El Celta refuerza su reinado en el fútbol gallego al convertirse otra vez en su único representante en la máxima categoría. Su historia no le permite presumir de esta condición porque no es nuevo que el equipo vigués atesore tal honor. Su galleguidad es conocida desde el margen oeste del Eo hasta el sur guardés pasando por la más lucense Villalba, las mismas entrañas de la Ribeira Sacra o los dominios de Monterrei en la ourensana comarca verinesa.

Sus hazañas y sus sueños han hechizado cada temporada (casi siempre en Primera, ya que la próxima será, de sus noventa años de historia, la número 48 en la élite) a todos los gallegos sin distinción. El Celta también se ha erigido siempre en el inevitable vínculo del emigrante con su tierra. Aún hoy, al igual que siempre, la morriña es más llevadera en Buenos Aires, Montevideo, Oslo, París, Londres o Zurich cuando el color celeste y el escudo tocan a rebato. En momentos como el del sábado la experiencia se convierte en religiosa. Hasta aquí lo de siempre. Lo llamativo es que ahora el Celta da un paso al frente en sus habilidades de seducción. Como será que al fervor de Ribeira o Padrón por lo celeste se han sumado en las últimas horas las voces más enraizadas al entorno blanquiazul. Desde el mismo corazón de Riazor se rinden al encanto vigués al reclamar para el Dépor las mismas armas del Celta: el saneamiento de las cuentas y apuesta por la cantera.