En pleno verano de 1983 el entonces presidente del Barcelona, José Luis Núñez, se presentó ante los periodistas catalanes junto a un gigante alemán llamado Erhard Wunderlich. El dirigente sonreía como un conejillo junto a aquella mole de más de dos metros y cien kilos de peso al tiempo que hacía bromas sobre su parecido con el futbolista azulgrana Bernd Schuster. La presentación suponía todo un acontecimiento para el balonmano mundial. Wunderlich abría una nueva era para ese deporte. "El primer millonario del balonmano" titulaban los medios alemanes la noticia sobre su fichaje procedente del legendario Gummersbach. El lateral izquierdo firmaba por cuatro temporadas a cambio de una cantidad de dinero exagerada para aquel tiempo y a una parte importante de los ingresos publicitarios que el club esperaba conseguir con la presencia en sus filas de quien era considerado el mejor jugador del mundo. Parecía un adelantado a su tiempo.

Wunderlich era un jugador tan imaginativo como demoledor, que entendía que había días en que tenía que poner en juego a los extremos y otros en que era necesario que soltase el brazo y anotase una docena de tantos. La gente en Barcelona acudía a los entrenamientos a verle lanzar y a estremecerse con el crujido de los postes cuando un balón impactaba en ellos. "Era la primera vez que a un jugador le controlamos lanzamientos que superaban con holgura los cien kilómetros por hora" aseguraba esta semana Paco Seirul-lo, preparador físico del Barcelona en aquel tiempo.

Nacido en Augsburg (al igual que Schuster), la historia de Wunderlich comienza en julio de 1976 cuando el potente Gummersbach se acercó a su ciudad para jugar un partido de pretemporada. Las tres categorías de diferencia que había entre ambos conjuntos no se vieron en la cancha. 22-23 para el cuadro de Primera que sufrió para frenar a un lateral de 19 años llamado Wunderlich. Los dirigentes del Gummerbach no perdieron el tiempo. Esa misma tarde, a la conclusión del partido, cerraron el fichaje del jugador con los dirigentes del Augsburg. No hizo falta más. Un partido les valió para advertir su inmenso talento. "Nadie juega así por casualidad" sentenció Eugene Haas, el todopoderoso presidente del club que seguía el encuentro desde la grada y que estaba convencido de que aquella contratación supondría un gigantesco salto de calidad para su equipo. Y no se equivocó. Hasta 1983 (siete años) Wunderlich conquistó con el conjunto alemán dos Bundesligas, cuatro Copas de Alemania, una Copa de Europa, dos Recopas y una Copa IHF. Cinco títulos europeos en siete años incluida la primera Copa de Europa de su historia en 1979 en un momento especialmente delicado para el club que ese mes de marzo había perdido a Joachim Deckarm, otro de los grandes referentes del equipo y cuya carrera se terminó tras un tremendo golpe en un partido en Rumanía. La opinión pública les dio por sentenciados. Por la pérdida deportiva y por el golpe anímico de ver a uno de sus compañeros postrado para siempre en una silla de ruedas. Pero Wunderlich lideró la revuelta contra el destino para conducir al equipo a la máxima gloria europea.

La selección alemana también se benefició de su calidad como quedó demostrado en 1978 cuando con apenas 21 años fue esencial para que la República Federal consiguiese el Mundial tras imponerse a la que parecía intratable Unión Soviética. Ese triunfo se considera uno de los grandes momentos de la historia del deporte alemán y a Wunderlich le valió el primer "Laurel de plata" de su vida, el mayor galardón que en Alemania se concede a un deportista. Lo ganaría tres veces.

Cuando se cansó de ganarlo todo con el Gummerbach en 1983 saltó a Barcelona aunque su paso por el conjunto azulgrana fue tan revolucionario como efímero. Firmó por cuatro temporadas pero solo estuvo una. La versión oficial dijo que no se adaptó a la cultura mediterránea (aunque ganó Copa y Recopa), pero años después él reconocería que la culpa de su salida la tuvo Minolta, la multinacional propietaria del Milbertshofen, de la Segunda División, que le garantizaba su vida cuando acabase el deporte. "Tenía una familia y aceptar la oferta aseguraba la vida de todos ellos. No podía tomar otra decisión". La medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles con la selección y el ascenso con el pequeño equipo fueron sus últimas conquistas para quien en 1999 fue elegido en Alemania "mejor jugador del siglo".

Durante los últimos años vivió con discreción y tranquilidad la grave enfermedad con la que libró el último partido de su vida. Se le diagnosticó un cáncer de piel que hace unos días, con 55 años de edad, se lo llevó para siempre. El mundo del balonmano se ha pasado días recordando su figura. "Era el Beckenbauer del balonmano". Así le describió Spenzel, el exseleccionador alemán con el que más coincidió, al tratar de resumir la revolución y el impacto que Wunderlich había tenido en su deporte.