Los cincuenta fueron años maravillosos para el ciclismo español. El país, que trataba de salir de la pobreza a la que le había condenado la Guerra Civil, se sintió identificado con un puñado de corredores humildes y entregados para quienes el ciclismo era el camino hacia una vida más desahogada. Las cunetas se llenaban y los aficionados recorrían a pie veinte, treinta o cuarenta kilómetros por infames caminos de montaña, bajo la lluvia incluso, para asistir a los apasionantes duelos entre las principales figuras. A esa pasión ayudó de forma considerable el odio que se profesaban las grandes estrellas de aquel tiempo: Jesús Loroño y Federico Martín Bahamontes. Mientras en Francia o en Italia el duelo entre Antequil y Poulidor o Coppi y Bartali tenían mucho de romántico; en España parecía una pelea callejera que vivió sus episodios más terribles en la Vuelta a España de 1956 y 1957. Leyenda pura del deporte español.

Poco tenían que ver ambos corredores. Loroño –vizcaíno de Larrabetzu–, era un tipo cálido y amable, con una excelente fama en el pelotón. Bahamontes era todo lo contrario. Solitario, egoísta, "pesetero" según los que corrieron a su lado. Tenía más calidad que cualquiera de sus compañeros de generación, pero su carácter individualista jugó muchas veces en su contra. Apenas se llevaba con sus compañeros a quienes continuamente culpaba de sus errores durante la carrera. Garmendia, miembro de la selección española, lo explicaba mejor que nadie: "Nos pasábamos las etapas colocándole en cabeza, pero en cuanto nos despistábamos ya estaba en la cola. Luego cuando le pillaba el corte mal colocado soltaba cosas como que le habíamos dejado tirado y que había una conjura de todos los españoles contra él".

Dos gallos en el mismo corral que no tardaron en enfrentar sus estilos, sus caracteres. Loroño fue el primero en brillar en el Tour (ganó en 1953 la montaña, que entonces se consideraba una conquista grandiosa), un año después lo consiguió Bahamontes cuya fama se disparó de forma exagerada lo que anuló en gran medida a sus compañeros de generación que sintieron cierta envidia del impacto que el toledano había tenido en la afición española. Todo aquello fue creando un caldo de cultivo en el seno de la selección española donde todo el mundo hacía la guerra por su cuenta y los principales enemigos dormían en la habitación de al lado.

En la Vuelta a España de 1957 todo saltó por los aires. Comenzaba y terminaba en Bilbao, territorio de Loroño, y España presentaba un equipo deslumbrante (se corría por selecciones) con Bahamontes, Loroño y Bernardo Ruíz (el que más odiaba al "Águila de Toledo"). La guerra parecía inevitable. Nadie olvidaba lo sucedido un año antes en Sollube, el puerto de Loroño, su casa, el lugar en el que años después se colocó un busto para recordar al ciclista vizcaíno, el escenario de casi todos sus entrenamientos. El italiano Conterno, líder desde el segundo día, defendía a duras penas su primer puesto mientras Loroño trataba de recortar la diferencia. La última etapa moría en Bilbao después de pasar Sollube. A Loroño le avisaronn de que Conterno tenía fiebre y no podía con el alma. En su puerto atacó sin piedad, volaba hacia su primer triunfo en la Vuelta a España, lo acariciaba en medio del gentío, de los paisanos que habían salido a las carreteras para arroparle. Por detrás Conterno no se tiene en pie, pero entonces aparece Bahamontes en escena, le empuja y en ocasiones le remolca como un tractor. Hay cantidad de imágenes del espectáculo bochornoso. El toledano pelea para que no gane un español la Vuelta. El italiano sobrevive al puerto y Loroño pierde parte de su ventaja en el descenso a Bilbao. En la meta los jueces sancionan a Contorno con medio minuto, no le descalifican, y Loroño pierde la Vuelta por solo trece segundos.

Ese episodio crispa el ambiente en 1957. La selección española está llena de enemigos de Bahamontes que le quieren hacer pagar su comportamiento de Sollube. Bernardo Ruiz lo manifiesta abiertamente: "No nos fiamos de él porque es un irresponsable". La carrera está incendiada desde el primer día en que Loroño se sitúa con dos minutos de ventaja sobre Bahamontes. Pero el toledano ataca camino de Mieres y se sitúa líder mientras Loroño vuelve a sentirse traicionado. Como un loco al día siguiente se lanza en solitario en la etapa que une Asturias con León a través de Pajares. Allí, en el puerto le detienen la Guardia Civil y el temporal que obliga a parar la etapa aunque él insiste en seguir. Bahamontes resiste ese día crítico y poco después aumenta su distancia. La Vuelta parece en su mano. Pero entonces llega el día de Tortosa, el de la gran emboscada con Luis Puig, seleccionador español, como cerebro de todo. Loroño ataca en compañía de Bernardo Ruíz –unidos por el odio al compañero– y cuando Bahamontes trata de reaccionar Luig Puig coloca el coche a su lado y le pregunta "¿a dónde vas Federico?". "A por esos, que se me escapa la Vuelta" responde enfurecido. Puig le pide que les deje ir, pero el manchego se resiste a la decisión. El seleccionador llega a colocar el coche delante para cortar su marcha mientras algunos de sus compañeros de equipo incluso le agarran del sillín. Loroño se sitúa ese día líder con una ventaja de casi diez minutos sobre su gran rival. En el hotel las escenas resultan pavorosas. Bahamontes aparece entre gritos de "robo, robo, robo". No se calla, insiste en sus quejas hasta que el vizcaíno se lanza a por él, le agarra con el pecho y amenaza con el puño. El toledano se encierra en la habitación y se niega a bajar a cenar porque "Loroño me quiere pegar". Al día siguiente Bahamontes vuelve a la carga camino de Zaragoza, Loroño responde y cuando le coge montan una bronca en plena carrera que casi termina a palos. Días después la Vuelta llega a Bilbao donde esperan 200.000 personas y Loroño conquista la Vuelta, algo que nunca lograría Bahamontes. Pero el ciclismo español ha hecho más grandes sus grietas. Los protagonistas dejaron la reconciliación para mucho después, para cuando eran viejos soldados que buscaban a quien contar sus batallas.