Acostumbrado a las penurias de Segunda División y a los sufrimientos por volver a Primera y para mantenerse en la élite, el celtismo se reactiva cuando su equipo pasa por momentos delicados. Ayer, celebró como una victoria el empate ante la Real Sociedad porque el conjunto de Luis Enrique resurgió en el momento más difícil: con el marcador en contra y con un jugador menos por la expulsión de Aurtenetxe. Entonces, Balaídos se convirtió en una olla a presión y con su ánimo llevó en volandas a unos futbolistas que lo dieron todo por brindar una alegría a unos aficionados que llegaron con la comida casi en la boca al campo.

Ya había comenzado el partido cuando se sentó el último de los 20.839 aficionados que ayer acudieron al coliseo vigués. A las cuatro de la tarde y con un sol de justicia que invitaba a la playa, el acelerón de la Real Sociedad presagiaba que la tarde podría resultar amarga.

El Celta solo ha brindado cuatro victorias en casa en lo que va de Liga. Por ello, empates como el obtenido ante el Athletic de Bilbao se festejan como triunfos.

Cuando Nolito logró ayer el empate, Bermejo reclamó que el estadio tirase del Celta para adelantar al rival en el marcador. El tanto de Griezmann antes del descanso fue un golpe difícil de encajar para el celtismo, que se inquietó cuando Aurtenetxe vio la tarjeta roja. Las alarmas saltaron entonces en el estadio, que comenzó a empujar al Celta hacia una igualada que llevó la firma de Santi Mina. El canterano se ha especializado en marcarle goles a los equipos vascos: uno en la Liga y otro en la Copa al Athletic de Bilbao y el de ayer a la Real Sociedad, con el que Balaídos estalló de júbilo.