Steve Nash ha reaparecido y los Lakers recuperan su fe en conquistar el anillo. El base lideró el triunfo angelino en la cancha de los Golden State Warriors, escuadra refrescante, en auge. Victoria de mérito por tanto, la cuarta consecutiva, en racha coincidente con la recuperación de Gasol. Vuelve a lucir el sol en la dorada California. Pero es quizás solo un reposo en la tormenta. Todo el entramaje de los Lakers tiende al exceso, también en la consideración mesiánica de Nash. Los problemas estructurales permanecen.

El canadiense se había perdido 24 encuentros por esa pequeña fisura que había pasado de pronóstico leve a incierto. Con él activo ya había firmado el equipo su desastrosa pretemporada y las primeras derrotas oficiales. Ciertamente durante su convalecencia se produjo la sustitución de Mike Brown por Mike D'Antoni, un hecho esencial. La ruleta de la familia Buss giró a su favor. Nash hubiera tenido difícil acomodo en el triángulo ofensivo de Phil Jackson, que convierte al playmaker en un simple tirador. Nash, en cambio, es el cordón umbilical entre la pizarra de D'Antoni y la cancha, su prolongación, el intérprete magistral del "run and gun" en aquellos divertidísimos Suns de la pasada década.

La ausencia de Nash se convirtió entonces en la explicación del deficiente rendimiento de los Lakers. "Este equipo se concibió con todos", aseguraba Kobe Bryant. "En Phoenix nunca gané sin él", recordaba D'Antoni. Eric Pincus, bloguero de Los Ángeles Times, entiende que el efecto rebote ha comenzado: "Los Lakers han alcanzado el punto más bajo de la temporada y ahora, con 57 partidos por delante, tienen mucho por lo que jugar".

Kobe Bryant festeja a Nash. Jugar bajo su batuta es "fácil, muy fácil, más que fácil", declara tras el partido en Auckland. D'Antoni abunda en la jerarquía de su predilecto: "Lo cambia todo. Cambia la perspectiva entera".

Pero hay otros analistas que se dan cuenta de que Nash no es la purga universal que libera al equipo de sus males. Los Lakers han caído en la dinámica del péndulo. Gasol lo ha sufrido. Era el problema. Bryant y D'Antoni lo criticaban. El traspaso asomaba en el horizonte. Decidió darle descanso a sus maltrechas rodillas y la ausencia lo ha reivindicado. Ahora es una parte indispensable de la solución, Kobe le palmea la mano en la victoria, D'Antoni lo invita a cenar y el general manager, Mitch Kupchak, promete: "Se quedará".

En esencia, D'Antoni todavía no sabe qué hacer con el arsenal que los propietarios han puesto en sus manos. Los síntomas de su desorientación son evidentes. Va pulsando teclas sin excesivo orden. Actúa por el sistema de prueba y error. Jamison, tras comerle a Gasol los minutos importantes, se ha quedado sin jugar por decisión técnica en varios partidos. El técnico altera la rotación y el planteamiento. Desplaza a Kobe al puesto de alero. Sitúa al tirador Meeks como escolta. Envía a Metta World Peace a la segunda unidad. "Necesito su energía saliendo del banquillo", asegura D'Antoni.

De esta forma, aligera al equipo pero centrando la reducción de kilos en la línea exterior. Mantiene a Pau y Dwight Howard por dentro. Pero sin llegar a exprimir el potencial que tal sociedad implica. Contra los Warriors Kobe realizó 41 tiros a canasta. Gasol, 11; Howard, 8. "Es realmente excesivo", concluye Brett Pollakoff en NBC Sports.

Se antoja obvio que cualquier posibilidad de pelear por el título pasa por aprovechar a una pareja que no tiene comparación en la liga, aunque eso obligue a matizar el estilo que D'Antoni defiende. También está por tasarse cómo aceptará el descomunal ego de Kobe que otros acaparen protagonismo. Él falló la canasta de la victoria en el tiempo reglamentario. La logró Nash en la prórroga. Todo está en manos del base, que resume: "Es cuestión de espíritu".