronaldo y en gran medida aplicó el manual de Simeone de hace solo siete días. Le entregó al Barcelona el medio del campo y se preocupó de dominar las dos áreas. Le atacó con velocidad -para ello descolgó en ataque a Benzema y a Bale utilizando un novedoso 4-4-2- y se protegió por dentro para ofrecerle al Barcelona la salida que supone Alves. O sea, nadie. Así le ahogó el Atlético de Madrid y así lo hizo el Real ayer por esa obsesión de jugar con demasiada gente por dentro.

El resultado fue que cada vez que cruzaba el campo el Real Madrid flotaba en el ambiente la sensación de peligro; cuando lo hacía el Barcelona el partido se convertía en un ejercicio de impotencia lamentable. Las miradas volvieron a volverse hacia Messi. Perdido, ajeno al juego, sin ofrecer la mínima salida a sus compañeros. Difícil entender lo que le sucede. Parece aislado de todo lo que rodea y el Barcelona no se lo puede permitir. Los blancos, en cambio eran balas, que trataban de hacer las jugadas en los menos toques posibles para aprovechar las piernas de Bale, la capacidad física de Di María y la intuición de un maravilloso Benzema, delantero que juega a un solo toque de manera ejemplar. En una de estas Di María se plantó ante Pinto -otro examinado en el día de ayer- y su disparo cruzado durmió en la red tras rozar la manopla del meta gaditano.

A partir de ahí el partido fue una muestra de incapacidad del Barcelona que apenas inquietó a Casillas. Más de una hora estuvieron así mientras el Real Madrid -cada vez más cerrado en torno a su área- le generaba siempre problemas a la contra. Solo el egoísmo y la ceguera de Bale o Di María impidió a los blancos que la grieta en el marcador fuese más grande. Y ese fue su principal pecado porque tuvo al Barcelona entregado, rogando casi por la sentencia. En la banda Martino era otro tipo superado que no entendió hasta el final del partido que necesitaba a alguien que tirase un desmarque, que jugase por fuera. Un Pedro. Se acordó de él a falta de veinticinco minutos cuando el Real Madrid había tenido cinco ocasiones claras tras el descanso.

El empate

El destino siempre caprichoso del fútbol pudo cambiar la noche cuando en un saque de esquina Bartra colocó en la escuadra un cabezazo al que Casillas no pudo responder. Un empate extraño, inesperado, que dejó al Real Madrid un tanto atontado mientras el Barcelona dio síntomas de despertar. Incluso en ese momento asomaron de forma puntual algunos de sus centrocampistas -horrible Xavi, discreto Iniesta-. Siguió ausente Messi, triste, en otra galaxia. Ni la posibilidad de ganar una final que parecía perdida le hizo volver a la tierra en la que no hace mucho era el indiscutible rey. En cambio se hizo presente Bale. En una salida por la banda de Alves, coladero infame, sacó la pelota de forma extraordinaria Xisco que jugó en largo hacia el galés. El interior convirtió la jugada en una prueba de velocidad contra Bartra. Pareció descarrilar, se salió del camino tras un empujón del canterano barcelonista, pero volvió a tiempo para recoger la pelota, dejar en evidencia al central y marcar a Pinto por debajo de las piernas.

El Real Madrid entonces tuvo miedo a perder. Su ejemplar comportamiento echó un borrón con la salida en masa de defensas que ordenó Ancelotti. El equipo se descolocó en las acometidas finales del Barcelona y Neymar pudo empatar en un remate que se estampó contra el poste antes de acabar en las manos de Casillas. Hubiese sido demasiado premio para un equipo tan descolorido como este Barcelona. El Madrid ya dormía sobre el colchón que evita el vacío al que ahora se enfrenta el Barcelona, vacío agravado por la ausencia de Messi. En cambio hoy reluce Bale. Durante unos días toca no acordarse de su coste.