El Celta queda a expensas de lo que ahora mismo parece un milagro: ganar los tres partidos que restan para el final de Liga. No hay alternativa. Cualquier otra combinación de resultados le conducirá a Segunda División salvo inesperada lipotimia de buena parte de sus rivales. La experiencia dice que eso nunca ocurre así que el Celta ya sabe cuál es su plan de vuelo, o lo gana todo o adiós. A esta dramática situación llega después de la merecida derrota de ayer ante el Atlético de Madrid en un partido en el que los vigueses volvieron a poner de manifiesto su desesperante falta de peso en el área rival. Huérfanos de Iago Aspas -perdido durante todo el partido-, el Celta desconoce los caminos que llevan al gol y así es imposible sobrevivir a una categoría como la Primera División. Todo lo contrario que los colchoneros, un equipo con mano firme en el remate y velocidad de sobra para explotar la "generosidad" con la que Abel Resino dispuso a sus jugadores. No fue el suicidio táctico de otras tardes, pero no anduvo demasiado lejos.

Al Celta le sostuvo una vez más su voluntad, esa fe que le ha mantenido de pie en los últimos meses. En eso nadie podrá reprocharles nada. El Celta se agarra a lo que puede y no se ha dejado ir cuando las cosas han estado realmente mal. Si al final llega el descenso no debería haber quejas en ese sentido. Contra el Atlético volvió a verse. El equipo compitió en la primera parte de un modo desaforado. Corrió mucho, sin apenas orden, chocó y metió la pierna con agallas en las pelotas divididas. Su intensidad generó evidentes dudas en el Atlético de Madrid que reculó hacia su campo a la espera de los contragolpes que el Celta le iba a conceder tarde o temprano.Lo sabía Simeone que dijo sin tapujos en la sala de prensa que sabía que los vigueses "subirían la línea". Las cosas de Abel, que volvió a regalar espacio a la espalda de los centrales en un regreso a sus primeros partidos. No llegó a plantar la defensa en el medio del campo, pero no anduvo lejos.

Por fortuna en el primer tiempo los colchoneros estaban más pendientes de quitarse de encima la presión de Insa y Augusto Fernández sobre todo. El alicantino formó una gran sociedad con Oubiña en el doble pivote. Empujaron al Atlético y permitieron que la pelota volviese rápido a poder del Celta. Lo malo era qué hacer con ella. Ahí falló especialmente un futbolista: Alex López. Situado en la media punta se le vio algo superado por la exigencia. Le faltó personalidad en momentos y conexión con Aspas. El delantero se sintió aislado lo que añadido a sus malas decisiones dio como resultado un partido bochornoso de quien debía marcar las diferencias. Su segunda vuelta está siendo para olvidar. Las cuatro semanas fuera del campo parece que le hayan desconectado en el campo del resto de sus compañeros que han dejado de encontrarle. Tampoco él elige como antes. Aún así, a fuerza de insistir el Celta pudo marcar en un disparo lejano de Krohn-Dehli que sacó Courtois, en un saque de esquina que Oubiña no acertó a empujar a la red y en un tiro mordido de Augusto. Corta cosecha para el dominio y la insistencia viguesa.

Duró poco la esperanza. Al comienzo de la segunda mitad al Celta se le apareció uno de sus fantasmas favoritos. Las jugadas a balón parado. Viene siendo así desde los tiempos de Irureta y Víctor Fernández. Ningún técnico ha terminado con la sangría. Improductivos en las que son a favor, vulnerables en contra. Sacó un córner el Atlético al primer palo, peinó Miranda y en el segundo estaba Diego Costa -en fuera de juego- para remachar a la red.

El Celta se quedó trastornado y el Atlético de Madrid comenzó a sacar petróleo del orden de sus medios y sobre todo de las velocidad de sus jugadores de ataque cuyas oleadas fueron constantes. A los de Resino se les vieron todas las costuras. A la falta de fútbol le empezó a acompañar la ausencia de fuerza. El esfuerzo de la primera parte y la cabeza estaban haciendo mella en su rendimiento. Resino buscó la chispa de Orellana y poco después llamó a Bermejo para lanzar una de esas cargas que se han visto en el último mes en Balaídos. Antes de que se hiciese ese cambio Juanfran marcaba el segundo gol y llevaba los peores augurios al Celta. Se comenzaron a multiplicar las malas noticias. Bermejo se lesionó -seguramente de gravedad en su rodilla- y así perdían los vigueses también el factor enérgico que aporta el cántabro en estas situaciones. Antes del final marcó Augusto Fernández, pero fue un simple espejismo porque Falcao apareció en escena para demostrar lo que es un delantero centro. Y de paso dejó al Celta asomado al precipicio, solo pendiente de que haya un milagro en las próximas tres semanas.