La falta de peso en el área impidió al Celta conseguir un resultado que le permitiese viajar dentro de una semana a Cornellá con más garantías de éxito. La eliminatoria se resolverá en el campo del Espanyol después de un empate sin goles algo corto con los méritos de un Celta mandón y descarado, pero que pagó su inocencia en los últimos veinte metros, donde murieron casi todos sus intentos por derribar a los de Pochettino. En esa zona determinante el equipo se comportó con excesiva timidez. Mucho toque inútil, pocos remates.

Al Celta no se le puede negar su descaro. Va en la carga genética de buena parte de sus jugadores y poco importó que Herrera tirara en esta oportunidad de los menos habituales. Los vigueses atacaron de salida al Espanyol convencidos de que su estilo acortaría la distancia que se supone existe entre los dos equipos. Y agradecieron los vigueses la ligereza con la que presionaron los de Pochettino: en parte por la aparición en escena de su "segunda unidad" y también porque en Primera se juega de otra manera. Allí se concede más espacio y tiempo al rival; los equipos de Segunda en cambio dan la vida en la presion.

En ese escenario el Celta se sintió feliz. Cansados de sentir cada fin de semana el aliento del rival en la nuca los de Herrera tiraron de circulación rápida, de primer toque y juego al espacio. Cargaron sobre todo por la banda derecha donde Dani Abalo regresaba al campo tras dos meses condenado a galeras tras aquel infausto choque ante Las Palmas. El de Vilagarcía quiso recuperar el tiempo perdido y reclamó protagonismo desde el comienzo sin medir los esfuerzos. Sus compañeros también entendieron que el de ayer era el día en que le recuperaban o le perdían para siempre. Bustos y Alex, la pareja de mediocentros €que siempre marcarían el ritmo del partido€, le buscaron de forma obsesiva y el interior, que por momentos parecía estar en trance, generó las primeras ocasiones del Celta y puso a prueba a Casilla, el buen portero del Espanyol.

Dominaba el Celta y contragolpeaban los barceloneses tratando de sacar partido sobre todo a Alvaro, que aprovechó la delicadeza que por momentos mostró la defensa viguesa, a cuyo centro regresaban Vila y Catalá, la que hasta hace bien poco era pareja titular. El Celta no encontró premio porque al esfuerzo de Dani Abalo apenas se sumó ninguno de sus compañeros de línea. Orellana era un puro artificio, Joan Tomás estuvo sorprendentemente inseguro y David se ha desenganchado un poco de la vida del equipo. Tuvo un remate relativamente claro en otra llegada por la derecha del de Vilagarcía pero golpeó con una vulgaridad impropia de un delantero como él.

Dani Abalo agotó el depósito al final de la primera parte. Tras otra brillante jugada individual sus piernas, poco acostumbradas en las últimas semanas a aquel despliegue, dijeron basta y Herrera recurrió a Toni para el siguiente acto. Empezaba la segunda parte y el Espanyol ya no era el mismo. Entendieron que si no apretaban en serio se podían encontrar un serio problema. Como consecuencia al Celta se le empezaron a cerrar las vías hacia el área rival. Ya no estaba Abalo, factor desequilibrante, y los que tenían que cargar con la misión creadora (Orellana y Joan Tomás) habían hecho dejación de funciones. Lo intentó Herrera con Aspas en lugar de David (el próximo que hay que tratar de recuperar porque ahora mismo parece un alma en pena) y el equipo, por el efecto que tiene el moañés se agitó y volvió a lanzarse a por el Espanyol. La presencia de Aspas encendió a algunos de sus compañeros, pero el problema fue que el Celta se murió siempre al borde del área rival. Hasta esa frontera construían con rapidez, pero una vez allí regresaba la timidez, el miedo y la ausencia de determinación. Eso le impidió conseguir el resultado que merecía su esfuerzo.