Dos minutos funestos, repletos de errores infantiles, condenaron al meritorio Celta frente al Atlético de Madrid y enviaron directamente a la basura el esperanzador partido que los de Luis Enrique estaban realizando frente al equipo que ayer salió de Balaídos como líder a la espera de lo que hoy haga el Real Madrid.

Todo sucedió en apenas un instante, cuando el partido se preparaba para escribir su capítulo definitivo después de más de una hora de intensa pelea en la que el Celta había sido ligeramente superior. Pero destrozó todo su esfuerzo y trabajo de manera un tanto incomprensible. Primero fue un error en la entrega de Jony que dejó a Villa mano a mano con Yoel y solo un minuto después, sin capacidad para digerir el golpe, el delantero asturiano aprovechó la pasividad general de la defensa en un contragolpe para ajusticiar a los vigueses y transformar en un aburrido trámite lo que parecía condenado a convertirse en un excitante desenlace. La prueba de que la categoría, y determinados equipos en particular, penalizan como nadie los errores. El pequeño te puede perdonar; el grande -y el Atlético en estos momentos lo es- te destroza. El partido no deja una herida demasiado importante en el Celta, que aún tiene un colchón importante de puntos sobre el descenso (cuatro), pero generará un importante debate sobre la dependencia que pueda tener el equipo en estos momentos de Rafinha, ausente ante el Atlético. El Celta le echó de menos en ataque, es evidente, pero no perdió solamente por eso. Lo hizo porque cometió el error de marcharse dos minutos del partido y el Atlético es de los que se pasan los noventa con un punto de concentración difícil de igualar porque saben que hay días, como el de ayer, en el que no pueden desaprovechar la mínima concesión del rival. El Celta las ofreció y ahí se acabó el cuento.

El desenlace del partido cuesta entenderlo después de asistir al notable primer tiempo del Celta. Con pocos disparos, sin ver apenas a Courtois, pero los de Luis Enrique aplicaron el manual que acostumbran, ese afán por dominar la posición, por presionar al rival, por avanzar posiciones siempre con la pelota por bandera. El técnico optó ayer por Nolito en ataque -Orellana se fue al lugar que ocupa Rafinha- y dio entrada en el medio del campo al trío formado por Oubiña, Alex López y Krohn-Dehli. Augusto se quedó en el banquillo. Aunque cambian los equipos iniciales, hay constantes vitales que el Celta no varía. El equipo vigués se instaló de salida en el campo del Atlético de Madrid, que apretó las líneas y se preparó para resistir las embestidas que veía venir. No es un equipo fácil de meter mano el de Simeone. Tiene plantilla suficiente para encontrar soluciones a la ausencia de futbolistas como Arda, Diego Costa o Godín y el resto de desafíos los solucionan con una actitud ejemplar. Conscientes de que iba a ser difícil que tuviesen el mando del partido, optaron por no conceder un metro, complicarse lo menos posible la vida y confiarlo todo a un envío largo a Villa o una jugada a balón parado en la que tienen un muestrario magnífico. El Celta, sin excesiva brillantez, rondó todo el primer tiempo el área colchonera. Le faltó deborde en los extremos -ni Orellana, ni Nolito ofrecieron gran cosa-, pero el equipo empujó gracias a la intensidad de Alex o Krohn y a las ayudas constantes de Jony y, sobre todo, de Hugo Mallo. Amenazaron los vigueses sobre todo en disparos lejanos y en una llegada clara de Charles a quien Courtois apagó la luz con su rápida salida.

Nada fue igual tras el descanso. El Atlético estaba inquieto por el color que estaba tomando el partido y Simeone se lo hizo ver a sus jugadores. Tiraron diez metros más arriba la presión para no dejar salir al Celta con la alegría del primer tiempo y supieron esperar. Se agazaparon a la espera de que el paso del tiempo les concediese una oportunidad. Y no tardó en llegar. Jony, bien presionado, entregó un balón a tierra de nadie. Fontás no llegó al cruce y Villa se quedó solo ante Yoel, un regalo para un depredador como él que puso por delante a su equipo. El Celta, como le ha sucedido otros días, no supo digerir el mazazo. Son los detalles de inmadurez que aún quedan en un grupo que ha evolucionado de forma evidente. En la jugada siguiente una contra colchonera se encontró con la pasividad de casi toda la defensa y Villa aprovechó el regalo desde el punto de penalti. Ahí se murió el partido. El Celta vio el inmenso muro que tenía que escalar y sintió cierta pereza. Tampoco Luis Enrique acertó con los cambios para reactivar a un grupo que sintió la desolación de haber dejado escapar el partido de la peor manera. El partido se murió porque el Atlético no dudó ni un instante y al Celta en el segundo tiempo le faltó fe y piernas para devolver la emoción a un partido que parecía condenado a un final trepidante.