El Academia Octavio se suicidó en Huesca, en una decisión controvertida que queda grabada de forma dolorosa en la historia del club. El equipo tenía el balón en su poder a falta de diez segundos y con 29-29 en el marcador. Los árbitros elevaron la mano advirtiendo el pasivo. Quique Domínguez pidió tiempo muerto. La igualada propia les hacía depender del Villa de Aranda-Frigoríficos. Un empate entre estos dos conjuntos también descendía al Octavio. Cualquier otro resultado entre ellos los salvaba. En la villa burgalesa faltaban ocho minutos. El Villa de Aranda ganaba de dos. El técnico académico se la jugó al todo o nada. Introdujo a un portero-jugador. Ordenó la puesta en práctica de una acción ensayada durante toda la semana. Dasilva debía conectar con Cerillo y este, desde el extremo izquierdo, decidiría entonces si lanzar o colgar un fly a otro compañero que entrase desde el centro. Pero el pase del lateral zurdo nunca llegó a Cerillo. Lo interceptó Joan Saubich, que marcó a portería vacía, en un lanzamiento de campo a campo. La sentencia de muerte del Octavio.

Es la conclusión de un relato dramático. De una concatenación de maniobras que condujo a esa decisión. Todos los partidos de la jornada implicados en el descenso comenzaban en teoría a las 18.00 horas. No fue así. Solo se comportó con puntualidad el Barcelona-Guadalajara del Palau, resuelto con la previsible paliza. El Guadalajara, en realidad, fiaba su destino a las otras canchas. En Valladolid, el Atlético de Madrid se borró. Fácil triunfo de los pucelanos, que prontó se salieron de la terrible ecuación.

Así que el descenso limitó sus escenarios a Aranda y Huesca. En Aranda, un problema con las equipaciones provocó el retraso en el inicio. Tarjeta amarilla al delegado local. Liviana sanción, más que rentable. El desajuste provocó que el Huesca-Octavio comenzase varios minutos antes. En Aranda, anfitriones y cangueses siempre tuvieron información privilegiada sobre lo que sucedía con su adversario.

Fue una circunstancia que tuvo al final un peso crucial. El empate del Octavio hacía que al Villa de Aranda y al Frigoríficos también les valiese el empate. Y aunque los cangueses iban perdiendo, Quique Domínguez no quiso arriesgarse a casualidades o componendas en el tiempo que faltaba allí. Decidió ampliar al máximo las alternativas ofensivas de su escuadra en esa última jugada. Era una postura sin término medio, entre la genialidad y el desastre. Lo dibujado teóricamente en la pizarra debía concretarse en manos humanas. Venció la fragilidad, la desgracia.

Es una resolución especialmente cruel con un Octavio que había demostrado su alma en las últimas semanas y también en el partido de ayer. El Huesca, aunque no se jugaba nada, se mostró competitivo. Los vigueses siempre dominaron el ritmo, pero sin llegar a romper el marcador. Durante la primera mitad llegaron a ganar de cuatro y atacaron para ponerse a cinco. El descanso concluyó con un gol en el último segundo de Demovic que limitaba la ventaja viguesa a tres y que quizás ya presagiaba el infortunio.

El Huesca igualó el choque con un 3-0 en el arranque de la reanudación. A partir de entonces el partido ya estuvo equilibrado. El Octavio volvió a dominar de dos y mostró coraje cuando los oscenses llegaron a ponerse 28-27. Volteó esa situación. Cerillo tuvo el pulso firme desde los siete metros para situar un 28-29 a falta de dos minutos que parecía abrirle al equipo la puerta de los cielos. A punto estuvieron de recuperar el balón definitivo en el largo ataque local que concluyó con la igualada a cincuenta segundos del final. Después, esa secuencia mortal.

Ha sido el último partido con la escuadra viguesa de Dasilva, que se retira; más que seguramente de Cacheda y otros. El descenso hiere, aunque el club ha sabido reaccionar a varios en la última década. Las incógnitas aumentan en el plano institucional, con una situación económica compleja que será la prioridad a solventar una vez todos empiecen a recuperarse del terrible varapalo.