La ciudad se despertó pronto. Había ganas de iniciar un día importante en la historia local. El Celta es un símbolo de Vigo desde hace ochenta años y faltaban pocas horas para celebrar un ascenso. En el primero hubo que esperar casi cuatro años desde que el equipo lo ganó en el terreno de juego. Pocas semanas después estalló la guerra civil y el campeonato se paralizó hasta 1940. Para lograr el undécimo, los de Herrera han tenido que superar numerosos obstáculos, desde la suspensión del partido de Cartagena por una agresión a un auxiliar del árbitro hasta el apagón eléctrico en Guadalajara. Pero todos los contratiempos se superaron para llegar al último partido con las máximas aspiraciones de obtener el subcampeonato. A ello contribuyó en gran medida el autogol de Manucho. Fue cuando el Celta adelantó al Valladolid en la clasificación.

Por ello, la ciudad se desperezó con ganas de fiesta y buscando prendas celestes en el armario.

Balaídos era el centro neurálgico de la jornada. Había un gran bullicio desde primeras horas de la mañana. Los bares y los tenderetes de cacharrería celeste mostraban una gran actividad. Aparecían cajas de debajo de las piedras. Había que preparar la mercancía para un gran día de ventas.

Al mismo tiempo, se ponían en marcha las primeras medidas de seguridad –incluida la fuente del Calvario–, con zonas acotadas al tráfico, mientras muchos curiosos comenzaban a merodear por las inmediaciones del Lagares y aprovechaban los amplios espacios peatonales que se habían abierto. Definitivamente, gran parte de la ciudad se volcaba con el mayor acontecimiento deportivo de los últimos cinco años.

Y para dar más colorido y animación a la mañana, la peña Comando Celta salió a la calle con un autobús descapotable y con un importante despliegue de banderas celestes. Por delante, un vehículo difundía las canciones de A Roda que el celtismo ha incluido en su banda sonora. La caravana que seguía al llamativo vehículo de dos pisos fue creciendo a medida que pasaban las horas y aumentaban los kilómetros recorridos.

Y si la actividad en Balaídos resultaba frenética, en el otro punto caliente de la jornada, la Plaza de América, los andamios tomaban altura con una celeridad asombrosa. Los operarios aceleraban el ritmo para montarlos cuanto antes. En ese lugar estaba previsto que se celebrase la otra gran concentración del celtismo, después de la fiesta de Balaídos.

Con los primeros rayos de sol también emergieron los símbolos celestes en terrazas de cafeterías y en balcones. La ciudad estaba decidida a engalanarse para salir guapa en la fotografía que hoy difundirán todos los medios de comunicación porque Vigo vuelve a ser de Primera.

Y ya por la tarde, toda la atención estuvo puesta en Balaídos, donde se colgó el cartel de aforo completo. Lo de menos fue el partido con el Córdoba. La fiesta comenzó cuando el balón se puso en movimiento. La próxima vez que lo haga en el templo del celtismo será en Primera División. El equipo de Paco Herrera cumplió el objetivo: un sueño.