Pietro Mennea, fallecido ayer en Roma a los 60 años, pertenece a la estirpe de los atletas que en la cúspide de su carrera deportiva protagonizaron uno de esos momentos mágicos que jalonan la historia del rey de los deportes. Dotado de un físico poco propicio para el 200, Mennea compensó su inferioridad morfológica (1,77 de estatura) con una potencia fuera de lo común en un cuerpo de torso reducido y largas piernas. Su escasa corpulencia contrastaba con la de sus sucesores en el libro de los récords: Michael Johnson medía 1,85 y pesaba 77 kilos, y Usain Bolt, 1,95 y 94.

Nacido en Barletta (sur de Italia) en 1952, Mennea coqueteó con el fútbol y con la especialidad atlética de marcha antes de comprobar, en un test de 80 metros que cubrió en 9.0, que estaba predestinado para hacer grandes cosas en el reino de la velocidad. A las órdenes del maestro Carlo Vittori desarrolló una progresión asombrosa que le condujo, con 20 años, a la medalla de bronce olímpica en Múnich 72. Pero su gran día de gloria llegaría siete años después, en la Universiada de México'79, tras haber superado una crisis anímica que tres años antes le había puesto al borde de la retirada. Once años antes, durante los Juegos Olímpicos de México 68, el estadounidense Tommie Smith había dejado el récord mundial en 19.83.

El 12 de septiembre de 1979, en la misma pista del estadio de la Ciudad Universitaria, Pietro Mennea escribió una leyenda del atletismo. A la hora de la final de 200, el día 12, las condiciones eran ideales: la altitud (2.248 metros sobre el nivel del mar), el viento (+1,8 metros por segundo). Mennea ejecutó un viraje magistral en la curva (con un crono parcial de 10.34) y voló sobre el tartán para cubrir el segundo hectómetro, lanzado, en 9.38.

Mennea cruzó la línea como un meteoro y siguió corriendo hasta detenerse a media curva. Fue entonces cuando se giró para mirar el tablero electrónico que marcaba esos 19.72 que todavía no supo interpretar. Tuvo que ser Primo Nebiolo, entonces presidente de la Federación Italiana y del atletismo Universitario, quien le advirtiera de que había batido el récord del mundo. "¡Cristo!", fue su único comentario.