Era casi medianoche cuando el Celta gritó como nunca su vuelta a la vida. Sucedió en el descuento del agónico y descontrolado partido ante el Zaragoza en el que los de Abel Resino hubieron de remontar un gol en contra para abrazar la esperanza de la salvación. El gol de Bermejo en el minuto 92 fue el premio a la fe de un equipo que ayer sacó de dentro todo el orgullo que le ha faltado en algunos momentos de la temporada para regalar a sus aficionados un espectáculo conmovedor coronado con uno de esos goles que tradicionalmente el Celta recibe en contra. Un instante de felicidad, el posible impulso que se reclamaba.

Y eso que la noche no empezó bien porque la sucesión de interrupciones y jugadas a balón parado con las que arrancó el partido estaba claro que era un mal negocio para el Celta, uno de los equipos más nefastos que se recuerdan en esta suerte. Incapaz de hacer daño en las que tiene a favor y muy vulnerable cuando son en contra. En una de ellas el equipo de Resino ejemplificó esa debilidad insoportable. Puso un buen centro Apoño en un golpe franco muy lejano. El balón fue a esa zona sin dueño, que unos consideran del portero y otros territorio de central. La cuestión es que solo aparecieron jugadores del Zaragoza. Varas se quedó a media salida y los defensas del Celta acompañaban a sus rivales con la tensión de un paseo por la campiña. Gol de Sapunaru.

El Celta entró en shock. El marcador en contra le produjo una evidente angustia y anuló las escasas ideas que había tenido hasta ese momento para librarse de la decidida presión del Zaragoza. La situación era preocupante porque los vigueses se comportaron como si de golpe se quedasen sin tiempo, como si alguien hubiese borrado la hora que faltaba de partido. Hubo un par de contragolpes delicados de los maños, salvados en el último momento por un equipo cada vez más desorientado que defendió en el alambre y atacó de forma grosera pegando pelotazos sin ningún sentido. Del suicidio le sacó Oubiña, su lógica, su criterio, su calma a veces desesperante pero casi siempre tranquilizadora. Serenó al equipo con cuatro toques de balón, con dos cambios de juego que habilitaron a Augusto para que el argentino explotase su calidad. En una de sus entradas sentó al lateral con un amago y puso un centro primoroso que Alex López cabeceó con la fe de un delantero centro para marcar el empate. El ferrolano se impuso en el salto a dos defensas del Zaragoza en talla, una señal de que el Celta le había ganado a su rival la pelea por la intensidad. Volvió a quedar claro que los equipos que pelean por la salvación tienen mandíbula de cristal. Esta vez fue el Zaragoza el que se sintió zarandeado por el destino. Apretaron los de Resino llevados por el criterio de Oubiña y la intensidad que le ha puesto Insa en el medio del campo. Khron-Dehli revivió y Alex López cobró el protagonismo que se le venía reclamando. En ese momento se hizo evidente la superioridad del Celta en el centro del campo que desembocó en muchas llegadas al área, pero pocas oportunidades. En esos últimos metros siempre faltó un punto de calma y mucho de precisión. Al equipo le podían las ganas por darle la vuelta al partido.

El Celta se vio condenado a jugar la segunda parte con la vista puesta en el reloj y se sabía que aquello no era buena noticia. Pero el equipo vigués se comportó con una intensidad que no se recuerda. La prueba de que la clave de casi todo está en la cabeza. Salvo en las jugadas a balón parado -un martirio constante- el Zaragoza fue incapaz de generar peligro a Javi Varas -que se llevó un tremendo golpe en una de ellas que a punto estuvo de enviarle a la caseta- y eso condujo el partido a un interminable y desorganizado ataque del Celta. Llevado siempre por su furia y pocas veces por el sentido común. Mucha conducción de sus jugadores para llegar cuanto antes al área rival y malas decisiones una vez allí. Abel fue enviando al campo todo lo que tenía en el banquillo. Primero a Orellana por Alex López. Renunció a un guerrero más en el medio pero se vio compensado por el brutal esfuerzo de Insa que estuvo en todas partes. Pero el Celta siguió estando a medio metro del gol con lo que recurrió a Park por Jony. Un cambio tan desesperado como la situación del equipo en ese momento que veía cómo el último tren hacia la salvación partía del andén y ellos aún estaban bajando del taxi en la puerta. Con el coreano los vigueses acumularon gente en el área, pero siguió faltando ese centro con criterio, ese pase imaginativo que diferencia las jugadas. Pasaba el tiempo, cundía la desesperación. Pero el Celta tuvo algo extraordinario. No bajó los brazos ni un segundo, nunca pensó que no lo conseguiría. Los lamentos por la ocasión fallada duraban lo que tardaba el Zaragoza en sacar. Volvía entonces la lucha y la entrega, la búsqueda agónica del balón y del área de Roberto. Minuto 92. El empate no sirve, pero justo ahí el Celta encontró el punto de lucidez que no había tenido hasta ese instante. De Lucas colocó un pase maravilloso a la espalda de Sapunaru que corrió Orellana. El chileno, a diferencia de otras veces, puso el centro abajo, donde más daño hace a los centrales. Park molestó en el primer palo con su llegada y Bermejo -quien mejor representa ese espíritu de sacrificio que el Celta demandaba- en el segundo ajustició al Zaragoza mientras el viejo estadio enloquecía de pura felicidad. Queda mucho que remar, pero el impulso ya está dado.