"La mayor deshonra del deporte francés". Así catalogaron hace tiempo a Alex Villaplane, mediocampista que vistió en una veintena de ocasiones la camiseta de la selección francesa de fútbol -llegó a jugar un Mundial-, pero cuya biografía reúne un buen número de episodios despreciables. La Federación gala trató de forma infructuosa de borrarle de su historia hasta que desistió y aceptó que el mundo supiese que un miserable como Villaplane había llegado a lucir el brazalete de capitán.

Este centrocampista, aseado futbolista y del que en aquella época se valoraba especialmente su buen criterio, se convirtió en el primer futbolista de origen magrebí en ser internacional por Francia. Todo un símbolo de integración. Había nacido en 1905 en Argelia aunque desde los quince años residía junto a sus tíos en el sur de Francia donde no tardaron en llamar la atención sus buenas condiciones. Fue el Sete, entrenado entonces por un escocés llamado Gibson, quien le abrió la puerta de la Primera División francesa cuando tenía apenas diecinueve años. Su paso al Nimes, principal rival de su primer club, sirvió para que su fama se disparase en todo el país y le abriesen las puertas de la selección. En 1926 hizo su debut; jugó un partido en los Juegos Olímpicos de 1928 y los tres encuentros que Francia disputó en 1930 en Uruguay en el primer Mundial de la historia. En aquel momento ya era el capitán de la selección y fue cuando antes de comenzar el partido ante México en Montevideo confesó que era el "día más feliz de su vida".

Villaplane ya era un futbolista famoso que se ganó su fichaje por el Racing de París, pero había demasiadas costuras en su personalidad. Era un asiduo a las carreras de caballos y en los hipódromos y en los cabarets parisinos comenzó a dilapidar el dinero que llegaba a su bolsillo. En esas largas noches bien regadas de alcohol y en el mundo de las apuestas comenzó a alternar con lo más sórdido de París. Traficantes, rateros, mafiosos y todo tipo de delincuentes comenzaron a formar parte de sus compañías. Su carrera comenzó entonces a resquebrajarse. Fichó por el Antibes en 1932, que le hizo una interesante oferta, pero el episodio acabó de la peor manera cuando el conjunto francés fue descalificado tras ser acusado de comprar un partido decisivo por el título. La investigación, la primera que se hizo en Francia por la venta de partidos, dictaminó que Villaplane había sido uno de los cerebros de la operación. Su nombre quedó manchado para el fútbol y comenzó entonces a deambular por clubes menores hasta que en 1935 desapareció por completo. Reaparecía para la opinión pública siempre por motivos oscuros. Ingresó en prisión por asuntos relacionados con las apuestas de caballos, participó en el robo de un billete de lotería premiado y en diferentes delitos. El mundo del hampa se había convertido en su hábitat natural.

Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial y los nazis entraron en París, aquel fue un tiempo terrible para la mayor parte de la población, pero también abría nuevas oportunidades para miserables y gente sin el mínimo escrúpulo. Entre ellos estaba el exfutbolista que no dudó en acudir a la llamada de Henri Lafont, un célebre criminal parisino que se ofreció a los alemanes para crear una unidad formada por delincuentes locales para combatir a la Resistencia Francesa. Los alemanes dudaron al principio, pero finalmente aceptaron la propuesta de Lafont que reclutó a una selección de tipos despreciables: ladrones, asesinos, contrabandistas, tiradores. Toda clase de gentuza. Villaplane, que estaba en la cárcel en ese momento, se unió a lo que fue conocido como la Gestapo francesa. Se les proporcionó uniformes, una sede en el centro de París -en cuyo sótano se torturaba y asesinaba de modo absolutamente impune- y la misión de atrapar judíos, miembros de la Resistencia y cualquier enemigo del Reich. Para el exfutbolista aquella fue una etapa especialmente rentable porque además se enriquecía vendiendo el oro y cualquier otra clase de bienes que robaba a los prisioneros.

En 1943 Villaplane se integró de la mano de Lafont en la Brigada del Norte de África, de la que era uno de sus mandos. Le encomendaron la misión de limpiar de judíos la región de Perigord. Es ese momento en el que crece de forma escalofriante su crueldad. El excapitán de la selección francesa se ve entonces directamente relacionado con toda clase de desmanes. El episodio más terrible es el que tiene lugar en Mussidan donde asesinan de manera fría a once jóvenes de entre 17 y 25 años. Villaplane siguió enriqueciéndose a costa de las familias judías a las que prometía salvar. A cambio les pedía dinero, joyas, lo que tuviesen y luego les conducía directamente al tren que les llevaba a los campos de concentración alemanes. La miseria hecha hombre.

Cuando en verano de 1944 los aliados recuperaron París Villaplane entendió que le esperaba un negro futuro. La Resistencia hacía tiempo que le había convertido en uno de los objetivos. Trató de aprovechar su pasado como futbolista famoso para convencer a todo el mundo de que realmente era una especie de infiltrado en las filas alemanas y que durante la guerra había intentado ayudar desde dentro a sus paisanos. Pero había demasiadas pruebas en su contra, muchos testigos que le vieron cometer toda clase de atropellos en aquellos años negros. En el juicio al que fue sometido no hubo muchas dudas. El 1 de diciembre fue condenado a muerte junto a varios de sus colaboradores y el 26 de diciembre, en el Fuerte de Montrouge, fue ejecutado. Ya no había rastro de su gloria deportiva, solo era un personaje despreciable. Por eso Francia y su Federación trataron de ocultar que un día ese hombre defendió su camiseta.