El Real Madrid vive como juega, al galope. Cristiano Ronaldo comanda la carga tanto dentro como fuera de la cancha. No corta el vestíbulo sino vuela camino del autobús cuando se abren las puertas de Peinador. Los demás van a su estela, como absorbidos por el rebufo. Apenas alguno se detiene a firmar autógrafos. Lo hace Pepe y debe ser rutina, porque repitió la escena en Copa del Rey. Su eterna transformación. El despiadado central tiene la sonrisa dulce. El gesto torvo se le aniña. Los demás son una sombra fugaz, como una especie de chorro azul. "¿Ya ha pasado Mourinho?", pregunta uno. Ya ha pasado.

Nadie se llama a engaño entre los 400 aficionados que han subido y han montado guardia desde una hora antes. Es la rutina conocida. Las fuerzas de seguridad han vallado el escaso trecho de paseo. Los hinchas se agolpan de cinco en fondo. Algunos se suben a las sillas, el dedo presto sobre la cámara para captar el instante. Esos segundos les justifican el esfuerzo. Quizás no a la niña que había confeccionado fichas con las fotos de los jugadores para que se las firmasen. Alguno podrá contentarse con los canteranos del Real Madrid C, rivales hoy del Coruxo, que también desembarcan.

Abundan los padres con su prole, no se sabe quién tirando de quién. El Real Madrid recupera su sentido ecuménico, algo perdido en el "todos contra nosotros" de esta época. En Peinador coinciden pieles y acentos de diversas tonalidades, del negro a la carne pálida, del sudamericano al gallego. También diferentes intenciones. Predomina el chillido histérico, claro, y el adepto con camiseta y bufanda. Pero también los hay celestes y uno que grita: "Visca Barça". "Karanka", le dirán después en broma a un operario que anticipa la llegada merengue y "Karanka portugués" al genuino. El mundo entero cabe en Peinador.

En la turbamulta destaca un crío, de entre cuatro y cinco años, ahorcajándose en los hombros de su padre. De azulgrana impoluto. "Hay que portarse bien", le dice sonriendo un anciano. El pequeño discute con otro pequeño jinete, ambos elevados sobre las estupidas preocupaciones adultas. "Messi tiene tres"; "Cristiano tiene dos". No se escucha bien la sustancia de la discusión. Sí es patente la ausencia de malicia. No deja de ser esto cosa de niños.