Es uno de los supervivientes del anterior ascenso. Él también conoce el camino hacia la máxima categoría. La temporada de Borja Oubiña ha sido para enmarcar. Volvió a ser importante en el terreno de juego. Las lesiones existieron, pero no tuvieron la gravedad de los últimos años. Cogió el brazalete y marcó la batuta del juego del cuadro celeste. Su dirección se notó. La sociedad que formó con Álex López hizo del Celta la mejor sala de máquinas de la categoría.

Ese centro del campo dio sus frutos. Otorgó al equipo de una alternativa en el juego que no tenía la temporada pasada. El Celta podía doblegar al rival mediante esas contras letales o cocinando a fuego lento las oportunidades. Dos planes perfectos, dos opciones que hacían del equipo de Paco Herrera un conjunto versátil, que se adaptaba a la perfección según las características del partido o el devenir del partido.

La participación de Oubiña era fundamental. Con él sobre el tapete, la circulación del esférico era más fluida. El vigués mostraba su mejor versión. Manejaba los tempos del partido como nadie. Demostraba que conservaba la técnica. Ahora, además, poseía esa experiencia que da el paso del tiempo.

Su historia personal es similar a la del Celta. Oubiña formó parte de ese boceto que hizo Luis Aragonés para diseñar una España campeona. El descenso del club vigués motivó su marcha a Inglaterra. En su debut en la Premier League se lesionó de gravedad. Desde entonces no volvió a ser aquel centrocampista que llevó al Celta a disputar competiciones europeas. Ahora, un lustro después, ha llevado el timón de la nave celeste a Primera División.