Lionel Messi completó ayer su colección de cromos particular de una temporada en la que está pulverizando todos los registros imaginables. El récord, simbólico, de marcar al menos un gol a todos los equipos de la Liga estaba a mano y llegó. Es su gol número 43, diecinueve jornadas seguidas viendo puerta, un dato sencillamente demoledor.

Silencioso, como quien no pasaba por allí, pero indetectable para la defensa del Celta, que no desentonó en todo el encuentro salvo algún pequeño desajuste. Actúa Messi, aparentemente con desidia, está pero a la vez no está, dosifica sus apariciones y esfuerzos para poner en marcha sus recursos, infinitos, cuando debe, cuando huele que su presa es vulnerable.

Con el brazalete de capitán por las ausencias de Puyol, Xavi y Valdés, Messi asumió el mando del equipo y, como es habitual, estuvo sobre el césped los noventa minutos pese a los encuentros con su selección y la cita del martes en París.

Desde la posición de delantero, él llevó la manija del juego en ausencia de Xavi e Iniesta, descolgándose hasta el centro del campo, cayendo a banda derecha. El peligro que el cuadro azulgrana llevaba a la meta de Javi Varas salía siempre de sus botas, en forma de asistencia a los compañeros o de una jugada individual. Es la mano que mece la cuna.

Encontró Messi ayer a su mejor aliado en Cristian Tello, otro de los destacados en el bando barcelonista. Entre los dos fabricaron los dos tantos visitantes. En el primero, el argentino se puso el disfraz de asistente, en una jugada en la que recogió un balón suelto en el centro del campo con metros por delante que aprovechó para colocar el balón a la espalda de la zaga en el pecho de Tello, que se acomodó el esférico y cruzó con un brillante disparo lejos del alcance de Javi Varas, que pocos minutos antes había detenido una falta directa a Messi, que en la primera parte forzó él solo las amarillas de Cabral y Oubiña.

Tras el descanso, se redujeron las apariciones del capitán azulgrana pero los célticos no pudieron evitar que prolongase su idilio con el gol, que llegó a falta de veinte minutos para el final en una jugada que resume por qué es el mejor jugador del mundo y el más influyente. Él inició la jugada y él la terminó.

Arranca como mediocentro tras recibir el balón de Cesc Fábregas, avanza retando a la retaguardia del Celta, amagando para al final soltar el uno de sus clásicos balones a la espalda de la defensa. Allí estaba Cristian Tello que, tras un control orientado, centra al corazón del área donde aparece como un torbellino Messi para empujar el balón a las mallas con su pierna izquierda con Varas ya batido.

En un partido prácticamente de trámite para el Barcelona, con la Liga casi en el bolsillo, el argentino cumplió su objetivo particular para añadir un capítulo más a un libro de récords que parece no tener fin. El Celta era su Galia particular hasta la jornada de ayer como lo fue la de Ásterix y Obélix para el Imperio Romano. Solo que Messi sí que pudo con todo y conquistó ese territorio.