Era uno de los puntos débiles del Celta en años anteriores. Pero en esta tocó tirar de orgullo. Había que dejar de lado esa inocencia que tiene un equipo plagado de canteranos para poder dar ese zarpazo definitivo. Esa demostración llegó en la recta final de la temporada. El conjunto vigués atravesaba un bache de resultados y de juego en un momento clave de la temporada. La dolorosa derrota en casa ante el Deportivo pasaba factura. Una semana después, nuevo tropiezo. El Celta caía por la mínima ante el Hércules víctima de su bondad. El Valladolid se situaba segundo. Fue entonces cuando Paco Herrera pasó por sala de prensa para mostrar la fe en su equipo. Apuntaba que los de Djukic, que vivían un momento dulce, fallarían mientras que veía a sus jugadores capacitados para realizar el pleno de puntos.

El Celta respondió. Salió de esa "mini crisis" y, exceptuando la media hora de Cartagena, logró ganar todos sus partidos. Lo hizo recuperando ese estilo que le llevó a estar trece jornadas invicto. El cuadro celeste volvía a realizar un fútbol alegre. Mostró amor propio, confianza en sí mismo. Los empates del Valladolid ante Deportivo y Hércules significaban la reconquista de la segunda plaza. El pulso con el Pucela fue apasionante. Ambos conjuntos vencían sus respectivos compromisos. No había tregua. El equipo vigués mantenía el ritmo. Demostraba esa fortaleza mental en la victoria ante el Xerez. Con uno menos remontó un resultado adverso y acabó goleando al rival (4-1). El sufrido triunfo ante el Nástic de Tarragona (1-2) y un nuevo empate del Valladolid, esta vez en Alcorcón, dejaban Primera División a solo un punto.