Una vez más, la mayoría de los focos puestos sobre el derbi se posaban sobre Iago Aspas, que llegaba al que probablemente será su último clásico gallego con la esperanza de brillar por fin en un partido de estas características, algo que en los tres anteriores no sucedió. Muchos esperaban que, con la madurez adquirida en esta temporada, en la que se ha echado al equipo a la espalda, el moañés cuajase por fin una actuación de prestigio ante el eterno rival. Nada más lejos de la realidad.

La expulsión es el último capítulo, el más triste sin duda, de la historia de Iago Aspas en los choques ante el Deportivo, una espinita clavada con la que tendrá que convivir el moañés, al que la sobreexcitación en este tipo de partidos no le deja rendir como en él es habitual. Con una expulsión absurda empezó su historia en los derbis, cuando en 2006 no pudo acudir a la llamada de Fernando Vázquez por una entrada a destiempo con el equipo filial, y con una probablemente se cerrará.

Mucho se habló en la previa del partido de la habilidad de Carlos Marchena para volver loco a Iago Aspas. El veterano central amenazaba con poder sacar de quicio al moañés, al igual que había sucedido la temporada pasada con Diego Colotto. La pelea se presumía interesante y Iago Aspas no estuvo en ella en ningún momento.

Desde el pitito inicial, el hombre más adelantado del Celta apenas entró en contacto con el balón. Su única aparición relevante fue una buena dejada a Mario Bermejo en el minuto 20 que el cántabro no supo resolver. Nada más.

Ocho minutos después llegaría la jugada que marcó el desenlace del encuentro. En ese instante, Aspas perdió la cabeza tras una disputa en el área con Marchena, a quien ya en el suelo propinó el cabezazo (aparentemente sin provocación previa) que no pasó inadvertido para el juez de línea, que informó a Velasco Carballo, el cual no dudó en mostrarle al moañés el camino de los vestuarios. Tímidas protestas profesó el "10" céltico, consciente del grave error que había cometido en un momento en el que el Celta ya perdía por 1-0. Era una misión casi imposible y así se evidenció. Demasiadas cosas en contra para volver a Vigo con una alegría, un golpe anímico difícil de revertir.

Es, sin duda, un retroceso en la madurez que había experimentado Iago Aspas, que no era expulsado desde el 3 de abril de 2011, cuando se fue a los vestuarios por protestar airadamente una decisión en el Benito Villamarín. El delantero moañés escogió ayer el peor momento para recuperar su versión más oscura, para dejarse dominar por el diablo que lleva dentro.