"Me encanta el boxeo y subirme al ring a pelear". Con esta sencilla frase, alejada de cualquier pretensión, respondía Peter Buckley a quienes continuamente le preguntaban por qué seguía en activo acumulando derrotas y heridas de guerra en su cuerpo. No encontraba otra forma de explicarlo. Su carrera no se hizo bajo las luces de los grandes casinos de Las Vegas ni entre grandes bolsas de dólares, sino en pequeños gimnasios y clubes del Reino Unido donde acabó por convertirse en una celebridad. Las derrotas hicieron famoso a Buckley. Su estadística en los trescientos combates que disputó a lo largo de los diecinueve años de profesional resulta aterradora: 256 derrotas, 12 nulos y 32 triunfos.

Para este limitado boxeador la forma de mostrar respeto a su deporte era acudir a diario a su gimnasio, entrenar y esperar la invitación para la próxima pelea consciente de que sus condiciones no le daban para aspirar a grandes sumas de dinero, ni a títulos de relumbrón. Pero era la forma de ganarse la vida haciendo lo que más le gustaba.

Sin el boxeo Buckley habría llevado una vida mucho más complicada. Nacido en las afueras de Birmingham en 1969, en un entorno social complicado, fue desde pequeño un maleante que no tardó en ser expulsado de su colegio y llevado a un centro de menores por participar en diferentes robos. Parecía el clásico muchacho con una capacidad innata para atraer los problemas. Pero todo cambió el día que alguien le sugirió entrar en un gimnasio para canalizar toda aquella furia. Buckley disfrutó de una apreciable carrera como boxeador amateur en los que incluso ganó varios títulos de la región de las Midlands. De todos modos, era tan evidente su dedicación como su falta de recursos para llegar a ser un boxeador importante. Le sobraba orgullo, pero le falta mano.

En abril de 1989 Buckley hizo su estreno profesional con un nulo ante Alan Baldwin y poco después encajó la primera derrota frente a Ronnie Stephenson a los puntos. Llegaría luego una buena serie de combates (ganó 11 de sus primeros 20) e incluso peleó por un título intercontinental de la WBO ante el austríaco Harald Geler que le ganó con claridad. En las reseñas que se han hecho de su carrera se cita ese día como el que pudo cambiar la vida de Buckley, pero cuesta creerlo. Es cierto que se produjo una lesión en el hombro que nunca dejó curar por la ausencia de descanso, pero el pequeño púgil de Birmingham no podía aspirar a mucho más.

A partir de ese momento acumuló series interminables de derrotas que salpicaba de vez en cuando con algún triunfo. Llegó a perder 85 combates de forma consecutiva. Poca gente entendía cuál era su motivación, qué sentido encontraba en perder. Él siempre repetía lo mismo: "me encanta el boxeo". Por eso nunca decía que no a una pelea aunque le avisasen con apenas unas horas de margen. El suficiente para coger el coche o subirse a un tren y presentarse en el club, pabellón o gimnasio convenido. Se hizo célebre precisamente por eso. En su casa estaban acostumbrados a que en medio de la tarde recibiese una llamada de teléfono y tuviese que salir a toda velocidad en busca del siguiente combate. Si alguien necesitaba a última hora un boxeador Peter Buckley siempre estaba disponible. "Si llamas a un albañil para que te haga un muro, no te pide tres semanas para prepararse" le gustaba repetir. Esa improvisación le jugó también alguna mala pasada como cuando se pagó de su bolsillo el viaje en tren a Glasgow y al llegar a la estación se enteró de la suspensión de la pelea. Le habían estado llamado al teléfono, pero la batería le había jugado una mala pasada. Cinco horas de ida y otras tantas de vuelta para nada.

En ocasiones subía al ring con las heridas aún visibles de su anterior combate. Así fue engordando su estadística de peleas, aunque no de victorias. Pero llama la atención que de las 256 derrotas solo diez se produjesen antes del límite. Buckley era discreto, pero orgulloso y corajudo. No doblaba la rodilla por antojo. "Mi defensa siempre fue buena y era un gran encajador" explicaba en una entrevista reciente. Eso le convertía también en un rival apreciado por quienes querían foguear a sus boxeadores porque sabían que el de Birmingham no se iría a la lona al primer golpe, que resistiría hasta el límite con decencia. De hecho, frente a él se cruzaron 42 campeones británicos, europeos e incluso mundiales como Naseem Hamed o Acelino Freitas. Todo eso le hizo ganarse una merecida fama en el Reino Unido que asistía con asombro a su estadística, lo mismo que la Federación Nacional que le sometía a continuos exámenes médicos para conocer su estado físico. Todos los superaba sin problemas.

Cuando disputó su pelea número 200 ya recibió un gran reconocimiento, pero el 28 de octubre de 2008 ya fue la apoteosis. Ese día disputó con 39 años en Birmingham su combate número 300. Sky Sports lo ofreció en directo y al Aston Villa Events Center se llenó de aficionados y amigos que quisieron agradecerle su dedicación y amor al boxeo. Fue su última pelea y paradójicamente la ganó en medio de un fenomenal jolgorio.

Peter Buckley fue el derrotado más feliz de la historia y alguien que cada vez que puede agradece todo lo que el boxeo hizo por él. Su hermano murió en trágicas circunstancia; sus dos sobrinos cumplen condena en la cárcel uno por trapichear y otro por robar coches; y muchos de sus amigos de infancia también están entre rejas. "Yo habría acabado como ellos si no fuese por el boxeo. Me ha dado una casa, un coche, vacaciones y mi mujer y mi hija viven bien. Es imposible que me vea como un perdedor".