El Celta recibió ayer una terrible bofetada, un guiño cruel del destino cuando saboreaba un punto heroico en un derbi para el recuerdo, jugado al límite de la extenuación física y que premió al equipo que tuvo un comportamiento más cicatero. Los vigueses perdieron el ansiado duelo frente al Deportivo en el tiempo de descuento tras nivelar un partido que se había puesto 0-2 gracias a una extraña decisión de Oltra y un arranque de coraje y de fútbol cuando todo parecía perdido.El gol de Borja Fernández supone un castigo terrible para el grupo de Herrera, que se había levantado con gallardía de los golpes propinados por un rival que tiene mucho menos fútbol que él, pero al que le sobra pegada y oficio. El Celta, que además pecó de un exceso de ansiedad en los últimos veinte metros, no tiene ninguna de las dos cosas. Necesita demasiado para marcar y cuando consiguió el empate en el tramo final del partido careció de la frialdad necesaria para valorar ese tesoro y protegerlo. Soñó por momentos con el triunfo, con una remontada para la leyenda, pero los pulmones y las piernas, vacíos por el esfuerzo, no le daban más que para refugiarse. Y el Deportivo le castigó con saña en el descuento en una jugada mal defendida.

Tal y como sucediera en el derbi de la primera vuelta el Celta perdió después de haber sido mejor que los coruñeses. Pero al cuadro de Oltra le adornan virtudes evidentes. No habían alcanzado los vigueses las pulsaciones necesarias cuando recibieron el primer cuchillazo en una jugada mal defendida por su medio del campo. Oubiña perdió el paso en un balón dividido y Juan Domínguez habilitó a Riki con los centrales vendidos para que éste abriese el marcador. Se repetía el guión del choque de Riazor, en el que los coruñeses también se adelantaron con rapidez y aparente sencillez. El libreto del partido ya estaba escrito. El Celta cargaría con el peso del juego y el Deportivo aguardaría sus opciones a la contra. La respuesta de los de Herrera fue muy digna. El técnico extremeño había tomado dos decisiones sorprendentes: una, dar la titularidad a Yoe; y otra, echar mano de Joan Tomás en lugar de Bermejo, uno de los iconos de la temporada. Quería el técnico vigués velocidad de asociación, jugarle a ras de hierba a centrales que se podían sentir más felices peleando en las alturas contra Bermejo. La cuestión es que el Celta tuvo veinte minutos magníficos, de juego rápido en los que el Deportivo pareción conmocionado. Orellana dirigió las operaciones con una determinación propia de un chaval del barrio de Casablanca. Parecía que el derbi era una cuestión personal para él. El problema fue que al Celta le sobró excitación en el balcón del área. Hasta allí llegaba con aparente facilidad, pero nadie tuvo el punto de lucidez para abrir el muro del Deportivo. Ni pase, ni remate. El equipo se nublaba en ese punto. Ahí se adivinó que no iba a ser la mañana de Iago Aspas, el jugador al que el celtismo esperaba con devoción. El choque superó por completo al moañés, engullido por la exigencia del partido. No tomó ni una decisión correcta y se convirtió en un juguete para Colotto y Zé Castro. Pese a todo, por la insistencia del Celta llegaron algunas ocasiones, Aranzubia tuvo que sacar una mano salvadora y el partido parecía en el lugar correcto para los de Herrera. Fue entonces cuando el Deportivo mostró su oficio. Consciente de que aquello le llevaba por mal camino frenó el partido, Riki detuvo el choque varios minutos por su lesión y el Celta se quedó frío hasta el descanso.

No tardó Herrera en el segundo tiempo en buscar una solución. Dio entrada a Bermejo por Joan Tomás poco después de que Aspas fallase un gol cantado tras hacer un remate ridículo con Aranzubia vendido. El Celta dio señales preocupantes en ese momento porque consintió que el partido se deshilachase y permitió que Valerón se moviese con una tranquilidad preocupante para sus intereses. Comenzó a encontrar espacios el Deportivo, Yoel sacó una mano prodigiosa en un cabezazo de Guardado, un aviso antes de que Lassad hiciese el segundo tanto.

El partido estaba para una matanza del Deportivo que tenía el marcador y la disposición en el campo para abrir en canal al Celta. Pero llegó Oltra y lo cambió todo. El alicantino sacó del campo a Valerón, el jugador que estaba ante el partido perfecto para él. La decisión dio alas a los vigueses que además se encontraron con el renacimiento de futbolistas como Alex López y Orellana. El chileno en una jugada de pura electricidad encontró a De Lucas en el corazón del área y el catalán descerrajó un gran disparo con el que el Celta redujo las diferencias.

Tembló entonces el Deportivo mientras los de Herrera sacaron al fin las uñas. En un arranque de fuerza, pero también de fútbol, los vigueses invadieron el área deportivista y comenzaron a sucederse las ocasiones. Como en el primer tiempo faltó freno en esos metros finales para encontrar el pase justo. Pero el Deportivo estaba asustado. Tanto que Oltra aprovechó la lesión de Gama para situar a Manuel Pablo y a Laure juntos en la banda derecha. Una declaración de intenciones en toda regla. El Celta, al que Bermejo había dado un extra de vigor, insistió de forma decidida. En una falta los vigueses encontraron petróleo. Disparó De Lucas, rechazó el extraordinario Aranzubia; volvió a rematar David (que ya había entrado por el inoperante Aspas) sacó de nuevo el meta coruñés y Catalá empujó a la red para llevar la locura a Balaídos.

El Celta entró en trance y eso le condenó. En ese momento, viendo tocado al Deportivo, pensó que podría completar una remontada épica y se dejó llevar sin ser consciente de que en su depósito no había nada después del salvaje esfuerzo que habían realizado. El equipo estaba muerto y comenzaron a caer los futbolistas víctimas de calambres. Aún así buscaron un imposible en vez de proteger un punto que era de oro. Faltó esa mente clara que detuviese el partido lejos de su área. Con el tiempo cumplido quisieron salir rápido en una contra, perdieron el balón y llegó el golpe franco que tras una serie de rechaces dio la victoria al Deportivo. Un castigo salvaje para la generosidad del Celta. Una de esas derrotas que tardan mucho en dejar de doler.