El dueño de los Brooklyn Nets, Mijail Projorov, prototipo de oligarca ruso surgido de las ruinas soviéticas, diseñó sin embargo su hoja de ruta al viejo modo. Cuando adquirió la franquicia en 2010, se fijó un plazo de cinco años para conquistar el anillo. Su propio plan quinquenal. Que parecía encaminado hacia el fracaso o al menos limitado en sus opciones de éxito a la próxima campaña cuando la actual se inició con lamentables registros. Jason Kidd, en su estreno como técnico, estaba al borde del despido. Las lesiones y la escasa química en el vestuario amenazaban con un colapso total. Todo ha cambiado. Aunque el título se sigue antojando una quimera, los Nets se han convertido en el rival que ninguno de los favoritos del Este desea como rival.

Projorov, un tipo de dos metros de altura, atractivo, con fama de play-boy y adicto al deporte extremo, inició su imperio empresarial en 1995, cuando compró por una miseria Norilsk Nickel, la mayor productora de níquel y paladio del mundo. Hoy tiene inversiones en bancos, metales, minería, medios de comunicación... Su fortuna se estima en más de 13.000 millones de dólares.

Como otros de su pelaje, Projorov ha buscado visibilidad social y política en los últimos años. En 2012 se presentó a las elecciones presidenciales rusas con una organización confeccionada a su gusto: Plataforma Cívica. Fue el tercero más votado. En el mensaje juega a distanciarse o aproximarse a Putin, según convenga. Son muchos los que ven la mano del todopoderoso presidente detrás de su carrera. Projorov sería la pieza que emplea para tener una oposición dócil y quizás lo designe su heredero en 2018.

El deporte profesional ha sido su escaparate. A diferencia de Abramovich (Chelsea) o Rybolovlev (Mónaco), Projorov ha escogido el baloncesto en vez del fútbol. Primero el CSKA, después el desembarco en la NBA, convirtiéndose en el primer dueño extranjero de una franquicia. Con el glamour que supone, pero también con sus obstáculos. Las reglas compensatorias de la liga le han impedido traducir automáticamente su dinero en un escuadra competitiva. Los Nets se gastan 102 millones de dólares este ejercicio en salarios, los que más con diferencia (los Knicks les siguen con 88). Cifra a la que se le sumarán 82 millones de impuesto de lujo.

La crisis de Ucrania ha despertado los resquemores de la guerra fría e incomoda la posición de Projorov en Estados Unidos. El magnate, por cuidar su imagen en casa y seguir las consignas del Kremlin, ha anunciado que quiere traspasar el control de los Nets a una de sus sociedades rusas. Una franquicia americana, bajo legislación foránea. No existen reglas claras al respecto. Los demás propietarios deberían aprobarlo por mayoría.

Mientras se resuelve este conflicto, Projorov prosigue con sus negocios. Los Nets no son ninguna aventura romántica. Llegó a ellos con Jay-Z como guía. Juntos lograron el traslado de Nueva Jersey a Brooklyn, donde nació el polifacético artista y empresario casado con Beyoncé. Jay-Z ya ha vendido sus acciones para poder dedicarse a la representación de deportistas. Pero a Projorov no le faltan socios. Se unió al constructor Bruce Ratner para eregir el impresionante Barclay's Center, donde se organizan espectáculos de todo tipo.

A la NBA le ha convenido el desembarco de Projorov. En Nueva York se necesitaba un rival vecinal para los Knicks. Dueños y jugadores se han aplicado a ello con entusiasmo. "Pierce es un amargado", declaró J.R. Smith cuando el escolta cambió Boston por Brooklyn. "Es hora de que los Nets gobiernen esta ciudad", le replicó el angelino. Dicen que el comisionado Stern llegó a reunirse con Projorov y James Dolan, dueño de los Knicks, para pedirles que relajasen la tensión. Pero es una enemistad muy rentable.

Cierto que los metodos de Projorov, vinculados con su origen, han despertado suspicacias. Kirilenko renunció a 10 millones con los Timbervolves para ganar 3 en los Nets. Hay quien insinúa que se pagan sobresueldos bajo cuerda. El caso es que Projorov logró reunir este verano una gran plantilla, al menos en cuanto a prestigio: Pierce, Garnett, Livingston y Terry se unieron a Joe Johnson, Deron Williams y Brook López. "Pero es imposible comprar un equipo si quieres ser campeón. Necesitas una combinación de factores", ha dicho el propio oligarca.

Y los Nets han estado a punto de confirmar amargamente tal aseveración. Jason Kidd ha tenido que librarse de la tutela de Lawrence Frank, ayudante que había sido su entrenador, para crecer como técnico -siempre hay que matar al padre-. Los deficientes registros de la Conferencia Este le han regalado un margen de maniobra que no hubiera tenido en el Oeste.

Kidd ha empleado soluciones imaginativas, como enviar a Deron a la segunda unidad en algunos tramos de campeonato. Está exprimiendo a actores de reparto como Blatche, Anderson y Teletovic. Ha resucitado a Livingston, víctima de la lesión más horripilante que se recuerde en una cancha (dislocación de rótula y rotura de los ligamentos anterior y posterior de la rodilla). La franquicia, además, se ha ganado el cariño de muchos al fichar a Jason Collins, que estaba sin equipo desde que había hecho pública su homosexualidad.

Collins no compensa la baja por lesión de López. En el juego interior tienen su fisura. Con todo, Pierce y Garnett garantizan el carácter competitivo. Remedian la inconsistencia de Johnson. En territorio play off incrementarán su peligro. Ante Bulls o Raptors, incluso con el factor cancha en contra, serán favoritos. Heat y Pacers los temen en el cruce. Plantarles cara podría ser suficiente en una campaña que comenzó tan torcida. Pero Projorov exigirá el máximo. Su plan quinquenal aprieta. El lema electoral que empleó en 2012 resume su ideario: "Pide más".