A media tarde del viernes nació, días después de lo previsto, Thiago Messi y todo pareció girar alrededor del retoño que vio la luz en una clínica situada a escasos cien metros del Camp Nou, como si su padre no quisiese alejarse demasiado de la "oficina" por si acaso tenía que saltar del paritorio al terreno de juego. La coincidiencia del nacimiento con el partido ante el Celta invitaba a pensar en que la visita de los vigueses al coliseo azulgrana iba a convertirse en una gigantesca y jovial fiesta de bienvenida hacia el recién nacido con los jugadores de Paco Herrera convertidos en improvisados Reyes Magos venidos de muy lejos para colmar de presentes a la criatura. Ese es el papel que se le asignó al Celta y mucho más teniendo en cuenta que Paco Herrera se vio obligado a componer para la cita una pareja de centrales de emergencia por la ausencia de Cabral y de Samuel. Ante semejante panorama las televisiones salivaban de placer pensando en las imágenes de Messi festejando los goles mostrando el "kit" del padre primerizo (chupete, biberón, pañal y osito de peluche).

La realidad demostró que el Celta no apareció en el Camp Nou con el regalo para Thiago Messi bajo el brazo. No hubo ni una concesión para su ilusionado papá, superado toda la tarde por los defensas vigueses y por el embudo que formó Herrera en la frontal del área para que precisamente no existiesen esos pasillos por los que el argentino suele circular a una velocidad de vértigo. Allí pasó la tarde Messi, ansioso por encontrar el gol que le reclamaban desde una cuna próxima, pero frenado de manera recurrente por la pareja de centrales -notable partido el de Jonathan Vila y Túñez- y que contaron con la inestimable ayuda de Borja Oubiña y en ocasiones de Khron Dehli, que se vació en defensa con una generosidad extraordinaria. Se sabe que Messi es un futbolista al que le gusta arrancar a diez-quince metros del área, cambiar el ritmo de juego y, bien sea en jugada individual o con la colaboración de alguno de sus secuaces, aparecer en los últimos metros para incendiar la portería contraria. El Celta le eliminó las referencias, dejó espacio en los costados y colapsó ese nudo de comunicaciones que a veces es la frontal del área rival en el Camp Nou. No hubiese sido posible sin una demostración de solidaridad defensiva y de colocación como la ofrecida por el Celta.

Messi tuvo dos ocasiones claras en todo el partido. En una de ellas trató de superar la salida de Varas por alto, pero Túñez llegó a tiempo de impedir el gol y en la segunda perdió una vez más un mano a mano con el meta andaluz. El argentino, tras recibir un regalo de Hugo Mallo -el único que en un momento de debilidad debió pensar en el pequeño Thiago-, se fue a por Varas como un cohete, pero más que un portero se encontró con un gato que se revolvió ante todos los amagos dibujados por sus pequeñas piernas. Messi fue cayendo en la indolencia -tal vez por el cansancio de lo vivido las 24 horas anteriores- y también porque hubo un momento en el que comprendió que aquellos tipos vestidos de azul habían olvidado el regalo para el pequeño Thiago.