Luis Enrique es un entrenador con modelo. Ha diseñado en su cabeza el equipo que desea. Lo ha confeccionado con las enseñanzas recibidas a lo largo de su carrera futbolística, esencialmente en el Barcelona. Un modelo, por su propia naturaleza, es una entelequia, una especie de maqueta idealizada de lo que se pretende. El problema surge en su traslación del laboratorio a la realidad. Nadie pedía a Luis Enrique que renunciase a sus principios. Lo ficharon por ellos. Pero debía matizarlos, no convertir al Celta en una especie de ejercicio de estilo. La reacción celeste, en la que debe incluirse el partido contra el Levante pese a la derrota, se debe en gran medida a que el técnico ha empezado a comportarse con mayor flexibilidad.

Luis Enrique, o sea, entiende mejor a sus jugadores. Oubiña ya no tiene que inscrutarse entre los centrales de forma obsesiva y esa simple variación de diez metros en la ubicación del capitán es capaz de generar una reacción en cadena.

Alineaciones coherentes

Luis Enrique también está gestionando con mayor acierto su plantilla. Puede discutirse si la dirección deportiva hizo todo lo posible y adecuado para reforzar el proyecto. Hasta enero los recursos disponibles son los que son. Resultan válidos para competir. No para jugar a las rotaciones como en el experimento de Getafe, que fue lo que desequilibró el buen arranque de la escuadra. Luis Enrique se está comportando con coherencia en las alineaciones desde hace varias jornadas. Y en esa coherencia está que Rafinha, de momento, no se haya ganado la titularidad.

Mina, Álex, Fontás

De Oubiña depende la cohesión del equipo; de Álex López, la fluidez en la construcción ofensiva. Al ferrolano solo le falta regularidad para instalarse entre los futbolistas importantes de la clase media. Parece avanzar por el buen camino.

Santi Mina es otra cosa. El chiquillo ha nacido con instinto. Da igual de dónde parta, siempre sabe encontrar el atajo hacia el gol. Y tiene también veneno en el remate, aunque aún le falta esa milésima de pausa de los grandes anotadores.

Pero aún queda otro nombre propio. Fontás está justificando la apuesta céltica y hasta el previsible millón de euros que habrá que desembolsar. Lo incomprensible es que alguien pensase el año pasado que podía lucir a las órdenes de Caparrós. Excelente en el corte y excelso en la salida, Fontás es la pieza inicial del dominó que permite que todo lo demás suceda. Como los compañeros también van entendiendo su juego, se le ofrecen de forma más clara.

Desequilibrio defensivo

Tiene el Celta alguna carencia difícil de remediar. Es tan vulnerable por la izquierda como inabordable por la derecha cuando Toni entra en la ecuación. Pero no es culpa exclusiva del coruñés, que ayer cuajó un partido notable y que siempre tendrá ciertas fragilidades por mucho que avance en su readaptación. Mallo, un tipo infalible, cuenta además con la colaboración de Augusto Fernández. Toni sufre el sesgo atrevido, más cicatero en el desgaste hacia atrás, de Nolito.

Pecados de ingenuidad

No se puede ganar en el Pizjuán sin sufrir. No este Celta, ni siquiera ante este Sevilla. Aunque a veces los locales apretasen a los celestes contra su propia área, hay que agradecerles la voluntad de presionar en cancha contraria y de seguir manejando el juego. Con todo, hay detalles a subsanar, de equipo ingenuo. Como que Orellana y Rafinha busquen el regate en el descuento cuando deben buscar la esquina; que no se entretenga el balón lo suficiente ante un adversario que se ha quedado con diez por la lesión de Gameiro; o que al Sevilla se le regalen acciones a balón parado. El Celta defiende mal la estrategia. Le va en el fenotipo de sus futbolistas. Su mejor disposición en este caso es limitar al máximo la concesión de estas jugadas. El Sevilla tuvo demasiados saques de esquina y faltas laterales a su favor. Siendo indudable la progresión del equipo, solo el palo y la pierna de Yoel impiden que este análisis haya de hacerse desde un marcador menos agradable, como sucedió ante el Levante.