En 1950 el Tour de Francia vivió uno de sus episodios más escandalosos de su historia cuando el italiano Gino Bartali fue atacado por un grupo de aficionados que le acusaban de haber provocado en una de las primeras etapas la caída de Jean Robic, el héroe local y en quien los franceses habían depositado muchas de sus esperanzas. La respuesta de los italianos no se hizo esperar y en la duodécima etapa Bartali ordenó la retirada de todos los corredores del país incluido Fiorenzo Magni que en aquel momento vestía el maillot amarillo de líder. La situación llegó a tal punto que la organización llegó a cambiar el recorrido porque estaba previsto que una de las etapas concluyese en San Remo y existía el comprensible temor de que, con los ánimos tan alterados, los compatriotas de Bartali boicoteasen la carrera de alguna manera y tratasen de vengar

De todas estas cuestiones se hablaba en la salida de la decimotercera etapa en Perpiñán. Hacía un sol abrasador, por encima de los cuarenta grados. Ajeno a todo por allí estaba el argelino Abdel-Kader Zaaf enrolado en el equipo francés del norte de África. Era su segunda participación en la prueba después de haber destacado en diferentes carreras en Argelia y tenía unas perspectivas bastante ambiciosas: soñaba con ser el primer africano que conseguía una victoria en el Tour de Francia. Por eso no dudó en escaparse al poco de comenzar la etapa de 215 kilómetros que terminaría en Nimes. Un recorrido aparentemente sencillo aunque agravado por la altísima temperatura. En su aventura Zaaf se llevó a un compatriota y compañero de equipo, Marcel Molinès. Juntos llegaron a alcanzar los dieciséis minutos de ventaja sobre un pelotón que no tenía ningún interés por tirar abajo la escapada y que estaba más ocupado en discutir sobre los sucesos de los días anteriores. Con Nimes en el horizonte la victoria estaba claro que se iría para Argelia. La teoría decía que Zaaf era mejor corredor que Molines y que su mayor jerarquía no admitiría discusión en la meta. A él le pertenecía ese capítulo de la historia.

El problema fue el calor cada vez más insoportable que sufrían los corredores. Es el comienzo también de la leyenda que rodea el desenlace de la etapa y también de sus diferentes versiones. A veinte kilómetros de la meta uno de los oficiales que sigue la prueba comprueba que Zaaf comienza a ser incapaz de mantener la bicicleta en línea recta. Avanza dando bandazos y le ordena detenerse. El argelino acababa de beber de una botella que le había entregado un espectador y pese a que decía no encontrarse bien, insistió en continuar. Trató de reanudar la marcha y cayó desplomado mientras Molines se marchaba en solitario en busca del soñado triunfo de etapa para Argelia. Un grupo de aficionados lo recogieron del suelo y apoyaron a la sombra de un árbol. Zaaf se quedó entonces dormido. En aquel momento se supuso que lo que le habían dado los aficionados en la cuneta era vino y que había hecho efecto en un musulmán que nunca lo había probado. Vamos, que se le había subido a la cabeza y que estaba durmiéndola bajo un platanero. A los pocos minutos Zaaf, que ya había sido retratado por los fotógrafos que seguían la prueba, despertó sobresaltado y se montó completamente desorientado en la bicicleta con tan mala suerte que eligió mal la dirección hacia la que debía correr. Ya había pasado el pelotón pero se dio de bruces contra un coche de la organización que le hizo ver su error e inmediatamente fue descalificado. Pero la aventura de Zaaf no concluyó ahí. Fue llevado a un hospital de Nimes, pero a la mañana siguiente se escapó para presentarse en la salida de la siguiente etapa donde rogó a los organizadores que le dejasen continuar en la carrera. Sus desesperadas plegarias no tuvieron éxito y allí terminó su participación en aquella edición del Tour que no sería la última ya que al año siguiente regresó a Francia para correr y pudo cumplir entonces su sueño de llegar a París. De todos modos, su accidentada experiencia de 1950 le convirtió en un personaje muy popular e incluso hizo varias campañas de publicidad anunciando marcas de licor. Detalle éste, como la versión de la borrachera, que despertó bastante recelo en la comunidad musulmana, para quienes dejó de ser un ejemplo.

Así se contó en aquel momento la historia de Abdel-Kader Zaaf en el Tour de 1950. Pero hay otra versión bastante verosímil que dice que la culpa del desfallecimiento del corredor la tuvieron unas pastillas estimulantes conocidas como "cabezas de muerte" que se habían popularizado en aquel momento en países como Bélgica. El argelino supuestamente las consumió pese a la advertencia de que con calor existía el serio peligro de sufrir un desfallecimiento como así ocurrió. Esta teoría dice que los aficionados, al verle caer, le colocaron junto al árbol y que le rociaron con el vino frío con la intención de reanimarle. Cuando los fotógrafos y periodistas se acercaron a la escena le encontraron dormido y con un intenso olor a vino. Comenzó así a correr la historia de que al ciclista le había sentado mal el vino que le habían dado poco antes de caer desplomado. La verdad solo le pertenece a Zaaf, quien hasta el momento de su muerte defendió la idea de la borrachera.