El derbi se canta a viva voz, sin acompañamiento instrumental. Es un reducto de pureza humana en lo que tiene de gloria y miseria. El hombre se reencuentra consigo mismo en esos noventa minutos. Se despoja de su corteza electrónica. Vibra, chilla, se conmueve, pasa de la euforia a la tristeza, siente en resumen. "He vivido", concluye, antes de regresar a su mortaja.

El progreso nos está enjaulando en el ciberespacio. Nos desgaja de nuestro cuerpo. Cada vez habitamos más al otro lado de la pantalla. Somos ese tipo al que contemplamos a través del skype. Nuestra conciencia nos susurra en 140 caracteres. Adjuntamos vídeos de youtube en el correo electrónico en vez de palabras de amor. Trabajamos en un despacho virtual de esquinas redondeadas y pantalla táctil, la única piel que acariciaremos esta noche. Renunciamos a la memoria porque todo lo acumulamos en el disco duro. La vida se ha convertido en una aplicación que nos hemos bajado. La eternidad es volcarnos en la nube. Del paraíso solo queda la manzana mordida.

El viejo ser humano, o sea, es un instante marginal entre tweet y whatsapp. Hasta el derbi parece haber caído en esas redes que ninguna mujer de marinero ha tejido. La gente discute en torno al hastagg #onosoderbi antes que alrededor de la mesa de la tasca. Hormiguean menos alrededor de Balaídos. Será que prefieren verlo por televisión o en streaming. Ya duda uno.

Es, sin embargo, por aprovechar las sobras del sol de otoño que se demoran. Al final, excelente entrada. Abuelos de siempre y niños de nuevas. Quedan padres que prefieren regarlarles ese primer recuerdo en vez de su foto en un marco digital. El derbi nos reconcilia con el animal que llevamos dentro.

Un derbi gallego nunca será un partido en la consola o el comunio. Jamás será tramitado como spam. El aficionado se entusiasma igual que en el primer partido entre Celta y Deportivo, hace casi noventa años. Son emociones que nos conectan con aquellos señores de redingote, mostacho, bombín y charol. Cambia el sepia por la high definition. El corazón persiste.

También los futbolistas, en el derbi, recuperan las esencias. Se olvidan de los porcentajes y la marca de las botas. Iago Aspas amaga con enfadarse cuando lo cambian y acaba aplaudiendo porque no tiene malicia; Riki, aunque perro viejo, arroja el chándal con igual fastidio. El derbi les duele.

Balaídos había recibido a ambos conjuntos entonando el himno céltico sin la guía de la megafonía. Iniciativa promovida en las redes sociales. Pero resuelta rompiéndose la garganta y no los dedos. Casi 25.000 aficionados que durante un instante no fueron puertos periféricos del ordenador ni coristas de una grabación. El derbi se canta a capella. Se vive a pelo.