Más de un cuarto de siglo de acudir cada domingo a Balaídos, en compañía de Fernando Gallego, historiador del Celta y durante muchas temporadas cronista de sus hazañas. Años de conversaciones con Manolo Varela, heredero de Hándicap como reportero de Deportes, y profesor de celtismo. Algunos menos con Manolo Tourón, también del oficio de los periodistas deportivos, y autor de una breve historia del Celta.

Después de repasar notas y crónicas de la prehistoria celeste, de la aparición del Celta, tras fusionarse Vigo y Fortuna, hace noventa años; de ver fotos de Pacheco, de Llanos y otros gráficos de las tardes de fútbol en los campos de Coia y en Balaídos. De revivir épocas cuando ir al fútbol era un rito dominical, que requería vestirse de fiesta, incluso con sombrero, traje y corbata.

En fin, de acumular documentación y experiencias que permiten comentar con cierto conocimiento de causa sobre el público de Balaídos. El jugador número 12.

Expuesto lo que antecede, se puede asegurar, con valor probatorio, que una de las veces que los espectadores han desempeñado un papel decisivo en el resultado de un encuentro, fue el sábado 1 de junio de 2013. Fecha a anotar en los anales.

Los que saben aseveran que un buen campo de fútbol es aquel en el que las gradas están encima del terreno de juego, como en Riazor, donde la presión del público se hace sentir sobre cuantos están en el cesped, del portero rival al árbitro y los auxiliares. En consecuencia, Balaídos es un pésimo estadio, porque las gradas están alejadas del césped y la presión se dispersa.

Pero en ocasiones, como el sábado, la actitud del público hacía innecesaria la proximidad. Hasta el punto de que los Celtarras, que en otros partidos son los únicos que suenan incansables, casi pasan inadvertidos, porque los gritos, las voces, el retumbar de todo el campo era tal que los difuminaba.

Hubo momentos mágicos. Por las gradas de Balaídos pasó un calambre, una explosión de voces y color, que en los periodos de euforia y en los silencios dramáticos del juego definían el sentimiento de la afición. Un sentimiento celtista renovado, que se transmitía al unísono.

¿Qué ha ocurrido para que el estadio rebosase, y la cifra habitual de veintitantos mil espectadores, que manejan los conocedores de las buenas entradas, se viera desbordada y la víspera del encuentro dejó seca la reventa?

Cuenta Camus en "L´étrangere" la escena de bandadas de adolescentes que se renuevan cada año para dar vida al verano.

También en el Celta. En un cuarto de siglo los socios y los espectadores se han ido renovando. Pero lo que ha ocurrido este año es inédito. No ha sido una renovación, ha sido una mutación. De repente, la media de edad del poblador de Balaídos cambió. Del socio y el espectador adultos, se pasó a la juventud. Quienes poblaban las gradas el sábado eran mayoritariamente jóvenes de ambos sexos, muchos adolescentes, que parecían haberse citado por móvil para una de esas macro concentraciones que tanto les gustan.

La escena del comienzo del partido con las gradas vestidas de azul, con las bufantas y símbolos celestes enarbolados, a semejanza de otros escenarios futbolísticos ilustres, era una imagen impactante. De un público nuevo.

¿A qué cabe atribuirlo? A mimetismo de otras aficiones, sin duda. Pero también a haber formado un equipo de la cantera y creado un ambiente propicio hacia el celtismo como sentimiento y elemento de distinción.

Coincidía en la observación, y el análisis, Dolores Babé, aficionada desde la cuna, y con muchos partidos del Celta en sus retinas. Decía que a su lado se había sentado un chaval desconocido que había vivido el final del partido con tanta intensidad que cada medio minuto preguntaba cuánto tiempo faltaba. Cuando el árbitro pitó el final le dio un enorme abrazo.

Cuentan los sociólogos balompédicos que el ascenso de los equipos desata la euforia, y la afición se vuelca, pero con el paso del tiempo el sentimiento se atempera. Piden mejores resultados, y si no llegan se enfría el entusiasmo y huyen hacia nuevas sensaciones. La juventud siempre busca novedades.

Es posible que, en alguna medida, se cumpla la regla, pero por lo visto este año en Balaídos es evidente que ha aparecido una nueva camada de espectadores con predominio de varones, pero también con muchas mujeres. Una afición capaz de sostener al R.C. Celta muchos años en la división de los mejores. He ahí una nueva carga de responsabilidad para la directiva celeste. Cuidar el equipo y a la afición.